Él sí que ata

—Ya está. ¿Qué te parece si hacemos de policías de la conducta?

06 DE OCTUBRE DE 2016 · 19:40

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Avanzaban los días estivales del año 1780. Dos jóvenes de la ciudad alemana de Rhauderfehn correteaban por sus calles, mercado, orillas del río, bodegas, galerías de arte… sin una intención clara.

Hacía mucho calor y las largas vacaciones escolares permitían divertirse y aburrirse a partes iguales.

Johann Cristian Reil y Kurt no eran muchachos conflictivos, procedían de familias de buena consideración en la ciudad. Pero salir del tedio les llevaría aquel día a una conducta temeraria.

Kurt llevaba encima un atado de cuerdas sin saber por qué. Pensando, pensando…

—Ya está. ¿Qué te parece si hacemos de policías de la conducta? Siempre se apresa a ladrones y asesinos, pero ¿y los vagos? ¿Y los malos maridos? ¿Y los niños inquietos? ¿Y los fantasiosos? ¿Y los desarreglados? Ellos también merecen una penalización que nadie les da y se la vamos a dar nosotros.

— ¿Qué estás ideando?— preguntó Johann.

Sin pensarlo dos veces, Johann ya tenía atado a un árbol con cuerdas al primero que se le cruzó por delante. Su fortaleza física facilitó aquella reducción.

—Pero, ¿qué está haciendo?— protestó su víctima.

—Usted se acaba de gastar todo el dinero de su familia en el casino, y merece un castigo— le aclaró Kurt.

Y así, uno tras otro, iba llenando los árboles y las farolas por donde pasaba de gente retenida por supuestas faltas de conducta. Todas las imputaciones eran imaginarias, pero no su penalización.

—Su religiosidad raya lo mórbido. Quédese aquí hasta que reniegue de su extremismo.

—Usted no pisa con los pies en el suelo. Esta sujeción le hará volver a la realidad.

—Usted es un potencial suicida que intenta manchar el buen nombre de su familia. Este árbol le hará desistir.

— ¡Vago! ¡Más que vago! Póngase a trabajar y sea productivo.

— ¡Borracho! ¿Cuándo beberá su última copa?

—Usted no ha hecho nada, pero su modo de vestir le delata.

—Su inquietud molesta a la gente de bien, un rato sujeto a este tilo nos devolverá la tranquilidad a todos.

Cuando ya tenía atadas alrededor de 25 personas, había pasado el tiempo suficiente para que la policía diese con ellos.

Se asustaron como jóvenes a pesar de que no tenían antecedentes penales.

—Así que os dedicáis a atar a los viandantes por puro gusto— dijo el policía.

—Él sí que ata, yo solo le miro— dijo Johann intentando zafarse.

Bastó la reprimenda de la autoridad policial y una fianza correctiva que saldaron sus progenitores, para que los jóvenes recuperaran la libertad.

Las declaraciones de estos atadores se publicaron en la prensa del día siguiente, ante el asombro y la jocosidad de los ciudadanos. Un error tipográfico hizo que la salida huidiza de Johann “él sí que ata”, apareciese como “él si qui atra”. Término que comenzó a utilizarse como muletilla burlesca de uso coloquial en Rhauderfehn.

Sin quererlo, Johan Cristian Reil haría famosa su ciudad al acuñar para la posteridad el término “psiquiatra”, con el que se nombra desde el 1808 hasta el día de hoy a los profesionales de esta rama de la medicina.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cuentos - Él sí que ata