Los camellos de la Biblia

Eran mamíferos rumiantes capaces de recorrer más de cien kilómetros al día sin comer ni beber. Sus largas patas están perfectamente diseñadas para caminar por las arenas de lo desiertos.

14 DE FEBRERO DE 2019 · 18:00

Dromedario descansando junto a su dueño, próximo a las famosas pirámides de Egipto, a la espera de ser alquilado por algún turista. / Antonio Cruz,
Dromedario descansando junto a su dueño, próximo a las famosas pirámides de Egipto, a la espera de ser alquilado por algún turista. / Antonio Cruz

Y se sentaron a comer pan; y alzando los ojos miraron,

y he aquí una compañía de ismaelitas que venía de Galaad,

 y sus camellos traían aromas, bálsamo y mirra, e iban a llevarlo a Egipto. (Gn. 37:25)

El camello se cita en la Biblia casi sesenta veces. El término hebreo que se emplea para referirse a él es gamal, גָּמָל. Mientras que en arameo, es gamala, גָּמָלָא, en griego kámelos, κάμηλος, y en latín camelus, de donde pasó a las lenguas occidentales europeas. En realidad, el animal mencionado en las Escrituras es el dromedario (Camelus dromedarius) ya que el verdadero camello (Camelus bactrianus) presenta dos jorobas en vez de una y es propio de ambientes mucho más fríos del Asia Central. Ambas especies, no obstante, han sido muy utilizadas por el hombre como medio de transporte desde la más remota antigüedad.

Sobre este último punto, existe un debate entre arqueólogos, historiadores y teólogos en torno a la época en que se produjo la domesticación de este animal.

En la Biblia se sitúa al camello ya en el tiempo de los antiguos patriarcas hebreos, como Abraham y Jacob (Gn. 12:16; 30:43). Rebeca fue transportada a lomos de un camello cuando fue al encuentro de Isaac (Gn. 24:64). Los ismaelitas que se llevaron a José a Egipto también los usaban como animales de carga en sus desplazamientos (Gn. 37:25). Esto significa que, según la historia bíblica, los dromedarios ya habían sido domesticados por el hombre en el segundo milenio antes de Cristo. No obstante, como la arqueología no suele aceptar los datos bíblicos como verdaderos hasta que no se confirman mediante alguna prueba externa a la Biblia, resulta que cierto descubrimiento realizado en Aravá, al sur del Mar Muerto, vino a poner en duda la antigüedad que le atribuye la Escritura. En efecto, dos investigadores de la Universidad de Tel Aviv, después de estudiar y datar mediante radiocarbono restos de huesos de camellos encontrados junto a antiguas minas de cobre, llegaron a la conclusión de que eran de finales del siglo X a.C. Es decir, de un milenio después de la época de Abraham.[1] Como suele ocurrir con frecuencia, pronto aparecieron los titulares sensacionalistas de los escépticos que aseguraban que la Biblia estaba equivocada.

 

El verdadero camello, como estos ejemplares del Zoo de Barcelona, poseen dos grandes jorobas en lugar de una y viven en terrenos fríos del Asia Central. No son los que habitualmente se mencionan en la Biblia. Se cree que también fueron domesticados por el hombre hace más de 4000 años. / Foto: Antonio Cruz

No obstante, en la interpretación de dicho descubrimiento se pasó por alto una reflexión fundamental. El hecho de que aquellos huesos de camello fueran del siglo X a.C. no demuestra que antes de tal fecha no hubiera podido haber camellos domesticados en la región. La ausencia de pruebas no es prueba de su ausencia. O lo que es lo mismo, que no se hayan encontrado restos de ellos, no significa que no existieran. Es verdad que, hasta ahora, la arqueología no ha encontrado restos orgánicos de tales animales que daten del segundo milenio antes de Cristo, pero sí existe constancia de su existencia en Egipto. En Asuán hay un grabado de la VI Dinastía con la imagen de un dromedario conducido por un jinete. Dicha Dinastía de Egipto se desarrolló entre los años 2324 y 2160 a. C. Lo cual confirma que la domesticación del camello se habría producido ya en el tercer milenio, tal como afirma la Biblia.[2]

Posteriormente, después de la conquista de Canaán, los hebreos se tornaron sedentarios y dejaron de utilizar al dromedario, por lo que su uso quedó relegado a las tribus nómadas que se desplazaban por el desierto. A pesar de todo, los adinerados seguían poseyendo estos animales ya que los empleaban para sus viajes por las regiones desérticas y para el transporte de mercancías.

La Biblia afirma que Job era dueño de un gran número de estos animales (Job 1:3; 42:12); de la misma manera, el rey David tenía muchos camellos (1 S. 27:9), algunos de los cuales eran botín de guerra; los ismaelitas estaban encargados de cuidar los camellos reales (1 Cr. 27:30); los madianitas emplearon camellos en sus batallas tribales (Jue 6:5); también los usó Ciro para fines bélicos, colocando dos arqueros sobre cada animal (Is. 21:7) y, en fin, la posesión de muchos camellos se consideraba como sinónimo de riqueza, abundancia o bendición (Is. 60:6). Sin ellos, hubiera sido imposible el desarrollo de importantes rutas comerciales.

Los dromedarios, o camélidos de un sola joroba, son originarios de la Península Arábiga, donde pueden llegar a soportar más de 50º C de temperatura. En cambio, tal como se ha señalado, los camellos de dos jorobas son oriundos del Asia Central y están adaptados a vivir en ambientes con inviernos largos y fríos, como los que se dan en el desierto de Gobi. El rasgo visible que mejor diferencia ambas especies es, sin duda, las jorobas. Se trata de una estructura formada fundamentalmente por tejido graso, del que pueden obtener energía al deambular por los desiertos inhóspitos y pobres en alimento. Además les protege contra la excesiva pérdida de calor por las noches o cuando bajan demasiado las temperaturas. De ahí que el camello, que vive en ambientes fríos, presente dos jorobas. También, en relación con el lugar en que habitan, está el distinto tipo de pelaje de estos resistentes animales. Los camellos tienen un pelo largo que se vuelve espeso en invierno y debe mudarse en verano, mientras que los dromedarios lo tienen corto todo el año, con el fin de poder disipar mejor el calor. Los camellos son más pequeños, robustos y pesados que los dromedarios, sus patas son más cortas y adecuadas para terrenos montañosos y helados, mientras que a los dromedarios, más esbeltos, sus largas extremidades les resultan útiles para elevar algo sus cuerpos de las ardientes arenas de las dunas desérticas. Esta adaptación les permite no calentarse tanto y viajar más rápidamente.

 

Foto: Antonio Cruz

Los pies de los dromedarios o camellos de Arabia son anchos y sólo tienen dos dedos. Esta disposición hace que, al apoyarlos en el suelo, las plantas se ensanchen, evitando así que el pie se hunda en la arena del desierto. Además, la planta de cada pie está recubierta por una gruesa capa aislante que les protege de las ardientes arenas de las dunas. Al caminar, mueven los dos pies de un mismo lado de su cuerpo y después los del otro lado. Esto recuerda el movimiento de balanceo de los barcos, de ahí que se les llame “barcos del desierto”.

Aunque en la Biblia se habla tanto de camellos como de dromedarios (Is. 60: 6), en realidad, son estos últimos, los que figuran en ella con mayor frecuencia. Eran mamíferos rumiantes capaces de recorrer más de cien kilómetros al día sin comer ni beber. Sus largas patas están perfectamente diseñadas para caminar por las arenas de lo desiertos. Sólo presentan dos únicos dedos con uñas, unidos por una almohadilla plantar. Debajo de la panza poseen un conjunto de celdas acuíferas que constituyen una reserva de agua metabólica.

El carácter del dromedario es bastante imprevisible. Le dan arrebatos de cólera. Puede alterarlo cualquier ruido imprevisto como el grito de un ave. No olvida fácilmente los agravios y se muestra vengativo. Puede llegar incluso a morder a su dueño o a desmantelar toda una caravana cuando se enfurece. A pesar de todo, son más los beneficios que le aporta al ser humano que los inconvenientes de su talante variable. Los israelitas tenían prohibido comer su carne (Lv. 11:4; Dt. 14:7), sin embargo, los árabes podían hacerlo. Su piel era usada para elaborar tiendas y vestidos. Incluso la leche de camella estaba en la base de la alimentación de los beduinos.

En el Nuevo Testamento, el Señor Jesús se refiere al camello para señalar la imposibilidad de algunas cosas: “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mt. 19: 24). También lo usa para resaltar la hipocresía de los fariseos: “¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!” (Mt. 23: 24). En este último sentido, el teólogo del siglo XVII, Nathanael Hardy, escribió:

Si nuestras ofensas han sido no como mosquitos, sino como camellos, nuestro castigo habrá de ser no una gota de agua, sino un océano entero. Los pecados carmesí requieren lágrimas de sangre; y si Pedro tuvo que llorar amargamente, es debido a que pecó vergonzosamente. Por tanto, si tu vida anterior ha sido una retahíla de iniquidades, una gruesa cuerda trenzada con hilos de pecado, un escrito repleto de borrones, un torrente manchado con transgresiones diversas y graves: multiplica tus confesiones y amplía tu humillación; dobla tus ayunos y triplica tus oraciones; derrama tus lágrimas y exhala profundos suspiros. En una palabra: incrementa tu arrepentimiento y humillación, aunque eso sí, sabiamente y con medida, pues como dice el apóstol en otro pasaje de la Escritura: “no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza”, pues cuentas con la plena seguridad de que ante tu arrepentimiento sincero y apropiado, la bondad divina va a perdonarte sin excepción todos los pecados cometidos.[3]

 

[1] protestantedigital.com/.../La_arqueologia_apoya_que_Abraham_si_tenia_camellos

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Dinastía_VI_de_Egipto

[3] Hardy, N. en Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, p. 809-810.

 

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