Los garbanzos de la abuela

Un nuevo cuento de Antonio Cárdenas.

12 DE OCTUBRE DE 2017 · 21:10

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Aquel médico novato empezó pisando fuerte. Cuando empezó a ejercer como médico de familia de su pueblo se propuso mejorar en poco tiempo la salud de sus habitantes.

Un día apareció en su consulta una abuela de noventa y cinco años que se quejaba de un incipiente callo en el dedo gordo del pie derecho. Al parecer estaba muy alarmada, era lo peor que le había ocurrido desde hacía muchísimos años.

Esa preocupación senil despertó en el médico su instinto hipocrático, tan antiguo como necesario para que los enfermos curen. Vamos bien.

Descuidando el callo, el médico fue preguntando de todo: hábitos alimentarios, defecación, ejercicios mentales, le pidió que describiera cómo era un día de su vida, etc.

Cuando la inocente abuela le dijo que almorzaba una ración de ensalada, y cenaba una pieza de fruta, el médico se puso las manos a la cabeza. La pobre abuela se asustó todavía más, como si hubiera cometido una grave infracción. Le diagnosticó trastorno nutricional severo.

—Va a seguir una dieta rigurosa, que irá aumentando de día en día.

La abuela mostró cierto escepticismo. A estas edades ya se sabe.

—Hágame caso, si ha podido llegar a esta edad con su precaria alimentación, gracias a una dieta más completa podrá superar la barrera de los cien.

A pesar de salir cojeando de la consulta, la abuela se olvidó del callo. Era necesario atajar lo más grave y el joven médico inspiraba confianza.

Así que comenzó la campaña de mejora alimentaria. Poco a poco fue aumentando la cantidad de alimentos incorporando carnes, pescados, legumbres, frutos secos… etc. Llegó el día en que creyó que podía ingerir mayor cantidad de legumbres.

Se preparó la abuela toda ufana un potaje de garbanzos, judías y acelgas. Pero sucedió algo inesperado. Allí sentada, haciendo la sobremesa, la pobre vieja se quedó traspuesta, el vientre se le hinchó, y ante la imposibilidad de evacuar los gases que los garbanzos le produjeron, explosionó como lo haría una botella de cava.

El conocimiento de este suceso traspasó las fronteras y desde entonces todos los ancianos del mundo comenzaron a recelar de las soluciones atrevidas de médicos pardillos con mejor voluntad que acierto en el arte de curar.

Ésta y no otra es la explicación de por qué cuando a nuestros mayores les decimos que vayan al médico por algún motivo, ellos contestan desconfiados: “No, no voy, no sea que me encuentre algo peor”. Razón no les falta.

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