John Updike, un escritor barthiano

Pocas veces es posible hallar, en un escritor de esta envergadura, semejante audacia para traducir en historias y conflictos algunos de los intríngulis de la teología,

05 DE ABRIL DE 2019 · 10:00

John Updike.,
John Updike.

Fui criado, sin ardor terrible, como luterano, y he mantenido un control sobre la religión a través de varios cambios de denominación desde entonces. Para mí es parte de ser humano, y mi propia vida sería más pobre si no creyera nada, o nada de contenido religioso. También se relaciona, en cierto modo, con la práctica de la ficción. Ya que, en última instancia, ¿por qué estamos describiendo estas vidas irreales e imaginarias, excepto para decir que la vida humana es importante? Tiene una dimensión que está más allá de lo animal y lo mecánico...

J.U., “A part of being human: John Updike explains his christianity

Gracias a la colaboración con el Dr. Alberto Roldán, con quien el autor de estas líneas comparte una gran afición por la teología de Karl Barth, fue posible prestar más atención a la interesantísima influencia que el teólogo suizo ejerció sobre el pensamiento y la obra narrativa de John Updike (1932-2009), uno de los mayores escritores estadounidenses. La cercanía entre ambos llegó hasta tal punto que se dice que tenía en su mesa de noche un ejemplar de Carta a los Romanos, el mítico comentario del teólogo suizo aparecido por primera vez en 1919, hace casi 100 años. Otro detalle importante es que Updike escribió un prólogo al volumen dedicado por Barth a Mozart en 1956. 

Creador prolífico, Updike es autor de más de 20 novelas y de una docena de colecciones de cuentos, así como poesía, ensayos, crítica literaria e inclusive libros para niños. Obtuvo dos veces el premio Pulitzer (1982 y 1991), además de otros reconocimientos. Entre sus libros más conocidos están: Corre, Conejo (1960), Las brujas de Eastwick (1984), La versión de Roger (1986), Conejo en paz (1990), La belleza de los lirios (1996), Busca mi rostro (2002), Mujeres (2004) y Terrorista (2007). La editorial Tusquets ha publicado buena parte de su trabajo en una colección dedicada a él.

 

Portada de La versión de Roger.

A su muerte, se resumió así su trabajo literario: “Como narrador exploró habitualmente las motivaciones humanas sobre el sexo, la fe, la razón última de la existencia, la muerte, los conflictos generacionales y las relaciones interpersonales, con un manejo casi artesanal del lenguaje” (Ángel Vargas, “Murió John Updike, ‘virulento crítico’ de la debacle de EU”, en La Jornada, 28 de enero de 2009). Calificado por el escritor mexicano José Agustín como un “un cronista sensacional y sumamente virulento y crítico de la clase media gringa. Sobre todo en su saga de Harry Conejo Armstrong, va mostrando cómo, conforme evoluciona la vida del personaje, va decayendo y deteriorándose la vida en Estados Unidos”. Hernán Lara Zavala, por su parte, lo ubica “como sucesor de J.D. Salinger y subraya que eso, aunado a sus colaboraciones como cuentista en The New Yorker, fue determinante para que no fuera demasiado radical en su postura política ni estilo. ‘Pero encontró la manera de darle la vuelta a eso y supo decir lo más fuerte sin palabras crudas’”. El mismo comentarista subrayó que “a pesar de que el escritor era protestante, puede considerársele uno de los más grandes del erotismo en la sociedad estadunidense. ‘Era extraordinario para narrar escenas de orden amoroso; sus personajes son muy importantes en ese sentido’”.

Sobre el realismo casi crudo que lo caracterizó, dijo: “En ningún lugar me siento más cómodo que instalado en la realidad, cerca de la gente normal. Es de ellos acerca de quienes escribo, acerca de la clase media, ni los más ricos y privilegiados, ni los más pobres, sino el ciudadano medio, los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir día a día en la lucha diaria que es la vida cotidiana”. Con estas afirmaciones coincide Eduardo Lago, quien escribió en El País:

…el conjunto de su obra de ficción constituye la mejor y más completa radiografía de la clase media de Estados Unidos, su país. Nadie ha sometido a examen con tanto rigor la fibra medular de la democracia norteamericana. En sus narraciones, Updike registra las frustraciones, pasiones y ansiedades de los hombres y mujeres que tratan de sobrevivir en la lucha del día a día, dando forma a frisos corales que logran rescatar de lo más hondo de unas existencias en apariencia anodinas, atisbos de grandeza, el fondo anhelante que da sentido a la vida. (“John Updike. El azote de la clase media”, en El País, 29 de junio de 2007)

La tinta ha corrido en algunos círculos para discutir la influencia de Barth en este autor fundamental. Luego de la muerte de Updike, José de Segovia escribió largo y tendido sobre eso (“John Updike: Entre la infidelidad y la gracia”, en Protestante Digital, 27 de enero de 2009), un texto ciertamente apasionado y ferozmente crítico. Sin afán de polemizar con él, hay que decir que es bastante duro con él, especialmente en lo relacionado con su estilo realista y por la forma en que asimiló sus lecturas teológicas:

Aunque Updike tuvo una educación luterana, y asistía a una iglesia episcopal, su teología es claramente barthiana. Con todo lo bueno, pero también todo lo malo de la neo-ortodoxia de Barth. El Dios de Updike es un Dios trascendente, pero soberano. ′Nunca entendí las teologías que absuelven a Dios de los terremotos y tifones, de los niños que mueren de hambre′, afirma el escritor en una de sus más conocidas entrevistas. “Si ciertamente es Dios quien lanza el rayo fulminante, este Dios está por encima del Dios bueno, que podemos venerar y despierta nuestra simpatía”. Para Updike, “hay un Dios feroz, por encima del Dios amable”. No es un Dios fruto de nuestros deseos e imaginación...

El problema es que con el cristo-nomismo de Barth (Cristo como la única ley), su fe parece carecer de implicaciones éticas. Todo suena sospechosamente a una justificación de nuestra infidelidad. Algunos se preguntan si esta visión de la gracia de Barth no tuvo algo que ver con la dudosa relación que el teólogo de Basilea mantuvo durante años con su secretaria.

A diferencia de las opiniones vertidas en ese artículo (valga la aclaración: Charlotte von Kirschbaum fue mucho más que una simple secretaria para Barth; fue una auténtica interlocutora teológica, más allá del equívoco producido por su relación personal; véase: Eleanor Jackson, ed., The question of woman: The collected writings of Charlotte von Kirschbaum. Grand Rapids-Cambridge, Eerdmans, 1996), la crítica literaria ha señalado varias novelas en donde se aprecia mejor la influencia de Barth, y de la teología en general, en su trabajo narrativo. En lo que sigue hay una gran deuda de fondo hacia Jack De Bellis, quien publicó The John Updike Encyclopedia (Westport-Londres, Greenwood Press, 2000) que, como anuncia su título, es una inmersión total en el universo updikiano, ¡pues se refiere incluso a los personajes principales por separado!

 

Portada de La belleza de los lirios.

La entrada correspondiente (pp. 47-49), que facilita el acceso a ese submundo interpretativo, inicia recordando que el autor de La proclamación del Evangelio fue una de las mayores influencias, sobre todo cuando Updike “experimentó ansiedad al casarse mientras estudiaba en Harvard y al comenzar su carrera” y, luego en Inglaterra (1954-1955) al sentir “terrores existenciales” lo leyó junto a Hilaire Belloc, G. K. Chesterton, C. S. Lewis y Søren Kierkegaard, aunque a Barth lo siguió frecuentando en los años 70. Además, agrega De Bellis, “como Roger Lambert (protagonista de La version de Roger) Updike leyó primeramente La Palabra de Dios y la palabra del hombre y a Bertrand Russell (a quien Burton colocó junto a Barth en su biblioteca (Dentistry and Doubt, en The same door, 1959)”. Barth “popularizó la idea del Deus absconditus (‘Dios ausente’) que se comunica con la humanidad sólo a través de la oración”, lo que puede advertirse en relatos como Plumas de paloma y El astrónomo (en Plumas de paloma, 1962), en donde “los héroes de Updike están atrapados por el horror físico de la muerte y el miedo a la soledad cósmica y no encuentran una cura real para estos sentimientos. Para Barth, según dijo Updike en una entrevista, ‘la acción concreta pensada era más o menos desesperada para producir algún resultado absoluto’”.

Según De Bellis, las novelas más importantes en donde se advierte la presencia barthiana son: El centauro (1963), Corre, conejo, En torno a la granja (1965) y La versión de Roger. En la primera, “aparece un epígrafe de Barth que afirma que la ansiedad se produce cuando el hombre en su límite intenta alcanzar a Dios en el suyo. Pero en el último capítulo, el cielo y la tierra están unidos en las imágenes, al igual que las imágenes de la naturaleza pastoril se alternan con la historia realista de invierno. Las analogías míticas de Updike subrayan la unión de fronteras al mostrar la parte animal y la divina de los seres humanos. Incluso en la descripción de la evolución de George Caldwell, surgen las ideas barthianas, en palabras del crítico George Hunt”.

En Corre, conejo, Harry “Rabbit” Angstrom “es igualmente una criatura que lucha por pasar de los límites humanos a los espirituales, hacia la “cosa que quiere que encuentre”, y su ministro, Fritz Kruppenbach, un personaje inspirado en Barth. aparentemente, lo ayudó a darse cuenta de que Dios es ‘completamente otro’ y que la principal prueba de su existencia es a través del deseo de conocerlo. Pascal, quien proporcionó el epígrafe de la novela, rindió homenaje, como Barth, al Dios ausente”. De Bellis añade que “se ha argumentado que esta novela procede de ideas barthianas. “Una paráfrasis de la sección ‘Hombre y mujer’ de la Dogmática de la iglesia: una selección, fue escrita como una pieza separada y luego se convirtió en un sermón sobre Adán y Eva”. A su vez, en En torno a la granja, “luego de que Joey Robinson y su madre escuchan el mensaje de un joven ministro, su discusión del sermón ayuda a la reconciliación”.

 

Portada del Mozart de Barth con prólogo de Updike.

En La version de Roger, el protagonista “acepta al Dios de Barth como algo completamente diferente, y encuentra su propia seguridad al ser colocado ‘totalmente al otro lado de la humanidad’. Lambert, el personaje más barthiano de Updike, lo cita de memoria, identifica sus títulos en alemán y, motivado por pensamientos sobre la estructura de un comentario imprevisto de Verna Ekelof, aclara la observación de Barth de que aquellos que han querido el caos no tienen derecho a ordenar. Lambert se siente aliviado, después de no recordar un título de Barth, de recuperar el libro y descubrir el importante pasaje de ‘La tarea del ministro’ en La Palabra de Dios y la palabra del hombre [1928], en la que descubre la siguiente intuición: ‘El Dios que se sostuvo hasta el final de una manera humana no sería Dios’. Como especialista en los padres de la iglesia, Lambert encuentra consuelo en el hecho de que, como Tertuliano, Barth vio que ‘la carne es humana’. Esta idea lleva consigo el entendimiento bíblico de que ‘la carne’ incluye la rebelión del intelecto contra Dios, no solamente la lujuria”.

La entrada concluye refiriéndose a las ideas barthianas en otros textos de Updike:

Updike ha señalado repetidamente que un Dios que no es parte de los asuntos humanos cotidianos no es muy real para él. Barth le proporcionó un Dios que se inserta en todos los aspectos de su creación, lo que le permitió a Updike “abrirse al mundo de nuevo”. Así que Barth, junto con T.S. Eliot, G.K. Chesterton y Miguel de Unamuno, lo ayudó a “creer” (A conciencia, 1989) Aunque Updike diría que le afectaba el estilo de “dandismo barthiano” (A conciencia), Barth le ofreció una manera de dominar la ansiedad, como se muestra en su “Oda a la entropía” (Facing Nature), en la cual Barth insiste en que la oración por una fe más fuerte es la única plegaria no rechazada. Personajes como Jerry Conant aparentemente leen a Barth (junto con Gabriel Marcel y Nikolai Berdyaev) para recuperar esa fe (Cásate conmigo, 1976).

El panorama concluye con una serie de observaciones acerca de otros textos, incluso ensayísticos:

El primer ensayo de Updike sobre Barth, reimpreso en Prosa surtida [Assorted prose, 1965], muestra que Updike prefería las ideas de Barth sobre las de Paul Tillich, más orientado socialmente o incluso Kierkegaard, el teólogo de la crisis, porque de Barth aprendió a decir que “lo peor de nuestra condición terrenal” puede ser cambiado por una “escandalosa redención sobrenatural” (A conciencia). Además, Barth sugirió el posible divorcio de la teología de la moralidad, algo que Lambert descubre que lo relaciona con la idea de que “la carne es el hombre” (La versión de Roger), de Tertuliano. Esta idea motiva a hombres como Piet Hanema (Parejas). Asimismo, la propensión de Barth a la ambigüedad, la paradoja y la “nada” fue dramatizada por Updike en Las brujas de Eastwick y explorada en su introducción a “Sondeos en el satanismo” (Piezas recogidas, 1966). Updike a menudo vinculó a Barth y Kierkegaard para elogiar a los teólogos que más lo influyeron. Son calificados como santos en “Die Neuen Heiligen” (“Los nuevos santos”, Postes de teléfono y otros poemas, 1963) y héroes en “Midpoint” (Punto medio y otros poemas, 1969). La introducción de Updike al Wolfgang Amadeus Mozart, de Barth señala que la capacidad del músico austriaco para decir Sí fue “la textura exacta del mundo de Dios” (Trabajos impares: ensayos y crítica, 1991).

Bien vale la pena cerrar este artículo con un intento de traducción del poema mencionado arriba, “Los nuevos santos”, en donde Updike celebra a Barth y otros autores entrañables para él:

Los nuevos santos

Kierkegaard,

un lisiado y danés

desdeñado para casarse,

la consecuente tensión

sacó los giros de los cuchillos

rudos de su ingenio

que destrozaron el ideal

y a él mismo en pedacitos.

 

Kafka, un abogado

y ciudadano de Praga,

se volvió compasivo

en la niebla metafisica

y tosiendo de risa,

juzga a sus acusados,

todos culpables del destino.

 

Karl Barth, más sano,

casado, y suizo,

vivió más tiempo, sin embargo,

tomó escaso confort a partir de esto;

¡No!, gritó, echando raíces

en total desesperación

el credo que la cultura

dejó flotando en el aire.

 

John Updike.

Quizá haya que decir, después de este abordaje, que Updike tuvo el Barth que merecía, esto es, que la innegable deformación de esa teología que practicó en sus textos (algo bastante usual) fue una de las condiciones sin las cuales no hubiera podido desplegar el enorme talento que se muestra en sus relatos. Pero lo que se debe reconocer es que pocas veces es posible hallar, en un escritor de esta envergadura, semejante audacia para traducir en historias y conflictos algunos de los intríngulis de la teología, casi siempre es atacada por su incapacidad para aterrizar en la realidad. El binomio realismo-teología barthiana, en este caso, además de inédito y sorprendente, abre la puerta para análisis mucho más minuciosos y atentos a las formas en que la fe se desdobla en la expresividad literaria respetable.

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