Arcadi Oliveres: “Soy radical en separar la vida de Iglesia y Estado”

“El hecho de protestar por la humanidad y la dignidad de las personas me viene derivado, seguramente, del concepto de dignidad humana que me da mi fe”, explica uno de los impulsores del Procés Constituent en Cataluña.

Jonatán Soriano

BARCELONA · 19 DE JUNIO DE 2015 · 10:16

Arcadi Oliveres en su despacho, mientras corrige exámenes de sus alumnos. Foto: Jonatán Soriano,Arcadi Oliveres
Arcadi Oliveres en su despacho, mientras corrige exámenes de sus alumnos. Foto: Jonatán Soriano

Arcadi Oliveres (Barcelona, 1945) es doctor en Ciencias económicas y profesor del Departamento de Economía Aplicada en la Universitat Autònoma de Barcelona. También co-impulsa el movimiento independentista y de izquierdas, Procés Constituent, junto con la monja Teresa Forcades. Además, es una de las caras visibles del activismo pacifista y de la defensa de la no violencia en Cataluña, puesto que, a lo largo de más de treinta años, ha ocupado diferentes responsabilidades en la junta de la organización católica Justícia i Pau (entre ellas presidente). Tiene publicados una quincena de libros sobre las relaciones Norte-Sur, la construcción de un sistema justo e igualitario y la crisis. Se considera “cristiano católico heterodoxo, con una especial predilección por las bienaventuranzas”.

 

Pregunta. ¿Qué le sugiere la Biblia, Arcadi?

Respuesta. Pues la parte del Antiguo Testamento, la travesía por el Mar Rojo o las bendiciones de Dios sobre los ejércitos judíos en la guerra contra los egipcios no me atraen nada. Me atrae más el mensaje del Nuevo Testamento y, concretamente, el mensaje de la vida que Jesús de Nazaret intentaba implantar en el mundo, y por la cual lo asesinaron. No soy un seguidor ferviente del evangelio pero lo conozco gracias a la época en la que estudiaba en los escolapios. Te obligaban a ir a diariamente a misa y por tanto, ni que sea por repetición, he leído las epístolas, las he escuchado. Me interesa la manera de vivir, sobretodo, en el mensaje que aparece en esta parte de la Biblia.

 

P. ¿Cómo relaciona su fe con su actividad pública?

R. Creo que el mensaje del evangelio es estrictamente revolucionario, de izquierdas y comunista, no en el sentido de comunismo político sino de comunidad. Por tanto, creo que mi acción política no se desvía demasiado de este pensamiento en el que he creído toda la vida. Por ejemplo, mis actos políticos dentro de Procés Constituent tienden hacia una izquierda rupturista que quiere cambiar el sistema injusto en el que nos encontramos. Para mí se trata de una salida natural. Habrá quien diga lo contrario y que su salida natural sea la derecha del señor Fraga. Pero a mí me parece que es una cosa que no se contradice con los principios en los que creo y, por tanto, trabajar políticamente en este ámbito, que yo entiendo que es absolutamente de calidad cristiana, no me hace ningún daño sino que me beneficia.

 

P. Parece que cuesta encontrar un punto intermedio entre el secularismo más ortodoxo y la presencia de una religión determinada en el poder del estado, como sucedió en España con el nacionalcatolicismo. En este sentido, ¿qué papel tiene la fe en la esfera pública actual?

R. Tengo la suerte de haber ocupado diferentes responsabilidades en la junta de la organización Justícia i Pau a lo largo de más de treinta años, y pese a ser un movimiento que venía de iglesia, se aleja mucho de los postulados oficiales. Tiene un carácter muy reivindicativo desde el punto de vista social y político, pero también crítico con determinados aspectos de la línea de la iglesia. Por tanto, siempre he entendido que la fe cristiana se puede conducir, no desde el nacionalcatolicismo, sino mirándose las cosas a distancia. Por ejemplo, todo el fenómeno que en América Latina se conoce como la Teología de la Liberación y acciones de este estilo que también me han parecido completamente razonables.

 

P. ¿Cómo cree que podrían tener las distintas comunidades religiosas más participación en la vida pública?

R. No soy partidario de que ninguna confesión religiosa tenga más presencia en la vida pública. En todo caso, sus feligreses, con su manera de ver la fe y la sociedad, a título personal, se tienen que implicar más en las cuestiones sociales de sus municipios, en la vida comunitaria con las personas, pero no intentando que sea su fe la que tenga incidencia. Si tú estás convencido de una fe, seas de la confesión que seas, si crees esto y lo aplicas a tu vida familiar, social e incluso política, ya estás haciendo suficiente. A mí no me gusta cuando, comenzando por la Iglesia católica pero también extensible a cualquier confesión, las comunidades religiosas tienen presencia en la vida pública. Soy radicalmente separador de la vida del Estado y la vida de la Iglesia. Entiendo, por tanto, que el Estado del Vaticano debería desaparecer porque es la mezcla más absurda entre la vida política y la vida religiosa. Pese a que hay una historia, no hay derecho que exista la Ciudad del Vaticano. Se trata de desvincular del todo la Iglesia del Estado, lo cual no significa que la fe no se pueda vivir y manifestar de manera colectiva, pero nunca con penetración en el Estado.

 

P. Independientemente de la confesión, ¿cuál cree que es hoy en día el principal mal en las iglesias y comunidades de fe?

R. Tengo la impresión de que generar un espíritu de fe en la gente, la voluntad de una buena convivencia, de aquello que en el cristianismo llamamos ‘caridad’, me parece bien. Pero pasar de aquí a la voluntad de poder político, social y religioso, me parece mal. Y si, además, queremos incidir en la vida diaria de las personas, entonces es un desastre. Se deben marcar unos principios, pero en ningún momento decir cómo se tiene que actuar.

 

P. De cara a su dedicación al activismo por la paz, ¿cree que las comunidades de fe pueden ayudar en la construcción de la paz y de las relaciones sociales?

R. Creo que sí, aunque lo contrario también sería cierto. Es decir, en estos años de militancia en Justícia i Pau me he dado cuenta de que a lo largo del mundo, y también dentro de muchas iglesias protestantes, se dan acciones pacifistas magníficas. Hay algunas confesiones protestantes como los anabaptistas, los menonitas o los cuáqueros, que tienen una verdadera inclinación muy fuerte en temas pacifistas. Su mensaje es bueno y, dentro del cristianismo, han defendido posiciones de objeción de conciencia y de no violencia activa. Pero también tengo que confesar que por desgracia hay muchas otras confesiones religiosas que se van a bendecir barcos de guerra y que bendicen a los soldados el día que se van al campo de batalla, lo cual es un auténtico desastre.

 

Arcadi Oliveres es uno de los rostros del movimiento pacifista en Cataluña. Foto: Youtube

P. ¿Cree que el ámbito de la política puede ocasionar algún peligro a una persona con fe, cómo usted, que quiera involucrarse en ello?

R. Tú tienes que plantarle cara al sistema pero nunca en el nombre de tu comunidad religiosa. Si yo he protestado, y en la vida lo he hecho muchas veces para mi suerte, delante de leyes injustas, siempre ha sido como ciudadano. Sencillamente porque entiendo que es una injusticia forzar a la gente a ir a la guerra, que es una injusticia que muchos niños de aquí de Barcelona acaben pasando hambre y dependan de la comida de las escuelas, que es una injusticia que el Tercer Mundo sea explotado, que es una injusticia que unos criminales llamados Bush, Blair y Aznar se vayan a Iraq a matar un millón de personas. Delante de estas cosas protesto, pero nunca en el nombre de mi fe. Protesto en el nombre de la humanidad o en el nombre de la dignidad de las personas. Ahora bien, seguramente esta protesta venga derivada por el concepto de dignidad humana que me da mi fe, pero esto es diferente.

 

P. El primer barómetro de religiosidad realizado por la Generalitat el pasado mes de Diciembre de 2014, muestra que casi la mitad de las personas catalanas no son creyentes ¿Qué futuro le ve a la fe en la sociedad actual?

R. La fe por una confesión religiosa, la que sea, creo que va disminuyendo. Con la excepción del Islam, quizás. Pero el cristianismo, el judaísmo, el budismo están siendo ocupados por una sociedad que es evidentemente laica y agnóstica. Ahora bien, esto no significa que puedan verse focos de espiritualidad cada vez mayores. Es decir, el ser humano necesita por naturaleza trascender en la dimensión espiritual, y si no lo hace dentro de una práctica religiosa convencional, entonces busca hacerlo en otras acciones periféricas.

 

P. ¿Qué análisis hace de las relaciones entre Iglesia católica y protestantes en la actualidad?

R. Hoy en día el diálogo interreligioso ha progresado de manera notable, aunque no todo lo que sería deseable. Es evidente que ya no existe la animadversión que existía cuando vivíamos en tiempos del nacionalcatolicismo. Ya no se tiene esa visión del protestantismo como representación de la herejía. Tuve la ocasión de pasar dos veranos en Ginebra, cuna del Calvinismo, y me cogió como una pasión por conocer el protestantismo. Entonces pasé muchos días visitando iglesias y hablando con pastores y tuve unas sensaciones amabilísimas, sinceras y excelentes con muchos de ellos. Desde entonces adopté la idea de que nunca debía pensar en brechas.

 

P. Hablemos de Procés Constituent ¿Qué papel adquiere la formación sobre las minorías religiosas?

R. No nos los lo hemos planteado nunca. Si en alguna ocasión tuviésemos responsabilidades de gobierno en algún sitio deberíamos preocuparnos. Aquí en Cataluña nosotros somos partidarios, evidentemente, del respeto hacia todo tipo de minorías religiosas pero nunca, como Procés Constituent, hemos tenido un papel activo en este aspecto. En caso de ganar las elecciones del 27-S, creo una primera medida sería crear un espacio de diálogo interreligioso. En los Juegos Olímpicos de 1992 se intentó crear algo parecido, que hoy en día se llama parroquia de San Abraham, pero que ha quedado acaparado por la Iglesia católica. Aunque confieso que todavía no hemos pensado mucho en ello.

 

P. ¿Cuál es la visión de futuro que desde Procés Constituent aportan cuando hablan de “ruptura” y “nueva democracia”?

R. Con lo de ‘ruptura’ intentamos cambiar un sistema que aparentemente nace en la Revolución Francesa y que habla de libertades y de democracia, pero que ahora mismo ha perdido completamente el criterio. No gobierna el pueblo sino grandes corporaciones transnacionales, grandes medios de comunicación y grandes empresas financieras. Por eso, entendemos que esta democracia ha perdido una parte muy importante del sentido. En consecuencia, intentamos que de esta reforma, que debe ser sin lugar a duda rupturista, surja un nuevo sistema más participativo y en el que los intereses de las mayorías prevalezcan sobre las minorías. No lo que sucede ahora, que es que en este sistema impresentable llamado capitalismo gobiernan unos pocos por encima de muchos. Por eso, en uno de nuestros lemas hablamos de “la República Catalana del 99%”, porque tenemos claro que el 1% se corresponde con esta minoría que lo domina todo y no la queremos.

Oliveres junto a la monja Forcades, impulsores de Procés Constituent. Foto: Enric Catalá

 

P. ¿Alguna vez se han rechazado o creen que pueden ser rechazadas iniciativas del Procés Constituent por el hecho de que sus dos principales caras visibles tengan una vinculación estrecha con una fe concreta?

R. Sí. Siempre puede haber algún fanático que piense una cosa de estas, pero tengo la impresión de que hoy por hoy, en un lugar especialmente laico como es Cataluña, estas cosas ya se han perdido de vista. Si nos fuésemos a Polonia o a Irlanda quizás tendríamos más pegas. Pero creo que hoy en día no nos encontramos frente a un problema, en cuanto a esta cuestión.

 

P. ¿Cómo sería una Cataluña independiente gobernada por el Procés Constituent?

R. Ningún país debería ser nunca confesional. Esto es algo que me ha quedado muy claro desde el nacionalcatolicismo. Ahora bien, queremos una Cataluña muy diferente a cómo otros independentistas la plantean. Para mí, esta Cataluña independiente debería tener una serie de características que consisten en ser una república, no tener ejército, puesto que los ejércitos no tienen ningún sentido ni en Cataluña, ni en España, ni en ninguna parte del mundo. Habiéndolo estudiado a fondo en Justícia i Pau, los ejércitos no han servido para otra cosa que para defender a los ricos contra los pobres. En tercer lugar, ser una Cataluña solidaria tanto con el que sufre hambre en el barrio del Raval de Barcelona hasta con aquél que sufre hambre en el Congo. Y también con el de Extremadura. Es decir, que la República Catalana debería enviar dinero a Extremadura, por ejemplo, aunque estuviese fuera de España. También debería ser solidaria con las generaciones que vendrán detrás, porque de la manera que planteamos el planeta, de aquí a cuatro días estará sin petróleo, contaminado y sin capa de ozono. Por lo tanto, debemos optar por el decrecimiento material. La nueva Cataluña debería tener un tejido empresarial de carácter comunitario y nada de grandes empresas ni cosas por el estilo, lo cual me remite al último punto, consistente en un país con unas finanzas y una banca radicalmente diferentes a las que tenemos ahora. Esta nueva Cataluña no debería colisionar con el Estado español, porque lo mismo que quiero aquí me gustaría verlo en Galicia, en Andalucía y en Madrid.

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