Sarah Salviander, la científica atea que vio a Dios en el universo
Estudiar el universo le hizo “sentir un orden subyacente. Se despertó en mí lo que el salmo 19 dice: ‘los cielos cuentan la gloria de Dios; y el firmamento anuncia la obra de sus manos” relata en su testimonio esta profesora de la Universidad de Texas.
ReL · TEXAS · 10 DE AGOSTO DE 2015 · 10:00
Astrónoma y astrofísica, profesora universitaria e investigadora. La estadounidense Sarah Salviander es además una conversa del ateísmo a Jesús, que le ha llevado a propagar a los cuatro vientos y al universo entero la maravilla de la creación y de Dios.
Sarah es actualmente investigadora del Departamento de Astronomía de la Universidad de Texas y profesora de Astrofísica de la Universidad de Southwestern.
En su web, participa en una interesante sección de apologética (SixDay Science) junto con otros científicos cristianos. Ella y su esposo Dave son cristianos evangélicos y asisten a la Iglesia Bíblica de Hill Country (Austin, Texas).
Su conversión fue paulatina y como buena científica fue sumando evidencias que desmontaron sus prejuicios que le hacían ver el cristianismo como “arcaico” y un invento para “necios y débiles”.
Pero para entender su conversión hay que remontarse a su infancia, fuente de prejuicios hacia la fe cristiana. “Nací en Estados Unidos pero fui criada en Canadá”, recuerda Salviander, y sus padres eran “ateos”.
En su niñez Canadá era ya un país post-cristiano. “Es increíble cómo durante los primeros 25 años de mi vida sólo conocí a tres personas que se identificaran como cristianas. Mi visión del cristianismo era muy negativa y mirando atrás me doy cuenta de que era debido a que absorbí la hostilidad general e inconsciente hacia el cristianismo, algo común en Canadá y Europa”, cuenta Sarah.
Su planteamiento entonces era claro: “no sabía nada del cristianismo” pero le parecía hecho para los “débiles y los necios”.
Con ese planteamiento y tras abrazar la filosofía racionalista, Sarah Salviander se trasladó a Estados Unidos para estudiar en la universidad. Pronto se fue desencantando con el racionalismo y su incapacidad para responder a las preguntas importantes de la vida. Además, veía la sociedad llena de personas infelices e insatisfechas.
Se refugió en la física y en las matemáticas, y se unió a clubes universitarios y comenzó a hacer amigos. Este fue el primer momento clave que la llevaría más tarde a su conversión. “Por primera vez en mi vida conocí a cristianos. No eran como los racionalistas: eran alegres, felices. E inteligentes”, cuenta Sarah, que también recuerda el impacto que sintió al descubrir que profesores suyos a los que admiraba eran cristianos. “Su ejemplo comenzó a tener influencia en mí y comencé a ser menos hostil al cristianismo”.
A DIOS POR EL BIG BANG
Más adelante participó en una beca de investigación en la Universidad de California uniéndose a un grupo que estudiaba el Big Bang. Estudiar el nacimiento del universo la hizo mella y “empecé a sentir un orden subyacente del universo. Sin saberlo, se despertó en mí lo que el salmo 19 dice claramente: ‘los cielos cuentan la gloria de Dios; y el firmamento anuncia la obra de sus manos”.
Este suceso le abrió una grieta en su concepto del mundo y en su corazón. “Me di cuenta de que el concepto de Dios y la religión no eran tan filosóficamente triviales como yo había pensado”.
El último año de carrera conoció a otro estudiante, finlandés que al igual que ella había crecido en un ambiente ateo. Pero a diferencia suya él ya había encontrado la fe en Jesús. Ese joven es ahora su esposo. “A pesar de que yo no era religiosa, me sentí reconfortada al casarme con un hombre cristiano”, afirma Sarah en su testimonio.
La penúltima parada de su camino hacia la fe fue su encuentro con un libro, La Ciencia de Dios, de Gerald Schroeder, físico del prestigioso MIT y teólogo. “Estaba intrigada por el título pero algo me impulsó a leer, tal vez la nostalgia de una conexión más profunda con Dios. Todo lo que sé es que lo que leí ha cambiado mi vida para siempre”, afirma Sarah.
LA CRISIS DECISIVA
Sin embargo, el punto de inflexión y la última parada de este viaje fue el más doloroso. Ella enfermó de cáncer y su marido también sufrió otra grave enfermedad, aunque con el tiempo ambos se curaron. A esto se unió la muerte de su bebé, Ellinor, de seis meses.
Cuenta Sarah que la muerte de Ellinor fue “la pérdida más devastadora de mi vida. Me llevó a la desesperación hasta que tuve una visión clara de nuestro niño en los brazos amorosos de su Padre celestial; solo entonces encontré la paz”.
Había encontrado la paz y la fe en ese Padre. “Tras todas estas pruebas mi marido y yo no sólo estábamos más unidos sino también más cerca de Dios. Mi fe era real”, dice contenta esta investigadora, que ahora desde la universidad intenta dar respuesta a las profundas preguntas interiores y a la búsqueda que tantos jóvenes como ella anteriormente tenían y que no encontraban respuesta.
“Me he dado cuenta que la atracción que siempre he tenido hacia el espacio no era más que un deseo intenso de conexión con Dios. Nunca olvidaré a un estudiante, poco tiempo después de mi conversión que se acercó y me preguntó si era posible ser científico y creer en Dios. Le dije que sí, por supuesto. Le vi visiblemente aliviado y me dijo que otro profesor le había respondido de manera bastante negativa”.
Por eso mismo ahora cuenta a los cuatro vientos su experiencia, que Dios existe y que actúa en la vida de las personas y en toda su obra creadora.
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