La fuerza de la mansedumbre

"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad"(Mateo 5,5)

01 DE DICIEMBRE DE 2012 · 23:00

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Hace falta tener fe para creer estas palabras de Jesús. Lo que nosotros vemos en la TV, leemos en los periódicos y vemos en la vida diaria de nuestros pueblos y ciudades parece ser lo contrario. Los dueños de la tierra son los fuertes, los ricos, los violentos, los tiranos. Los mansos son atropellados, sus derechos son pisoteados, sus voces son ignoradas. Jesús no era un iluso. Apreciaba la realidad con mayor perfección que nosotros. Y, sin embargo, llama bienaventurados a los mansos y les promete la tierra en herencia. Con esta bienaventuranza Jesús opone a la realidad terrena la realidad del reino de Dios. Aquí no combaten los violentos contra los mansos; aquí combaten el cielo y el infierno, Jesús y Satanás. Jesús nos enseña a ver el mundo con los ojos de la fe. Lo que dice en esta bienaventuranza sólo puede ser oido y creido por la fe. LO QUE NO ES MANSEDUMBRE Hoy hay cierta inclinación a entender la mansedumbre en sentido psicológico. Creemos que la mansedumbre define a un cierto tipo de persona, a un individuo con un determinado temperamento y carácter. No, Jesús no llamó mansos a las personas de natural apacible. La mansedumbre bíblica es una cuestión de fe y no el resultado de un temperamento humano. Es cierto que existe una mansedumbre de la carne y de la sangre. Pero esta puede ser lamentable. El Antiguo Testamento nos ofrece un dramático ejemplo de esta mansedumbre producto de la debilidad y de la falta de carácter. Es el caso del anciano sacerdote Elí, que para siempre ha quedado como ejemplo de padre débil. Elí no reprendía a sus hijos cuando pecaban impunemente en el tabernáculo de Dios; no supo imponerse al mal ni decir no a la injusticia. La mansedumbre no es debilidad ni consiste en ceder contínuamente a otros nuestros derechos. La mansedumbre no apunta a un carácter débil, sino fuerte. Que esto es así lo prueba 2 Timoteo 2,25 donde se exhorta al siervo de Dios a "que con mansedumbre corrija a los que se oponen". Así que el siervo de Dios tiene que ser manso, pero no cobarde. Otra idea común en ciertos círculos, pero extraña a la palabra de Dios, es el concepto de que la mansedumbre tiene que ver con la educación y las buenas maneras. Ciertamente estas pueden ayudarnos mucho a integrarnos en la sociedad y encontrar un buen lugar en ella. Pero Jesús no llamó bienaventurados a los hombres cultos y bien educados. Lo suyo era más bien dar oportunidades a los que no tenían ninguna. La mansedumbre bíblica tampoco es una virtud natural con la que venimos al mundo o que podemos adquirir por nuestro propio esfuerzo. Que no tenemos esta mansedumbre en nosotros lo indica Colosenses 3,12, donde se nos exhorta: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia". Si se nos exhorta a vestirnos de mansedumbre, como nos vestimos con un traje, es porque no tenemos esta mansedumbre con nosotros en nuestro natural. LA MANSEDUMBRE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO El Antiguo Testamento nos ofrece muchos ejemplos de verdadera mansedumbre en la persona de hombres cercanos a Dios. Por ejemplo, muy al principio de la Biblia aparece ese hombre manso llamado Abrahám protagonizando una acción de gran mansedumbre en relación con su sobrino Lot, siempre interesado en las ventajas a la hora de hacer negocios. Abraham se contenta con lo que el otro le deja. Permite a su sobrino elegir el terreno para sus ricas manadas de ganado. Él se quedará con la parte opuesta. Abraham cree, mientras que Lot sólo hace cuentas. Y cuando se echa cuentas en lugar de creer en Dios, los resultados finales siempre son falsos, malos. Un día Lot huirá de Sodoma y Gomorra dejando tras sí todos sus bienes y riquezas, mientras que el manso Abrahám, por el contrario, será dueño de la tierra. Unos quinientos años después el soberbio Absalón destrona a su padre David de Jerusalén. David opta por la decisión más humilde que podamos pensar en él, huye sin resistencia delante de su hijo. Y cuando en su huida Simei le maldice llamándole "hombre sanguinario y perverso", y uno de los hombres de David le pide permiso para cortarle la cabeza a ese deslenguado, David responde: "Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho". Esta historia termina con el manso sentado de nuevo en el trono de Jerusalén, mientras que su violento hijo Absalón acaba muerto colgando de una encina, suspendido entre el cielo y la tierra, ¡sin un palmo de tierra bajo sus pies! Con todo, el testimonio más elocuente sobre la mansedumbre nos lo ofrece el Salmo 37. Seis veces se nos dice en este salmo que los mansos, los humildes, los que esperan en Jehová, heredarán la tierra. En contrapartida, el mismo salmo niega a los impíos y a los violentos cualquier éxito de carácter decisivo o final. Las victorias de los violentos son sólo victorias de principio. Los violentos ganan batallas, pero pierden la guerra. Pasarán, desapareciendo de sobre la tierra como el humo. LA MANSEDUMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO Todas las declaraciones del Antiguo Testamento acerca de la mansedumbre tienen un claro perfil profético y apuntan a un centro. Es en la persona de Cristo. Jesús es el manso por excelencia: "Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga" (Mateo 11,28.29). De manera consciente y provocadora le vemos entrar en Jerusalén como rey mesiánico manso y humilde a lomos de un borriquillo. Corrige con firmeza a los dos hijos de Zebedeo, apóstoles que quieren destruir con fuego un poblado samaritano porque estos les han negado hospedaje: "¿No sabéis de qué espíritu sois?" No es el espíritu de la violencia el que cuenta con la bendición, sino el espíritu de la mansedumbre. Con motivo de su detención en Getsemaní, su discípulo Pedro desenvaina un cuchillo y hiere a uno de sus enemigos. Pero Jesús le ordena inmediatamente volver su espada a la funda; porque, dice: "El que a espada hiere, a espada morirá." Enseña también: "No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, vé con él dos." En la casa de Pilato, a manos de la soldadesca, Jesús nos ofrece todo un ejemplo de lo que es sumisión sin resistencia al no pronunciar ni una sola palabra frente al cúmulo de injusticias que estaba padeciendo. En la cruz se revela finalmente qué es lo que la mansedumbre puede esperar de este mundo. Allí el mundo desechó la mansedumbre; le quitó toda base y derecho en la tierra al suspenderla entre el cielo y el suelo. Y debajo de la cruz se jugaron a los dados sus vestidos. Ahí tenemos, pues, al manso suspendido entre el cielo y la tierra, como si fuera un violento Absalón. Este manso nunca tuvo en la tierra un lugar que fuera suyo en propiedad y donde pudiera "reclinar su cabeza", y hasta la tumba donde reposó su cuerpo era propiedad de otro. Según el entendimiento del mundo, la cruz es el más claro mentís de la bienaventuranza de los mansos, a los que se les ha prometido la tierra en heredad. Si alguna vez hubo un manso entre los hombres este fue Jesús y si alguna vez alguien no tuvo ninguna tierra, este fue él mismo. Y al final del evangelio vemos al resucitado hacer valer sus derecho sobre toda la tierra. Dice: "Todo poder me es dado en el cielo y en la tierra."Su Padre Dios se lo ha dado. De manera que en Cristo podemos ver el cumplimiento real de la bienaventuranza que nos ocupa, y no como algunos piensan, su negación. Ser cristiano es creer que la bienaventuranza de los mansos es verdad. LA MASEDUMBRE ES FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO Gálatas (5,22.23) dice: "El fruto del Espíritu es ...mansedumbre." Si la mansedumbre es un fruto del Espíritu Santo, esto significa que ella no crece del árbol de nuestro natural humano; significa que no podemos alcanzar la mansedumbre con nuestro esfuerzo, sino con la fe, y que nunca será una posesión nuestra sobre la que ejerceremos control. No, tendremos la mansedumbre en nosotros siempre que nuestras acciones estén orientados por Jesús, siempre que el Espíritu Santo nos domine y nos controle. Cuando el espíritu Santo está obrando en nosotros se advierte en tres señales: 1. En la fe. La persona mansa por la acción del Espíritu Santo cree que la tierra es del Señor. Recuerda que Jesús, el mayor perdedor de la historia, fue por esta misma causa el mayor triunfador. Él dijo: "El que pierda su vida por causa de mi, la hallará". Y dijo también: "El que quiera ganar su vida, (a cualquier precio), la perderá". 2. En la esperanza. El manso por la virtud del Espíritu Santo es una persona de esperanza. El manso sabe que el futuro es de Jesús; que la última palabra la tiene Cristo. Por eso el manso puede esperar. La espera y la esperanza constituyen en nuestro mundo loco y acelerado una señal de fe cristiana. 3. En el amor. El amor de los mansos se muestra en ese aguantar y soportar las exigencias y los atropellos de la gente. Por eso es que el rebaño de los mansos constituye una iglesia sufriente. Una iglesia que no es martillo que golpea, sino yunque que recibe los golpes. Pero a pesar de todos los golpes sabe que el yunque es más fuerte que el martillo. El manso tiene más aguante que el violento iracundo. Todos los que permanecen en el amor, sufriendo lo malo y venciendo con el bien el mal, pueden tener la seguridad de que recibirán la tierra por heredad. EN LA ESCUELA DE LA MANSEDUMBRE Los cristianos tenemos que aprender a ser mansos. Jesús dijo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". Cuando alguien nos hace una injusticia nos resulta fácil irritarnos y llenarnos de amargura y rencor. Pero guardar silencio y sufrir la injusticia sin reclamar nos es difícil. Jesús tenía esta virtud, soportaba la injusticia con mansedumbre. Irritados hacemos cosas de las que después nos avergonzaremos profundamente. Decimos cosas que después lamentamos. Irritados escribimos cartas con tinta tomada del diablo. En la ira tomamos decisiones que gustosos desharíamos inmediatamente. El que se irrita no se conforma con que él pierda su paz, no, sino que también irrita a otros y amarga la vida a sus semejantes más cercanos. EL HOMBRE MANSO EN SU RELACIÓN CON DIOS La mansedumbre es una actitud hacia Dios que se manifiesta en una confianza perfecta, en una obediencia perfecta y en una sumisión perfecta. El manso es una persona que no busca en primer lugar sus propios intereses, sino los de Dios. Es una persona que acepta la dirección divina sin ninguna murmuración, rebelión o desagrado. Manso fue Job, cuando después de perder a sus hijos, su casa, sus bienes y su salud, dijo: "Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito" (Job 1,21). Mansa se manifestó María cuando respondió al ángel: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra" (Lucas 1,38). Manso se reveló Pablo, cuando dijo a Jesús: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" Y manso se mostró Jesús cuando oró en Getsemaní: "Padre mío... no sea como yo quiero, sino como tú. Hágase tu voluntad." (Mateo 26,38.42). Es la clara conciencia de nuestra pecaminosidad y de la superabundancia del perdón divino para con nosotros lo que nos vuelve mansos. Y de esta manera nos prepara Dios para la relación con nuestros semejantes. EL HOMBRE MANSO EN RELACIÓN CON SUS SEMEJANTES En relación con los hombres el manso no es un débil. Lo que ocurre es que gracias a su relación con Dios puede controlar sus acciones y reacciones frente a sus semejantes. Por eso, no se venga de los agravios, no zancadillea ni empuja a su prójimo para usurpar su lugar. El manso respeta y defiende el derecho de los otros. Y en su trato se asemeja a Jesús. Este enfrentó a su prójimo con unos sentimientos mezcla de suavidad y de firmeza, como hizo en el caso de la mujer prendida en adulterio (Juan 8,3-11); o con tacto y coherencia, como manifestó en su conversación con la mujer samaritana (Juan 4,7-18). También en el trato con sus discípulos observó Jesús esta mezcla de bondad y de firmeza, de dulzura e inflexión. El hombre manso trata a su prójimo sin la dureza que hiere y sin la debilidad sentimental. Mansedumbre es "fortaleza bajo control". LA HERENCIA DE LOS MANSOS "Bienaventurados los mansos, porque ellos recibiran la tierra por heredad" ¿Cómo? ¿Quién? ¿Los piadosos mansos de los que todo el mundo se burla y cuyos derechos se pisotean y se ignoran, ellos heredarán la tierra? ¿Cómo será esto? Ni Alejandro Magno, ni Napoleón, ni Hitler, ni Stalin han conseguido fundar un reino tan grande ni tan duradero como el manso Jesús de Nazaret. Este reino se extiende cada vez más con el paso del tiempo. Sus soldados no llevan espadas ni pistolas. Van como ovejas en medio de lobos. Sufren persecución e injusticias, son raptados, encarcelados y asesinados, pero todo lo soportan. Se les ataca, y ellos no contraatacan. Se les pega, y ellos bendicen. Se les da muerte, y ellos oran por sus verdugos. Y el reino continúa extendiéndose imparable. La tierra no es del león, sino del cordero. No es el hombre enérgico y violento quien conquista el mundo, sino el manso, sufrido y paciente. ¡Oh, si todos los hijos de Dios nos inscribiéramos en esta escuela y aprendiésemos a ser cada día más mansos! Entonces conquistaríamos cada día nuevos corazones para Cristo.

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