Cómo compartir tu fe

A veces, surge la pregunta: ‘Como representante de Jesús, ¿qué es lo más importante: la vida que vivo o las palabras que digo?’ . ¡Es como preguntar cuál de las alas de un avión es más importante, la izquierda o la derecha!.

15 DE OCTUBRE DE 2015 · 20:20

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Un fragmento de "Cómo compartir tu fe", de Paul Little (Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí.
Para comenzar, debemos ser realistas acerca del mundo en que vivimos. Los tiempos están cambiando más rápidamente que nunca en la historia. Aunque Jesucristo es el mismo -ayer, hoy y siempre-, estos cambios matizan las actitudes y la receptividad de las personas a quienes evangelizamos.

Mi generación se crió jugando a los vaqueros y los indios, a ladrón y policía, con muñecas de trapo y de papel. Hoy día, los niños viven con el incesante ruido de la tele de fondo, donde elaboradas fantasías son protagonizadas por monstruos, fantasmas y “transformers”. Mientras van creciendo, los niños acaban casi totalmente sumergidos en un mar de videojuegos y música electrónica.

Los adultos de hoy también tienen sus propios juguetes electrónicos; cada año llegan unos nuevos y los del año pasado quedan obsoletos. Además, la explosión de la información ha convertido al mundo entero en una sola “aldea global” y nos ha dado a todos un asiento de primera fila desde donde podemos observar todos los grandes sucesos que ocurren alrededor del mundo.

Como resultado, las personas están expuestas a una amplia gama de culturas y normas; solo les corresponde elegir qué quieren creer. Y junto a todo esto, los medios de información nos bombardean constantemente con imágenes de un futuro lleno de ingeniería genética, de investigaciones sobre nuestros códigos cerebrales y de máquinas ecológicas que lograrán extraer alimento de la luz solar y del aire. El cambio más universal en los años recientes es, sin lugar a dudas, la digitalización y miniaturización de todas las áreas de la vida (…).

El Cristianismo es realista

Los cristianos no podemos vivir con la cabeza en un agujero, ignorando la realidad. Cuando escuchamos noticias de abuso y violencia en nuestros barrios, no nos debería sorprender. Lo importante es que estemos convencidos, sin duda alguna, de que la fe cristiana tiene un mensaje para todos los aspectos de la vida humana, que su verdad ha transformado nuestras vidas y que tiene un valor incalculable para todo el mundo.

La tentación de aislarnos y evitar entender nuestro mundo es semejante a las filosofías que afirman que toda la realidad (incluso el pecado) está en la mente. La fe cristiana no es tan espiritual y enajenada como para negar la realidad de este mundo ni la existencia de la materia. La fe cristiana afirma que las cosas materiales existen; sin embargo, mira más allá de ellas para ver las espirituales, la realidad máxima.

Jesucristo se enfrentó al meollo de este asunto cuando alimentó a los cinco mil con cinco panes y dos peces. Jesús vio la necesidad de la multitud y los alimentó. La gente, asombrada por este milagro, quiso reclutarlo como su líder. ¡Tener un rey así sería genial! Sin embargo, nuestro Señor se alejó de ellos, como solía hacer cuando la gente le seguía por las razones incorrectas. Al día siguiente, cuando le encontraron, él mismo les dijo que sólo le seguían porque habían comido pan hasta saciarse. Luego habló sobre el asunto de lo material y lo espiritual: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual os dará el Hijo del hombre” (Juan 6:27).

Jesús enseñó que la comida material es real. El hambre es real. El mundo de ciudades y calles, piedras, árboles y personas sí que existe. Pero él quería enfatizar que las realidades espirituales tienen un valor superior, que trascienden y duran más que las materiales. Al final, el mundo espiritual es lo que le da el verdadero sentido al mundo material.

Por supuesto que Jesús sabía que la gente estaba hambrienta. Por eso usó comida real para alimentarlos. No se conformó con orar por ellos y enviarlos con hambre a sus casas. Él los veía como personas completas, no como si fueran meras “almas” flotantes, sin cuerpo ni mente. Él también sabía que sus necesidades físicas y emocionales estaban íntimamente relacionadas con su hambre espiritual. Una vez habían escuchado su mensaje, Jesús les demostró que Él también se preocupaba por sus necesidades materiales. Incluso, en muchos casos, Él suplió primeramente las necesidades físicas.

 

Cómo compartir tu fe, de Andamio

Esto nos permite ver que Jesús tenía una sensibilidad extraordinaria para percibir las necesidades de las personas, tanto en su trato con multitudes como en sus encuentros individuales. Nos toca preguntarnos qué pasos debemos tomar para seguir su ejemplo. Primero, hemos de ser conscientes de la condición de aquellos que nos rodean, saber si están hambrientos, cansados, aburridos, solos, maltratados o rechazados. Debemos tratar de entender lo que ellos piensan, cómo se sienten y lo que aspiran ser y hacer (…).

Comienza con el que está a tu lado

Para desarrollar la sensibilidad que tenía Jesús, necesitamos tener contacto persona a persona. Como cristianos, debemos dejar de dirigirnos al mundo en su totalidad y concentrar la mirada en la persona que tenemos a nuestro lado. Esto es lo difícil, porque como dice un viejo refrán: Amar al mundo no cuesta mucho trabajo; lo difícil es amar al que vive a mi lado.

Sin duda, nuestra evangelización se pondrá en marcha cuando empecemos a relacionarnos personalmente con los demás. A menos que dejemos de teorizar y comencemos a llamar a la puerta de nuestros vecinos, jamás llegaremos a la médula de la evangelización. El evangelismo como un estilo de vida se inicia cuando hablamos con las personas que de alguna manera tienen que ver con nuestra vida. No es una relación rápida y superficial y no ocurre de la noche a la mañana. Requiere tiempo y sacrificio y, sobre todo, entrega.

Escucha

Un primer paso que debe resultarnos sencillo es empezar a escuchar a los que nos rodean. ¡He dicho escuchar, no hablar! Detente el tiempo que sea necesario para poder oír. Puede que te cueste, porque es más fácil ofrecer consejos o hablar de nuestras propias experiencias, que pensar en la otra persona. Si eres tímido por naturaleza, concéntrate en los sentimientos y preocupaciones de las personas que quieres alcanzar. ¿Se sienten incómodos? ¿Se les hace difícil conversar? ¿Cuáles son sus preocupaciones? No te permitas pensar sobre tus propias emociones. Verás que empezarás a proyectar calor y cariño hacia la otra persona. Haz como dijo alguien una vez: “Escucha con tu corazón, no con tu mente”.

En mi trabajo con estudiantes universitarios, me gusta sentarme en las aulas de la universidad e interactuar casualmente con todo tipo de estudiantes. Cuando oigo detalles sobre lo que piensan y lo que hacen en su tiempo de ocio, veo el mundo real. De igual forma, cuando viajo, tengo la oportunidad de escuchar a mis compañeros de viaje mientras me hablan de sus vidas lejos de casa. Sus comentarios suelen estar sazonados con una cantidad asombrosa de temores (…) Este es el mundo real y vale la pena escuchar y aprender. En el proceso, nos ganamos el derecho de contar nuestra propia historia (…).

Infórmate

Además de escuchar, otro paso para los que quieren seguir el ejemplo de Jesús es mantenerse informados acerca del mundo a su alrededor. Esto nos ayudará a todos los que sabemos que, si nos encerraran durante una hora con un no creyente, no tendríamos nada que decir. Leer un periódico semanal, escuchar las noticias de la tarde y aprender sobre las necesidades de nuestra comunidad nos ofrecerá un terreno en común, sobre el cual podemos edificar.

A medida que vayamos expandiendo nuestra base de información, comenzaremos a ver un trozo de la vida que es diferente al nuestro. Nos ayudará a relacionar el evangelio con situaciones reales y a tocar a la gente donde realmente les duele. La información nos puede ayudar a entender a un colega en el trabajo cuando nos habla acerca de su hijo drogadicto. Nos puede arrojar luz sobre el dilema de la madre soltera que necesita un amigo adulto para su hijo pequeño.

Cuando nuestro vecino nos confiese que su hija adolescente ha quedado embarazada, podríamos ofrecerle, además de apoyo en oración, información útil y pertinente. Es natural que los cristianos informados empiecen a querer más a su comunidad y a su mundo. La hermosa consecuencia de esto es que nos encontraremos trabajando mano a mano con ese mundo que Jesús vino a redimir.

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