El capirote nazareno de las procesiones, residuo de la Inquisición
El gorro puntiagudo o cucurucho de cartón que remata la figura de los nazarenos en las procesiones de Semana Santa (capirote), tiene su origen en la Inquisición.
Agencias · 26 DE MARZO DE 2018 · 08:00
Cada Semana Santa España se llena de procesiones católicas que inundan la geografía del país, convertidas en una mezcla de acto religioso y cultural. Una de las imágenes características es la presencia de nazarenos cubiertos con sus típicas caperuzas puntiagudas, que forman parte inseparable de estos actos. Pero ¿de dónde viene el uso de esta vestimenta?
El origen del capirote o capuchón de los nazarenos que participan en las procesiones de la Semana Santa católica está en los comienzos de la Inquisición, cuando a las personas que eran condenadas se les imponía el castigo de tener que usar una prenda de tela que les cubriera el pecho y la espalda y un cucurucho de cartón en señal de penitencia.
La prenda de tela que cubría el pecho y la espalda se llamada sambenito, y era una cartela donde se escribían los “pecados” que había cometido el que lo llevaba, así todos sabían por qué lo castigaban o ejecutaban, y de ahí viene también la expresión de "colgarle a alguien "el San Benito" ...de haber hecho algo).
Se acompañaba el sambenito de un capirote o cucurucho de tela, cartón u otro material, que debían llevar colocado encima de la cabeza, en señal destacada de la penitencia que les había sido impuesta. Normalmente llevaba pintadas figuras alusivas al delito cometido o a su castigo (por ejemplo las llamas del infierno).
Con estas prendas penitenciales vemos gran cantidad de procesiones y actos de la Inquisición en obras pictóricas desde finales del siglo XV (cuando se instituyó oficialmente la Inquisición).
ADAPTACIÓN A LAS PROCESIONES
Por una lógica transposición del sentido penitencial, fue adoptado por algunas cofradías de Semana Santa e incluso por instituciones y cofradías que desarrollan sus actos en otros momentos del ciclo litúrgico del año.
Las hermandades sevillanas lo adoptaron en el siglo XVII, y la costumbre se extendió pronto a otras ciudades españolas. La tela que cae sobre la cara y el pecho sirve para ocultar el rostro y preservar la identidad del penitente.
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