La virtud del silencio

Quienes hacen la paz serán llamados hijos de Dios porque en realidad actúan como su Padre celestial.

03 DE ABRIL DE 2016 · 10:20

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¿Cómo se construye la paz entre los seres humanos? Debemos aprender a guardar silencio. Descubrir el enorme poder pacificador de no hablar más de lo estrictamente necesario. Como muy bien aconseja Santiago, si supiéramos controlar nuestra lengua habría menos pleitos en el mundo. Todo hombre sea pronto para oír, lento para hablar y lento para la ira (Stg 1:19). Hay situaciones en la vida en las que, después de que se nos diga algo que no nos gusta o que llegamos a interpretar como una ofensa personal, antes de pensarlo bien, tenemos la tendencia a responder apresuradamente. Reaccionar así no es propio de un hacedor de paz, ya que con demasiada frecuencia se dicen cosas que contribuyen aún más al conflicto que a la paz. Es muy probable que después de haber dado nuestra respuesta precipitada nos arrepintamos de la misma. Lo mejor es siempre vencer la tentación de contestar.

Cuando se nos explica algo que tiene que ver con una persona conocida, es propio de un buen constructor de paz, no repetir lo que se ha oído, sobre todo si sabe que con ello puede causar daño al individuo en cuestión o incluso a quien lo escucha. ¿Qué clase de amigo es aquél que acude inmediatamente a contar el chisme que acaba de oír, sabiendo que se trata de palabras ofensivas que van a causar dolor? ¿No es esto hipocresía y falsa amistad? Las frases desagradables e hirientes no vale la pena siquiera repetirlas. El cristiano debe aprender a controlar su lengua. Si deseamos crear paz, frenemos nuestra boca. Muchas de las iglesias o congregaciones que se dividen, con el consiguiente testimonio negativo que esto produce en la sociedad, tienen el germen de su división precisamente en el pecado de las lenguas desatadas o de la poca discreción al tratar los asuntos eclesiales. Así pues, algo fundamental para fomentar la paz es mantener siempre la discreción.

Aparte de esta virtud prudente, cuando nos encontramos ante situaciones difíciles que pueden crear problemas o conflictos, debemos reflexionar acerca de todas las posibles implicaciones. Hay que pensar desde la perspectiva del evangelio y no desde el egoísmo del hombre natural. ¿Me afecta sólo a mí o también a otros? ¿Implica a la causa del reino de Dios, a la propia Iglesia? Al tener en cuenta todo esto, se empieza ya a crear soluciones comprometidas con la paz, pues en muchas ocasiones nuestro derecho personal se somete al bien de la Iglesia o a aquello que más gloria proporciona a Dios. Pero si no se actúa de esta manera sino que solamente se piensa en los intereses personales, el conflicto empieza a crecer y puede fácilmente desbordarnos.

Para promover la paz es menester actuar de forma positiva y creativa. El apóstol Pablo escribiendo a los romanos les dice: No paguéis a nadie mal por mal. Procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, tened paz con todos los hombres. Y dos versículos después recuerda el texto de Proverbios (25:21): si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber (Ro 12:17-20). El cristiano tendrá siempre enemigos en este mundo porque su fe, valores y estilo de vida constituyen un espejo que constantemente está reflejando las injusticias e inmoralidades de aquellos que viven sin esperanza y de espaldas a Dios. Y al hombre natural no le suele gustar que le estén siempre recordando y censurando su forma de ser y vivir.

A pesar de esto, debemos procurar vivir en paz. ¿Cómo podemos lograrlo? Mostrándonos generosos. Supliendo las necesidades materiales de quien no desea vivir en paz con nosotros. El pastor galés, Martyn Lloyd-Jones, cita la siguiente ilustración al respecto. “Imaginemos que tenemos un vecino escéptico que está en contra del evangelio y de nuestra fe. Nos ha difamado en el vecindario, diciendo barbaridades y falsedades acerca de nosotros. Nunca le respondimos con la misma moneda sino que conseguimos mantener la boca cerrada dominando así nuestra lengua. Hemos pedido al Señor en numerosas ocasiones que cambie su actitud y que le libere del poder del mal ya que está predisponiendo a los demás vecinos no sólo contra nosotros, sino sobre todo del evangelio y de Dios mismo. Sin embargo, recientemente descubrimos que las cosas no le estaban yendo muy bien. Se había quedado sin empleo y el sueldo de su esposa no alcanzaba para cubrir el presupuesto familiar. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuaría ante semejante situación un hacedor de paz? Creo que buscaría alguna oportunidad para ayudarle. Quizás tendría que aprender a humillarse, tomar la iniciativa, acercarse a su enemigo e intentar ofrecerle su ayuda con sensibilidad, respeto y haciendo todo lo posible por crear paz donde había enfrentamiento. Si, a pesar de todo, el incrédulo rechazara nuestro apoyo sería una decisión suya, no nuestra. Pero pienso que habría muchas posibilidades de que lo aceptara y se iniciara así una nueva relación hacia el camino de la paz y, lo que es más importante, hacia la glorificación de Dios en este mundo.”1

Quienes hacen la paz serán llamados hijos de Dios porque en realidad actúan como su Padre celestial. El Dios que se manifiesta en la Escritura es un Padre que, desde luego, actúa con justicia pero que siempre ha procurado hacer la paz con los seres humanos porque es un Dios de paz. Cada vez que ha aparecido en el mundo el conflicto, la división o la guerra ha sido por causa de la rebeldía humana, el pecado y el propio Satanás, nunca por parte de Dios. Lo que él hizo más bien fue humillarse en la persona de Jesucristo. Es decir, no aferrarse a su dignidad de Dios sino enviar a su Hijo para producir la paz con el ser humano. Por eso quienes hacen la paz están repitiendo lo que el Creador hizo y en este sentido son sus hijos.

Si Dios hubiera pensado de manera egoísta como piensa el hombre y hubiera insistido en su dignidad divina, el ser humano habría sido condenado eternamente a la más absoluta perdición. Sin embargo, nuestro Dios es un verdadero hacedor de paz que por medio de su Hijo nos proporcionó la salvación eterna. Por lo tanto, ser hacedor de paz es ser como Dios es y también como Jesucristo, el Príncipe de paz. Quien se humilló como su Padre y no se aferró tampoco a sus derechos divinos sino que se humanó haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Cristo anheló que nosotros pudiéramos disfrutar de la paz con Dios, que tuviéramos paz dentro de nosotros mismos y con nuestros semejantes, por eso vino a la tierra y no reparó en sufrimientos. Hacer la paz es ser así, no aferrarse a los derechos propios sino renunciar a ellos por amor a los demás. ¡Haya pues en nosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús!

1 Lloyd-Jones, M. 1976, Studies in the Sermon on the Mount, Eerdmans.

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