‘Miguel Hernández fue anticlerical pero no ateo’
"Miguel Hernández fue anticlerical, pero no ateo, sino creyente" dice Juan Antonio Monroy en el 75 aniversario de la muerte del genial poeta.
Protestante Digital · MADRID · 28 DE MARZO DE 2017 · 15:00
Un 28 de marzo de 1942, hace hoy 75 años, fallecía el poeta Miguel Hernández en prisión, víctima de una tuberculosis, y los diferentes trasfondos en los que vivió reivindican su legado.
¿Era Miguel Hernández ateo? ¿Volvió en sus últimos momentos vida al Catolicismo que impregnó su juventud? Juan Antonio Monroy, autor y colaborador de Protestante Digital, cree que el poeta fue anticlerical, pero que etiquetarle como ateo es una simplificación que no puede sostenerse.
Elche, Alicante y la población natal de Miguel Hernández, Orihuela, conmemoran al poeta, que nació el 30 de octubre de 1910. Madrid, donde el poeta entraría en contacto con los círculos más importantes de la literatura de principio del siglo XX, acoge diferentes actos.
Para muchos ya en el siglo XXI, recuerda Juan Antonio Monroy, las canciones de Joan Manel Serrat han sido la forma en la que han descubierto la literatura de Miguel Hernández. En 2010 el cantautor catalán publicó su segundo disco de homenaje al poeta alicantino: “Hijo de la luz y de la sombra”, con la letra de 13 poemas de Hernández. Ya en el 1972, y en un contexto mucho más difícil para el reconocimiento del poeta, Serrat había dado repercusión a la literatura de Hernández con un disco que titulaba con el nombre del autor.
De la vida de Miguel Hernández, Monroy destaca el fuerte contraste entre su Orihuela natal, profundamente católica, y las ideologías republicanas claramente anticlericalistas que llenaron su pensamiento unos años después.
NACIDO EN UN CONTEXTO MUY CATÓLICO
El “ambiente de clericalismo asfixiante” en el que creció Miguel Hernández, explica Monroy, marcó sus primeros escritos. Aprendió a coger la pluma en una escuela católica, e “inevitablemente” esto marcó su primera poesía. Pese a que su padre, que vivía del pastoreo y del comercio con cabras, le obligó a volver al trabajo del campo a sus 15 años, Hernández ya no perdería su pasión por escribir y poco más tarde publicaría su primer poema en un diario local.
De estos años de adolescencia surgió su amistad con Ramón Sijé (pseudónimo de José Marín Gutiérrez), que provenía de una clase acomodada y católica practicante. El círculo de amistades religiosas y la publicación de algunos de sus primeros trabajos en la revista Gallo Crisis, fundada por el propio Sijé, “abrieron para Miguel importantes horizontes en sus primeros años de poeta”. El entorno que le ayudó a hacer sus primeros pasos fue un entorno muy marcadamente católico.
EL CURA ALMARCHA, DETERMINANTE EN LA VIDA DEL POETA
En este mismo ambiente, otra persona que se cruzó en la vida de Hernández fue el cura Luis Almarcha, canónigo de la catedral de Orihuela y más tarde obispo de León. “Almarcha pagó las 425 pesetas que costó la impresión en 1933 de los primeros 300 ejemplares de Perito en lunas, uno de los más hermosos libros de Miguel Hernández”, explica Monroy. Esto fue otro impulso esencial para el aún joven poeta.
Pero al final de su vida, tras una Guerra Civil en la que Hernández acabó en el bando de los perdedores, las cosas cambiaron. El mismo Almarcha que había ayudado a lanzar su carrera literaria era ahora procurador en Cortes por designación directa de Franco, y Consiliario Nacional de Sindicatos el Régimen.
Cuando Hernández, ya hacia el final de su vida, estaba encarcelado, Almarcha le visitó. El poeta le pidió ayuda para pedir a las autoridades su traslado a un sanatorio antituberculoso penitenciario. Pero el clérigo esta vez “le falló cuando Miguel más lo necesitaba”, explica Monroy. Al líder católico del régimen le bastó con saber que Hernández se había casado por la Iglesia a última hora, y consideró que con ello su alma estaría salvada. Así que le dejó morir en su celda. “Tuberculoso, amargado, hambriento, traicionado por sus amigos, e ignorado por quienes podrían haberle ayudado”. Así fue el final de la vida de Hernández.
UNA BODA CATÓLICA PENSANDO EN SU MUJER Y SU HIJO
“Quienes pretenden conservar la imagen de un Miguel Hernández católico hasta el final utilizan como argumento el de su boda católica, realizada 24 días antes de su muerte”, explica Monroy. “Pero los biógrafos de Miguel concuerdan en que fue una boda forzada por las circunstancias”.
Josefina Manresa, a quien Hernández conoció en uno de sus viajes a Madrid, en 1933, y con quien se casó civilmente en el 37, quedaría en una posición muy frágil si su unión no era oficializada por el régimen antes de que el poeta muriera. “A Miguel le preocupaba la situación en la que iba a quedar Josefina”, así que en prisión, se casó con ella por la Iglesia Católica. “Inmóvil en el lecho, con las facultades reducidas al mínimo, ni tomó parte en el rito ni entendió las palabras del cura”.
Es más, explica Monroy que días antes, cuando Josefina le preguntó si era voluntad suya casarse por la Iglesia, Miguel le contestó por escrito: ‘De lo que me dices de si es por voluntad mía o no, te digo que no. Lo que para mí es una gran pena, para ti es una gran alegría’. Hernández moriría 24 días después.
POESÍA MARCADA POR SU CONCIENCIA SOCIAL
Miguel Hernández hacía tiempo que había renegado del catolicismo cerrado en el que vivió su infancia y adolescencia. A la vez que entraba en contacto con la élite literaria del momento y se hacía un nombre como poeta, sus convicciones fueron moviéndose hacia los ideales de la izquierda del momento. Al estallar la Guerra Civil se posicionó claramente y entró como voluntario en las tropas republicanas.
Durante esos tres años, “Hernández escribió mucha poesía social, la guerra y sus consecuencias están inevitablemente presentes en sus poemas de entonces”. Pero también “escribió artículos a favor de la República, arengó a las tropas en los frentes de batalla”.
A partir del 1938, sin embargo, empieza su “peregrinación carcelaria” que le llevará a recorrer muchas celdas en Huelva, Sevilla y Madrid, como prisionero. Hasta morir entre rejas.
ANTICLERICAL SÍ, PERO ATEO NO
”No es cierto que la muerte moviera a Miguel de sus convicciones anticlericales”, explica Monroy. “Ser anticlerical en España no ha significado necesariamente ser ateo, como ha pretendido durante siglos la Iglesia católica”. “Han sido legión los escritores que se han manifestado contra el dogma católico pero no contra Dios. Grandes figuras de las generaciones literarias del 27 y del 98 fueron anticlericales, pero creyentes en la inmanencia y trascendencia de Dios”.
También Hernández fue uno de ellos, defiende Monroy. El autor francés Louis M., en un breve libro titulado “Perfil religioso de la generación española del 36” considera que “a Miguel Hernández lo apartaron de la Iglesia Católica los propios sacerdotes pero él nunca se apartó de Dios”. Jesús Poveda, por su parte, afirma que “Hernández perdió la fe en su infancia, pero no la fe en Dios”.
REFLEXIONES DEL POETA SOBRE DIOS
Un ejemplo de su reflexión sobre Dios, destaca Monroy, es la obra “La morada amarilla” (1934), que en algunas líneas dice: “Pan y pan, vino y vino / Dios y Dios, tierra y cielo / Enguizcando a las aves y al molino / Pasa el aire de vuelo / Sube la tierra al cielo paso a paso / Baja el cielo a la tierra de repente / (una azul de llover cielo cencido bueno para marido): / cereal y vinícola en el raso / Dios al fin accidente / Hace en la viña y en las mieses nido”.
Este y otros varios poemas de Hernández muestran, según Monroy, que el poeta de Orihuela “no era ateo ni mucho menos, era anticlerical pero creyente”. Según Agustín Sánchez Vidal, en su libro “Miguel Hernández desamordazado y regresado”, la obra religiosa por excelencia de Hernández es “Quien te ha visto y quién te ve”. Siguiendo los modelos del siglo XVII, esta pieza de teatro escrita en prosa hace una síntesis sobre el transcurrir de la vida humana. En ella, Hernández habla de la evolución desde lo que el poeta llama el ‘Estado de las Inocencias’ a la ‘caída en el pecado y el crimen’.
“Personajes de la Biblia tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento impregnan la escritura de esta obra”, destaca Monroy. “Las cárceles y sufrimientos que impregnaron su vida no lograron matar en Miguel Hernández su fe en Dios”, y por ello Monroy considera que es importante seguir explorando las obras completas del poeta, para investigar más sobre lo que Hernández creía realmente sobre Dios.
“Aunque Hernández renegara de la religión impuesta y heredada”, concluye Monroy, “la oración de ‘El silbo del dale’, en la que coloca a Dios como brújula de su destino, no le abandonó jamás”: Dale, Dios, a mi alma, hasta perfeccionarla. Dale que dale, Dios, ¡Ay!, hasta la perfección.
Puede leer aquí el último artículo de Monroy de una serie que Protestante Digital publicó con motivo del Centenario del nacimiento de Miguel Hernández
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