Una nueva narrativa evangélica (1): Escobar, Park, argot y artesanos de la palabra

“Debemos volver al estilo de comunicación de Jesús: la narrativa a través de historias”. ¿Qué eran, si no, las parábolas? ¿Qué son, si no, los Evangelios? Puro periodismo.

02 DE ABRIL DE 2015 · 21:55

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Cuando el mundo de los negocios se apropia de alguna técnica de toda la vida y empieza a usar su acepción en inglés, mal vamos. Escuché hace poco a un personaje popular en el circuito evangélico —no nos engañemos, deberíamos despojarnos de cierta endogamia— defendiendo la necesidad del uso del storytelling para explicar el Evangelio. "Al hombre le gustan las historias", vende una de esas peligrosas empresas de márqueting emocional, "y los personajes pueden ser tu marca, tu empresa, tu negocio". Para ello, añade, necesitamos "saber qué quieres transmitir, encontrar una historia que encaje con los valores (!!!) de tu marca y ser creativos". Sí amigos, hay quien hace negocio contando estas obviedades de P5 a hombres de negocios que ven la luz, que descubren como conectar con "nosotros", esa amalgama amorfa de clientes, consumidores, audiencias, shares y cualquier otro concepto de comprador que se les ocurra. Y sí, en el ámbito protestante contamos con varios prestidigitadores parecidos, vendedores de crecepelo que pasean su carromato lleno de potingues por la red, embaucadores de teletienda trasnochada que nos acaban convenciendo de usar revolucionarias técnicas que no son más que malas prácticas de coaching barato aderezadas con psicología emocional  y un bonito diseño. A ver, repito, nos retan a...contar historias, a transmitir relatos usando argumento, personajes y distintos puntos de vista narrativo.

Eso, amigos, ya existe. Se llama literatura, narrativa, como quieran, pero ya existe. Y no, no es una herramienta teórica que cualquier becario con pretensiones de community manager —otro anglicismo chachi piruli— puede llevar a la práctica. Atiendan, la narrativa es anterior a la escritura y, de hecho, todavía pululan por el mundo varias culturas basadas en la tradición oral, especialmente en África, con cientos de idiomas que ni siquieran cuentan con una gramática o una traslación escrita. Ese storytelling tan molón resulta que lo aplicaban culturas primitivas con una mezcla de narrativa oral, música y hasta pinturas con vocación de perdurar en paredes y troncos u otras más efímeras en el suelo o hasta en la propia piel (de nuevo, amiguetes, siento romper un mito: los tatuajes —nada en contra, algunos hasta me fascinan— no son reflejo de modernidad alguna). La historia se transmite de boca en boca, alrededor de un fuego, a los pies de cualquier persona mayor —aunque nuestra cultura occidental está obviando ese legado—, con canciones para niños, con representaciones teatrales, con mil y una representaciones artísticas. Las narraciones se han escrito, explicado, tatuado, cantado, tallado, esculpido, impreso, jugado, fotografiado, filmado. Siempre.

No nos vengan, pues, con el cuento (nunca mejor dicho) de que ahora "hay que aprovechar las nuevas tecnologías", otro canto de sirena para vender humo. Todos sabemos que existe internet, gracias gurús. Todos sabemos que narrar y hacerse comprender requiere de un esfuerzo de adaptación cultural. Y sí, todos sabemos que el público debe (un imperativo que escucho a menudo, aunque discrepo de él) empatizar con la historia. "Son 2.000 euros por la formación, le pasaré factura", acaba soltando el cantamañanas que vende ese humo y que se ha limitado a corroborar algo que existe desde el principio de los tiempos, aunque su target (cuelo otro concepto molón) empieza en los socios y los accionistas para bajar a la plebe que, ansiosa, se lanzará a compartir los valores de nuestra marca (que sí, que fabricantes de zapatillas o de coches hablan de valores, lo juro por los guionistas de Mad Men). Aunque parezca paradójico, defiendo al máximo el uso de la narración, y más en el mundillo protestante, esa familia pequeña y feliz que, de tanto coleguismo, acaba usando un argot lleno de palabras y palabros que a más de uno le suena a chino o, simplemente, le echa para atrás.

A ver, lean: "En este contexto, los pastores y los fieles experimentan con preocupación algunas dificultades en la comunicación del mensaje evangélico y en la transmisión de la fe, dentro de la comunidad eclesial misma. (...) Hay muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio.  A veces parece que los problemas aumentan cuando la Iglesia se dirige a los hombres y mujeres lejanos o indiferentes a una experiencia de fe, a los cuales el mensaje evangélico llega de manera poco eficaz y atractiva. En un mundo que hace de la comunicación la estrategia vencedora, la Iglesia, depositaria de la misión de comunicar a todas las gentes el Evangelio de salvación, no permanece indiferente y extraña; al contrario, trata de valerse con renovado compromiso creativo, pero también con sentido crítico y atento discernimiento, de los nuevos lenguajes y las nuevas modalidades comunicativas.  La incapacidad del lenguaje de comunicar el sentido profundo y la belleza de la experiencia de fe puede contribuir a la indiferencia de muchos, sobre todo jóvenes; puede ser motivo de alejamiento (...) Hoy no pocos jóvenes, aturdidos por las infinitas posibilidades que ofrecen las redes informáticas u otras tecnologías, entablan formas de comunicación que no contribuyen al crecimiento en humanidad, sino que corren el riesgo de aumentar el sentido de soledad y desorientación. Ante estos fenómenos, más de una vez he hablado de emergencia educativa, un desafío al que se puede y se debe responder con inteligencia creativa, comprometiéndose a promover una comunicación que humanice, que estimule el sentido crítico y la capacidad de valoración y de discernimiento (...) La tradición cristiana siempre ha unido estrechamente a la liturgia el lenguaje del arte, cuya belleza tiene su fuerza comunicativa particular. Vean el ejemplo de la basílica de la Sagrada Familia en Barcelona, obra de Antoni Gaudí, que conjugó genialmente el sentido de lo sagrado y de la liturgia con formas artísticas tanto modernas como en sintonía con las mejores tradiciones arquitectónicas. Sin embargo, la belleza de la vida cristiana es más incisiva aún que el arte y la imagen en la comunicación del mensaje evangélico. En definitiva, sólo el amor es digno de fe y resulta creíble. La vida de los santos, de los mártires, muestra una singular belleza que fascina y atrae, porque una vida cristiana vivida en plenitud habla sin palabras. Necesitamos hombres y mujeres que hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valentía, con la transparencia de las acciones, con la pasión gozosa de la caridad (...)  Categorías como "verdad", "belleza", etc., están vaciadas de contenido hoy. Así, tal cual, ¡vaciadas! Lo feo se vende como hermoso y lo hermoso como feo; lo relativo como verdadero y lo verdadero como falso. El lenguaje refleja todo ese mundo de confusión y se crea una nueva Babel en esta cultura contemporánea donde hablamos mientras que los demás ya están entendiendo otra cosa y pensando en otras categorías mentales. El lenguaje cuanto más sencillo, más claro de entender y comprender. Lo artificioso es complicado. Hemos de buscar un lenguaje claro, directo, que apunte bien a la inteligencia y al corazón. Y eso no es nada fácil".

¿No es esto una defensa de la narrativa? Que levante la mano (háganlo, refuerza la lectura) quien esté de acuerdo en, al menos, un 90% de este fragmento. Espero. ¿Tantos? Vale. Yo también lo suscribo. Ahora, que levante la mano quien sepa, o crea saber, quién ha escrito tal proclama. Pocas manos, amigos. ¿Algún valiente? No creo que acierte. Allá voy: son palabras extraídas de un discurso... ¡del Papa Benedicto XVI! a los participantes de una asamblea del Consejo Pontificio para la Cultura en Roma (para más señas, en una sala de nombre delicioso, Clementina, el 13 de noviembre de 2010). Sí, el papa antipático, el anticuado, el predecesor del jesuita guay Francisco (así lo vendemos los propios protestantes basándonos en lo que Bergoglio mejor domina, y que a Ratzinger le fallaba: la capacidad de comunicar). Pero lean otra vez ese fragmento. Y sí, mantengan sus manos levantadas, pero no en plan pentecostal (otro día podemos hablar del argot gestual), sino de aprobación.

Perdonen que les hable de mí, pero provengo de un contexto católico en el que pasé por casi todas sus fases, desde la participación por costumbre de la infancia hacia el redescubrimiento de los grupos de base de la juventud, pasando por una adolescencia de alejamiento y esas dudas tan púberes. Todo cambió cuando conocí a personas vinculadas a lo que era casi como una especie en vías de extinción para mi, un colectivo silencioso (de acuerdo, durante muchos años también silenciado, pero no se puede vivir eternamente del victimismo pasivo), un mundillo en el que (casi) todos se conocen por haber compartido campamentos, campañas y conferencias. Redescubrí el mensaje de Jesús y lo entendí mejor que después de años de misa y catequesis, pero también topé con un argot evangélico, un anti-slang que poco tiene de coloquial e informal, un lunfardo, un spanglish nacido de la Reina-Valera de toda la vida. Todo argot busca diferenciarse de la lengua oficial, llegando a convertirse en un recurso inconsciente que hasta se convierte en poco comprensible para sus hablantes, pero que refuerza al grupo que, oh pobrecito, ha estado marginado en todo eso del túnel de la dictadura franquista. Mi primera sorpresa fue cuando alguien me habló de los males de la gente "del mundo". Estupor. Cara rara, seguro. ¿Mundo? ¿Ya no formo parte de él? De repente, parte del mundo (perdón, del mundillo) evangélico me trataba con el apelativo de hermano, me bendecía en lugar de saludarme y en cualquier conversación a pie de calle podían surgir palabros como ser salvos, exhortar, la sangre del cordero, yugo, llenarse del Espíritu Santo, orar (nunca rezar), alabar al Señor (nunca cantar), ministrar, ungido, gozo o gozoso (nunca alegría o, simplemente, estar contento), fornicar (bueno, tampoco es que este tema salga en cualquier sobremesa), membresía (siempre me sonó a dulce desayuno: membresía de grosella suena genial ¡no me digan que no!), congregación, escarnecer, necedad, partir a la presencia del Señor (¿morir no?), abominar... Que sí, que estoy tensando un poco la cuerda y no es más que vocabulario. Para aquellos que se hayan convertido ya de mayorcitos y no hayan vivido en un hogar evangélico, todo eso suena a argot, a idioma casi secreto que solo unos pocos pueden entender, aunque ¿no es, precisamente, todo lo contrario el objetivo del Evangelio? Ser claro, comprensible, atractivo, formar parte del imaginario de cualquiera. Que nadie se ofenda, ojo, y que nadie piense que ataco la riqueza del lenguaje cristiano. Para nada. Es un lenguaje heredero de una cultura, de una expresión de contenidos bíblicos y de sus interpretaciones, pero no podemos quedarnos ahí, gustándonos tanto que acabamos provocando rechazo. Propongo que nos abalancemos sobre conceptos tan bíblicos como el amor, la esperanza, el perdón, la paciencia y un interminable etcétera y los dotemos de contenido, reconstruyamos nuestra narrativa, dotemos a nuestras palabras de un storytelling sin florituras. Mientras nos esforcemos en hablar a alguien sobre la iniquidad de nuestro ser, quizá dejemos pasar la ocasión de contarle qué entendemos sobre el amor. Si no, ese amor se contaminará de romanticismo barato, de anuncios de colonia con voz en off que se cree Edith Piaf, de frases vacías de libros de autoayuda o de tópicos basados en la psicología emocional que todo lo ve y todo lo vende.

 

Samuel Escobar. / J. Torrents.

Hace unos días tuve el privilegio de asistir a una conferencia de Samuel Escobar en Sabadell. Teólogo, intelectual, pedagogo, escritor, referente en misiones y en acción social, reivindicador y todo un avanzado a su época. A sus 81 años, este peruano polifacético sigue defendiendo la necesidad de dar la vuelta a paradigmas que nos pueden estancar. Tiene claro que necesitamos "una nueva narrativa". En el caso de España, cuenta que "vive una cultura premoderna, moderna y posmoderna. Esta última busca una nueva narrativa, una nueva poética, y nos bombardea con ella, superando incluso el culto a la ciencia que había imperado hasta hace poco". Escobar habla de un mundo reconvertido en "un supermercado de opciones religiosas, con discursos que van desde tarotistas de televisión de madrugada hasta el resurgir de grandes religiones como el Islam". Esa narrativa, añade, "también nos tiene que servir para presentar el Evangelio". "Debemos volver al estilo de comunicación de Jesús: la narrativa a través de historias". ¿Qué eran, si no, las parábolas? ¿Qué son, si no, los Evangelios? Puro periodismo, tal como también defiende el biólogo y escritor Antonio Cruz. 

El escritor y doctor en Literatura Española Stuart Park escribió en el libro Literatura y Biblia que en los textos sagrados encontramos "una multitud de artesanos de la palabra" y que, citando a George Steiner, “hay creación estética porque hay creación”. Escobar suscribe esta idea y comenta que “la riqueza del mensaje bíblico tiene grandes secciones narrativas”, pero va más allá: “Debemos apostar por nuevas formas de comunicar, aunque sea volviendo al estilo de Jesús, a la raíz”. Escobar predica, nunca mejor dicho, con el ejemplo y todo lo viste con historias sencillas y próximas, la mayoría vividas en primera persona. Así, habla de la relación con un vecino suyo en Valencia, no creyente (¿No creyente también es argot, qué me está pasando?), que el año pasado le comentó que había “perdido” los días de Semana Santa porque estuvo cuidando a una tía suya enferma. “No perdiste ningún día”, le contestó don Samuel, “es lo que hubiera hecho Jesús”. En otra ocasión, el mismo vecino le comentó cómo le gusta comprar chucherías y juguetitos para los niños de su escalera, anécdota que sirvió para entablar una conversación sobre la petición de Jesús de dejar que los niños se acercaran a él. Esta narrativa, simple en la forma y ágil en aparecer en su mente, topa con ejemplos de (mal) uso de argot a pesar de efectuarse con toda la buena intención del mundo: un amigo de Escobar, con uno de esos perfiles evangelísticos natos, suele preguntar en todas partes sobre la fe de su interlocutor. Así, al entrar un día en unas oficinas se dirigió al conserje y le soltó: ¿Usted es salvo?”. El sorprendido empleado reaccionó sin inmutarse: “No, yo soy Manuel, Salvo trabaja en la primera planta”. En cambio, en el otro extremo encontramos a la hija de Samuel, que de pequeña leyó Las crónicas de Narnia y un buen día se acercó a su padre, que no le había contado nada sobre el posible significado del libro, y le dijo: “Papá, creo que cuando habla de Aslan, en realidad habla de Jesús”. Pues sí, amable lector que sigues aquí a estas alturas del artículo, C.S. Lewis sabía narrar, contar historias, huir de los estereotipos. Escobar tampoco entiende cómo muchos cristianos usan en su hablar diario, y de una forma demasiado habitual, conceptos como gracia, perdón o pecado, y reflexiona: “¿Se puede hablar del pecado sin usar la palabra pecado? Pues sí, ya que se puede hablar de la necesidad de paz con Dios”. En el otro extremo, en cambio, censura que la jerga evangélica no (ab)use conceptos como corrupción o pobreza y denuncia, sin citarlos, que “hay dos grandes diccionarios bíblicos que no contienen la entrada pobreza”. Pues eso.

 

Stuart Park.

Volviendo a Stuart Park, encontramos como alguno de sus libros reproduce el modelo de C.S. Lewis, buscando historias, alternativas, reinventando la narrativa. En Cartas a mis nietos, tal como destaca la escritora Jacqueline Alencar, Park “emplea un lenguaje cercano a los niños que les hace sentir parte de las historias. Esas historias son también suyas y les son familiares porque el autor es parte de ellas”. En una entrevista con Alencar en Protestante Digital, este licenciado en Filología Románica explica que la historia bíblica “es la más grande historia jamás contada y los autores la narran con una genialidad sin parangón”. No, parangón no es argot evangélico. Es palabra rara, nada más. Otro delicioso volumen de Park, Diez historias, recoge relatos vinculados a personajes bíblicos que son patrimonio de todos, desde Nicodemo y la mujer samaritana hasta Zaqueo o el ciego Bartimeo. Park lo tiene claro y es un exponente directo de esa nueva narrativa que reclama Escobar: “Mi aportación pretende ser divulgativa más que académica. Trato de llevar la literatura bíblica a la gente de a pie, hacerla práctica y personal, pero siempre desde un fondo serio, riguroso y objetivo.

En buena parte de mis artículos, cuando investigo acerca del tema, el autor, el libro, la película o lo que se tercie escogido, acabo topando con mi escritor evangélico favorito, y que antes ya se ha zambullido en el mismo río: José de Segovia. Este pastor, teólogo, escritor y yo que sé qué más es otro claro ejemplo de una narrativa diferente. Sus artículos y libros ahondan en cuestiones teológicas, pero lo hacen desde una perspectiva cercana a muchos de nosotros, especialmente con una visión desde el mundo del arte, entendido como un compendio (no, tampoco es argot) que va de la música a la literatura, pasando por la pintura, el cine o el macramé, lo que le echen. Sobre la aportación de Samuel Escobar, De Segovia publicó el año pasado un artículo en Protestante Digital titulado Un maestro que da ejemplo, toda una declaración ya de principios. El autor destaca el papel de Escobar como editor de revistas en Argentina ya en los años 60 y recuerda como “mi padre traía esas publicaciones a España, ya que tenía una librería evangélica casi clandestina (…) Hablaba con frecuencia de Samuel y creo que hizo con él un viaje a París, ya que le relacionaba con historias sobre un avión que perdió, con conversaciones en el aeropuerto o con un cartel que vieron en una iglesia francesa que decía Cerrado por vacaciones”. Imaginen, recuerdos basados en eso que reclama Escobar, en historias. Acerca del lenguaje de don Samuel, otra evidencia: “Me sorprendió su estilo fresco y ameno, poco habitual en autores de semejante calado teológico. Su lenguaje siempre ha sido sencillo y claro, sobre todo predicando”. Su propia vida está plagada de anécdotas interesantes que él (re)convierte en historias, desde su nacimiento —la matrona que atendió a su madre fue la misma que trajo al mundo al Nobel Vargas-Llosa— hasta recuerdos de historias sobre misioneros que leía en libritos que le regalaban por Navidad. Atiendan gurús, eso ya era storytelling. Escobar perdió recientemente a su mujer Lilly Artola, que sufría Alzheimer desde hacía una década, y nunca dejó de llevar a la práctica la mejor prueba de lo que significa la palabra amor, cuidándola hasta el último momento. Eso también es pura narrativa evangélica llevada a la práctica.

 

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