La noche de San Bartolomé (1572) en el imaginario histórico y literario
Lo ocurrido hace exactamente 449 años es uno de esos episodios que marcaron para siempre la historia de las transformaciones sociales y religiosas en ese siglo convulso.
27 DE AGOSTO DE 2021 · 11:27
Los asesinatos se hicieron más frecuentes, las campanas de las iglesias redoblaron con intensidad, los más devotos entraron en convulsiones, las mujeres se desmayaban atravesadas de éxtasis, los enfermos empezaron a curarse, los poetas mojaron sus plumas para escribir sonetos y tragedias que conmemoraban la victoria católica. Todos creyeron, finalmente, que Francia reverdecía por el aniquilamiento de los míos. Era como si Dios hubiera aprobado, con estas manifestaciones fehacientes, la hecatombe.
François Dubois en Pablo Montoya, Tríptico de la infamia
I
Varios de los grandes —y muchas veces trágicos— sucesos relacionados con las reformas religiosas del siglo XVI en Europa son recordados con un halo de leyenda e idealización comprensible por parte de quienes se consideran herederos de sus efectos o consecuencias. Lutero al clavar las 95 tesis en Wittenberg, los primeros reformadores magisteriales reunidos en Marburgo, Jan de Leyden instaurando un régimen monárquico en Münster, Farel convenciendo a Calvino de quedarse en Ginebra, los primeros líderes anabautistas en su rebelión contra Zwinglio, las matanzas de creyentes anabautistas en Zúrich, los monjes jerónimos abandonando el convento de San Isidoro del Campo en Sevilla, otros pensadores españoles estableciéndose en Italia, y un largo etcétera. Y así pueden citarse otros ejemplos más, arraigados en la memoria de los diferentes países, regiones o familias confesionales.
La Noche de San Bartolomé, acaecida el 23 y 24 de agosto de 1572, hace exactamente 449 años, es otro de esos episodios que marcaron para siempre la historia de las transformaciones sociales y religiosas en ese siglo convulso. “La brutal y sorpresiva persecución de protestantes se cobró entre 7 000 y 12 000 muertos, con la boda teñida de sangre entre uno de los líderes calvinistas y la hermana del Rey de Francia como telón rojo de fondo”.1 Además, el rey ordenó que se aplicaran medidas parecidas en el resto del país, por lo que hubo matanzas en donde los hugonotes eran minoría. La aparición de La reina Margot, película dirigida por Patrice Chéreau en 1994, basada en la novela homónima de Alexandre Dumas hijo (1845), reavivó en Francia el interés por ese acontecimiento. Los hugonotes, la ópera de Giacomo Meyerbeer, es de 1836. A la reconstrucción literaria se sumó esta superproducción cinematográfica que vino a poner en el candelero los entretelones y las intrigas que estuvieron cerca de acabar con la presencia protestante en el país galo. Para algunos interesados fuera de Francia, por primera vez cobraban vida los nombres y los rostros de los protagonistas de la historia y, a la vez, era posible valorar suficientemente las dimensiones de lo sucedido para el protestantismo francés y reformado de toda Europa. Posterior a esa fecha han aparecido nuevos estudios y biografías acerca del papel que desempeñaron Catalina de Médici y su familia como instigadores de la masacre de los más de hugonotes.
Una de las pocas obras sobre este tema que han sido traducidas al español es Las guerras de religión (original: Presses Universitaires de France, 2016; Madrid, Rialp, 2017), de Nicolas Le Roux, profesor de historia moderna en la Universidad de París 13, el cual describe muy bien los procesos de las guerras en Francia. Su planteamiento básico es sólido e inquietante: “El destino de la monarquía francesa del Antiguo Régimen se jugó en la segunda mitad del siglo XVI. Periodo de caos político y de violencias institucionales sin precedentes, las Guerras de Religión fueron analizadas por los contemporáneos más como luchas de facciones aristocráticas que como enfrentamientos ‘por la religión’” (p. 7). Y agrega, para destacar la verdadera importancia de los conflictos religiosos: “Aunque la crisis abierta estalló efectivamente tras la muerte por accidente de Enrique II, en 1559, que trajo consigo profundos cambios en el funcionamiento de la corte, es más bien el auge del protestantismo lo que rompió el ideal de unidad sobre el que descansaban la vida social y el sistema monárquico. Un sistema en el que el rey constituía la única cabeza del cuerpo político” (énfasis agregado).
Le Roux explica que Francia se vio sumergida en una serie de conflictos entrecortados con escasos periodos de paz, entre 1562 (1 de marzo, masacre de Wassy) y 1598 (promulgación del Edicto de Nantes), etapa en que se sucedieron hasta ocho guerras.2 “La matanza de San Bartolomé constituyó a la vez el apogeo y el fin del movimiento de violencia exterminadora emprendido diez años antes” (p. 8). En el sitio del Museo Protestante se explican los antecedentes como sigue:
Después de un intento de reconciliación religiosa, Carlos IX, impuesto por la familia Guisa, autorizó el asesinato del jefe de los protestantes [el almirante Gaspard de Goligny]; la situación degeneró en una masacre general”.
El Tratado de Saint-Germain en 1570, un nuevo intento de tolerancia civil, que cerró la tercera guerra religiosa, despertó la ira de los círculos ultracatólicos liderados por los Guisa, que lo consideraban demasiado favorable a los protestantes.
La reina madre Catalina de Médici, con la esperanza de sellar la reconciliación nacional, promovió el matrimonio del rey Enrique de Navarra, futuro Enrique IV, que era protestante, con Margarita de Valois, hermana de Carlos IX. El matrimonio que tuvo lugar el 18 de agosto provocó la llegada a París de muchísimos nobles protestantes de la corte del rey de Navarra.3
En estas páginas, al resumir la obra alusiva de Felix Benlliure (Los hugonotes, un camino de sangre. CLIE, 2006) se han mencionado los espeluznantes momentos vividos por los protestantes franceses.4 El texto del Museo Protestante continúa la narración:
El líder del partido protestante, el almirante de Coligny, favorecido por el rey, lo animó a participar en la guerra en los Países Bajos (o Flandes) junto al Príncipe de Orange, para apoyar a los insurgentes levantados contra Felipe II de España. Está convencido de que una guerra contra España sería la mejor forma de reconciliar a católicos y protestantes ante un adversario común.
El 22 de agosto se perpetró un atentado contra el almirante de Coligny cuando salía del Louvre donde asistía al Consejo del Rey. El ataque falla y el almirante solo resulta herido. Es probable que este acto fuera obra de los Guisa, furiosamente opuestos a la guerra de Flandes, patrocinada o no por España.
En la noche del 23 al 24 de agosto, se reunió un Consejo Real, durante el cual se decidió asesinar al almirante de Coligny y a varios líderes hugonotes. La campana de la iglesia de Saint-Germain-l’Auxerrois tocó la campana de alarma.
El almirante fue asesinado salvajemente en su casa y defenestrado mientras muchos caballeros hugonotes fueron masacrados en el Louvre y en la ciudad, sorprendidos de noche sin posibilidad de defensa, “asesinados como ovejas en el matadero” como escribió Teodoro de Beza.5
Se consumaba, así, uno de los mayores crímenes en la historia de Francia, pues las matanzas se extendieron a una quincena de ciudades, como refiere Le Roux: “Las violencias se iniciaron al conocerse la hecatombe parisina en La Charité, Orleans y Meaux, luego tras algunos días de titubeos en Bourges, Angers, Saumur, Lyon, Troyes y Rouen y, en fin, un mes más tarde, del 3 al 6 de octubre, en el sudoeste, en Burdeos, Toulouse, Gaillac, Albi y Rabastens, cuando la guerra ya había recomenzado” (p. 70). Todo ello generó un miedo atroz y múltiples regresos al catolicismo, lo que mermó enormemente a la minoría protestante.
II
En 2014, el escritor colombiano, doctorado en Francia, Pablo Montoya (1963) dio a conocer Tríptico de la infamia, que obtendría el Premio Rómulo Gallegos al año siguiente, en la que se ocupa de tres artistas protestantes de habla francesa, uno de los cuales, François Dubois (1529-1584), fue testigo directo de lo sucedido en la Noche de San Bartolomé, y quien dejó constancia plástica de la misma en una obra muy conocida. De los tres episodios de la guerra religiosa que narra, es en el consagrado a Dubois donde su arte literario alcanza alturas notables por causa de su profundidad histórica y psicológica, pues la reconstrucción emprendida consigue fuertes dosis de realismo y efectividad: “La novela traza una línea que traspasa estos tres momentos históricos, los cuales sirven como base para la construcción de una reflexión estética que Montoya elabora como denuncia ante la infamia en el proceso de transformación del pasado, posibilitando así al lector una asimilación de la historia”.6
La descripción de la vida de Dubois en París, exquisita y minuciosa, prepara largamente lo que sucedería en esa infausta noche. Narra detenidamente las esperanzas en que de verdad vendría la paz como resultado de esa boda arreglada (“Las bodas se efectuaron. Nos hicieron creer que la guerra llegaba a su término. Qué ingenuidad la nuestra al no intuir que, por el contrario, luego de las mascaradas, los bailes y los banquetes, la apoteosis del terror llegaría pronto a ofrecernos su bienvenida”) y, por un instante, atisba a uno de los personajes principales: “Desde lejos pudimos ver a Margarita de Valois, ataviada de terciopelo violeta, su cuerpo sacudido por un fulgor de zafiros y diamantes. El calor era aplastante a pesar de los numerosos abanicos que intentaban alivianar el aire”.7 Los católicos armados llenaban el ambiente con sus críticas hacia las supuestas virtudes de los hugonotes. De repente, corrió la noticia del ataque a Coligny, con lo que todo se trastornó y comenzó la violencia demencial. Cerca del taller de Dubois todo era ya un vendaval de agresiones y muerte: “Cuando sé que éste [el horror], tal como suele presentarse, no necesita ni prolegómenos, ni símiles maravillosos, ni tampoco ornamentaciones apocalípticas. El horror es tan puro y elemental que no exige explicaciones y la descripción de sus maneras resulta inútil”.8
Lo que sigue es la descripción de los ruidos de la masacre como tal, caballos y arcabuces en sucesión insoportable. Dubois tratando de escapar cuando derribaron la puerta del lugar y entrando en una vorágine insoportable. Buscó a su amante embarazada Ysabeau sin encontrarla. Luego huyó hacia Ginebra y su reflexión allí es lúcida, interminablemente lúcida: “Yo estuve en París durante esos días y sé que no hubo ni hay ni habrá tal apaciguamiento. La humanidad siempre está al borde del abismo y su sed de destrucción no disminuye. […] Después de las matanzas queda una pausa detrás de la cual se adivina nuestro deseo secreto de saborear otras fronteras del horror. Estamos atados a esa inclinación turbia que surca la historia de nuestros días. Desde entonces, trato de no hacerme ilusiones frente a la criatura humana”.9
A continuación, se prohibió pintar, pero su unión con París era francamente espiritual, “como un Cristo tortuoso a su cruz”. Y comenzó a experimentar el insomnio, el más cruel, en medio de días sumamente estériles. Allí aparece su crítica profunda del catolicismo, con sus asesinatos y su intolerancia: “Incluso, para justificar su crimen, ebrios de júbilo y seguros de su labor redentora, dijeron que un espino blanco, marchito desde hacía años, había florecido en el mismo cementerio gracias a la sangre vertida de los herejes”.10 Fue entonces cuando comenzaron sus paseos por la ciudad y las preguntas lo asaltaron: “¿Qué tiene que ver el color con el dolor?”. Se entera allí de las teorías de la resistencia de Beza, Hotman y Duplessis-Mornay. Y decide pintar, luego de mucha resistencia, la tragedia, acicateado por su amigo Goulart, quien ha recogido testimonios sobre ella. Le dice que la gran lucha es contra el olvido: “Debemos hablar de la crueldad a la que hemos descendido los hombres”. Su trabajo inició vacilante y se planteó etapas para llevarlo a cabo de manera febril. Los detalles de la obra lo ocuparon incesantemente y, por fin, la concluyó, en el extremo de su situación anímica, sobre todo al momento de incluir a Ysabeau en el cuadro.
Esta masacre marca un desarraigo tanto humano como artístico en la vida de Dubois por causa de las contiendas de poder político y religioso entre los bandos católicos y protestantes, en las que los primeros buscaban extirpar la nueva religión. De ahí que Dubois haya dejado de pintar por causa de la fe, puesto que su experiencia conllevaba a una fragmentación de su presente. La catástrofe existencial es el punto de inflexión en la experiencia de Dubois, y su teología se enfrenta a la infamia produciendo una deconstrucción que determina en gran manera su cosmovisión, y lo lleva al desamparo: “Cuando reflexiono, en todo caso, en esos ojos que algún día mirarán mi posible testimonio, me entran el escalofrío y la duda. […] ¿de qué servirá entrometer mi experiencia del desarraigo en la orfandad de una población que fue exterminada y nada hasta ahora ha podido redimirla? ¿Podría la factura de un óleo curarme no solo de mis heridas aún no cerradas, sino de las laceraciones que padecen mis contemporáneos de Ginebra? Y me pregunto, todavía más, si una pintura, así logre erigirse como símbolo de una tragedia colectiva, ¿podría otorgarme una sola pero necesaria palabra de consuelo por parte de los agresores? Ahora bien, ¿es perdón lo que mi amargura reclama?” (Montoya, 2014, p. 168).11
Esa obra se volvería la más representativa de lo sucedido, pero Dubois solicitó que sólo se conociera después de su muerte. Semejante inmersión en esa mente creadora es sobrecogedora y hasta asfixiante, pero sumamente enriquecedora para la comprensión de lo sucedido. Así lo manifiesta el poema en prosa sobre el pintor, publicado en Trazos (2007), recogido después en Terceto, que anuncia lo que vendría en Tríptico de la infamia, con esa misma mirada reconstructiva, puntual y exacta para describir el terror de la masacre precedido por las sensaciones más contradictorias. Un auténtico tour de force en medio de los vaivenes de la historia.
Soy François Dubois. Nací en Amiens. Viví en París hasta el verano de 1572. Luego me trasladé a Lausana. Soy pintor de profesión. Mi credo religioso se apoya en los principios de Calvino. […] Esa madrugada, cuando todo empezó, yo no dormía. Mi mente, supongo, estaba en blanco. El calor era insoportable. Los mosquitos tenían la insistencia del asedio. Abrí la ventana. Unos caballos, afuera, pasaron raudos. Del silencio del verano emergió un grito. Un grito que en París terminarían días después. Un grito que en mí aún no ha culminado. Padecí, recuerdo, una momentánea vacilación. Pensé esconderme en uno de los baúles. Tomar las escaleras. Buscar una de las cavas. Después pasó lo increíble. En principio se presentó como un azar. Con el paso de los años terminó siendo la pieza fundamental de mi destino. Salí a la calle. Salí porque la confusión dirigía mis pasos. Salí porque algo extraño me lo ordenaba. No tuve ninguna voluntad de escapar. No busqué la puerta de Buci que habría de salvar a algunos de nosotros. Deambulé por las calles cubierto por una especie de asquerosa transparencia. Y lo vi todo. Alguien tocó mi hombro más tarde. Y fue como si yo despertara. Luego fue el galope de caballos a través de campos iluminados por un sol espantoso. Luego fue la configuración de lo que yo soy ahora. Recuerdos. Sólo recuerdos. Ellos han hecho posible este cuadro. El único que pude pintar. Con el que he logrado romper la promesa.12
Notas
1 César Cervera, “La implicación española en la Matanza de San Bartolomé, la ‘boda roja’ que dejó 7 000 muertos”, en ABC, Madrid, 5 de diciembre de 2016. Cf. Juan Carlos Losada, “El veneno de la belladona”, en El País, Madrid, 27 de noviembre de 2005.
2 “Les huit guerres de religion”, en Musée Protestant.
3 “La Saint-Barthélemy (24 août 1572)”, en Musée Protestant.
4 “Los hugonotes, un camino de sangre”, en Protestante Digital, 16 de septiembre de 2006. Otras referencias importantes son: Philip Benedict, “The St Bartholomew Massacres in the Provinces”, en HJ 21, 1978; Barbara B. Diefendorf, Beneath the Cross: Catholics and Huguenots in Sixteenth-Century Paris. Universidad de Oxford, 1991; y Denis Crouzet, La nuit de la Saint–Barthélemy: un rêve perdu de la Renaissance. París, Fayard, 1994.
5 Cf. el audio de Juan María Alponte, “La noche de San Bartolomé”, en Instituto Mexicano de la Radio, 1996.
6 Rubén Rafael Cardona Sánchez, “La experiencia estética de la infamia: una mirada al Tríptico de Pablo Montoya”, en Estudios de Literatura Colombiana, Universidad de Antioquia, núm. 41, 2017, p. 153. Cf. Luis Adrián Vives, “Los manantiales del arte. Entrevista a Pablo Montoya”, en Evaristo Cultural, 19 de diciembre de 2016.
7 P. Montoya, Tríptico de la infamia. Bogotá, Penguin Random House, 2014, p. 170.
8 Ibid., p. 173.
9 Ibid., pp. 176-177.
10 Ibid., p. 179.
11 R.R. Cardona Sánchez, op. cit.
12 P. Montoya, “François Dubois”, en Terceto. Bogotá, Penguin Random House, 2016, pp. 133, 134-135.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ginebra viva - La noche de San Bartolomé (1572) en el imaginario histórico y literario