Una reflexión cristiana ante la detección de las ondas gravitacionales
Los cristianos debemos celebrar el avance científico y felicitarnos por la capacidad de la mente humana para entender más a fondo la obra de la creación.
15 DE MAYO DE 2016 · 14:20
El pasado mes de febrero se producía el anuncio público de la primera detección de ondas gravitacionales. Para una explicación sencilla de este extraordinario fenómeno natural, predicho por la Teoría de la Relatividad General de Einstein hace justo un siglo, puede leerse el artículo del físico Antoine Bret en Tubo de Ensayo.
Estamos claramente ante un gran paso adelante en la historia de la ciencia que despierta admiración por Einstein y su capacidad para construir una teoría, una explicación, de cómo funciona el universo que no solamente consiguió englobar todo lo que se conocía en su época, sino también avisarnos de cosas que existían y de las que no éramos conscientes, como las ondas gravitacionales. Esa capacidad de extraer consecuencias en el mundo físico de las matemáticas que sustentan una teoría científica nos llena de asombro. Decía el científico y filósofo Pascal, en sus Pensamientos (1669), que la mente humana es poca cosa, como una hierba, pero una hierba que piensa. Y el universo, siendo tan grande, no sabe la ventaja que tiene porque no es consciente.
Pero de la admiración hacia los logros de la mente humana, en este caso en el campo científico, tenemos que pasar a la fascinación por la naturaleza misma que la ciencia intenta entender. La curiosidad y la fascinación por la naturaleza están en la base de muchas vocaciones científicas.
Para Einstein, la actividad científica no era una simple actividad técnica, estaba impregnada de una actitud muy especial:
“Es verdad que, detrás de todo trabajo científico de elevado nivel, subyace una convicción –cercana al sentimiento religioso- de la racionalidad o inteligibilidad del mundo.” (Carta de 1929, publicada en Mis ideas y opiniones, p. 234).
No es esa actitud novedosa ni extraña a la ciencia. A principios del siglo XVII Francis Bacon, popularizador y promotor de la ciencia moderna, animaba a sus contemporáneos a la investigación científica:
“Pues que nada del mundo está vedado a la inquisición y averiguación del hombre, lo deja sentado [la Biblia] en otro lugar, cuando dice: El espíritu del hombre es como la lámpara de Dios, con la que registra la interioridad de todo lo oculto.” (El avance del saber, 1605; Bacon usa el texto bíblico de Proverbios 20,27).
Y el gran astrónomo Kepler, al final del libro en el que daba a conocer la llamada “tercera ley de Kepler” de los movimientos de los planetas, exclamaba emocionado:
“Te doy las gracias, oh Señor y Creador, porque me deleitaste con tu creación, y en las obras de tus manos me regocijé.” (La Armonía de los Mundos, 1619)
En esa línea creo que los cristianos debemos celebrar el avance científico y felicitarnos por la capacidad de la mente humana para entender más a fondo la obra de la creación.
Autor: Pablo de Felipe es doctor en Bioquímica y Biología Molecular, miembro de Cristianos en Ciencias y profesor de Ciencia y Fe en la Facultad de Teología SEUT (C/. Bravo Murillo 85, Madrid), donde coordina el Centro de Ciencia y Fe.
Notas
Este artículo se publicó inicialmente en el periódico Puerta Abierta, publicado por la Primera Iglesia Evangélica Bautista de Madrid, nº 19, marzo-abril de 2016, p. 12.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tubo de ensayo - Una reflexión cristiana ante la detección de las ondas gravitacionales