El Dios Creador

El libro analiza si todas las evidencias que aporta el conocimiento científico actual, unidas a las reflexiones filosóficas y teológicas a lo largo de la historia, resultan útiles para definir el perfil del Creador. 

02 DE MAYO DE 2025 · 19:20

Detalle de la portada del libro. / Antonio Cruz.,
Detalle de la portada del libro. / Antonio Cruz.

En el año 2005, la editorial Vida publicó mi libro “El Dios Creador”, cuyo contenido, de carácter apologético, trataba acerca de si resulta posible conocer algo sobre la idiosincrasia de la mente que diseñó el universo.

Es decir, si todas aquellas evidencias que aporta el conocimiento científico actual, unidas a las reflexiones filosóficas y teológicas realizadas a lo largo de la historia, resultan útiles para definir el perfil del Creador. Y, si acaso, dicho perfil coincide con el Dios que se revela en la Biblia.

El texto consta de seis capítulos y una conclusión general. En él me refiero a la esencia del Creador, así como a su relación con el problema del mal.

Las evidencias de la cosmología, la física, la astronomía y la biología siguen después, para finalizar en el capítulo sexto con las correspondientes a la neurobiología y la paleontología. Este último apartado se refiere a los fósiles humanos hallados y realiza una valoración no evolucionista de los mismos. Por último, se concluye reafirmando la idea de que la mente del universo es el Dios de la Escritura.

Un importante sector del mundo occidental ha iniciado el siglo XXI sumido en la despreocupación por las cuestiones espirituales, como si el antiguo debate acerca de la existencia de Dios se hubiera tornado obsoleto e irrelevante para una mayoría de personas.

Por lo menos en Europa y ciertos ambientes de Norteamérica, las estadísticas indican que muchos incrédulos ya no se consideran militantes del ateísmo o del agnosticismo, sino simplemente posteístas. Gente que ha olvidado la eterna polémica acerca de lo divino y ya no busca siquiera la negación de Dios sino, ante todo, la afirmación total del ser humano.

Desde tal ambiente, tener fe se interpretaría como algo pasado de moda o anacrónico. Es más, en esta época posmoderna se coloca el acento en el individuo y se tiende a olvidar o negar que exista un auténtico problema de Dios.

La vieja idea de un Creador del cosmos, evidente en la naturaleza y que era su razón fundamental, ha ido desvaneciéndose de manera inversa al auge experimentado por el evolucionismo naturalista.

El hombre de hoy no acepta el carácter sagrado del universo, pues lo ve como simple habitáculo que puede modificarse o ser cambiado por su propia tecnología científica.

El mundo deja así de considerarse divino para volverse exclusivamente humano. Semejante “desencantamiento cósmico”, del que ya hablaba Max Weber, que fue consecuencia del desarrollo de las concepciones naturalistas, así como de las ideas positivistas posteriores, ha llegado con fuerza hasta nuestros días.

A diferencia de los países del Tercer Mundo y buena parte de los Estados Unidos, en los que la fe en Dios parece estar de momento asegurada ambientalmente, el ser humano promedio de las sociedades industrializadas, suele ser un individuo aleccionado desde la infancia en los principios del transformismo, que no encuentra a Dios en la naturaleza y responde a las preguntas acerca de los orígenes con evasivas al azar, la evolución y a las leyes propias de la materia.

La instrucción basada en el naturalismo materialista ha logrado que Dios pierda su obviedad ambiental y ha hecho que la gente prescinda de la dimensión trascendente en su vida cotidiana.

Tal como reconocía hace ya más de una década el teólogo, Xavier Pikaza: “Quizá pueda llegar de nuevo un tiempo en que volvamos a encontrar a Dios y a su fuerza en la naturaleza. Ahora nos resulta muy difícil” (Pikaza, 1993). Pues bien, creo que ha llegado el momento de declarar que, a pesar de todo lo anterior, ese tiempo empieza a vislumbrarse en el horizonte.

El Dios Creador

Los últimos descubrimientos realizados por las ciencias experimentales conducen a la misma encrucijada. El universo manifiesta cada vez con mayor intensidad las huellas de una mente inteligente oculta detrás de la realidad observable.

La física moderna afirma que la materia está constituida fundamentalmente por espacio, que las partículas subatómicas carecen de posición definida y que el cosmos tuvo un principio.

El azar y las solas leyes físicas se tornan progresivamente incapaces de dar razón de la compleja sofisticación existente. Pensar que la vida fue diseñada por un agente inteligente es algo difícil de aceptar para el hombre actual, enseñado desde la escuela a creer que ésta derivaba de las simples leyes naturales.

Pero Occidente tendrá que superar la conmoción que supone semejante cambio de paradigma, pues no parece que este mundo se haya hecho a sí mismo. Debe haber algo, o alguien, que sea la causa y el origen de tanta exquisita diversidad y maravilla.

En el presente trabajo nos proponemos demostrar que estamos aproximándonos ya, aunque sea tímidamente, a ese período esperanzador. Una época de retorno a la fe en el Dios creador, el único verdaderamente capaz de dar razón de la existencia del universo.

Esto nos trae a la mente la célebre frase de Mark Twain, quien, con su característico sentido del humor, aseguraba que: “los informes sobre la muerte de Dios habían sido notablemente exagerados”.

En efecto, aunque muchos humanos dejen de creer, Dios no puede morir. Esto es algo que contradice la propia esencia de la divinidad. Antes moriría la humanidad y toda la vida existente, pues él es el origen del cosmos y quien sustenta toda la realidad creada.

Dios sigue gozando de buena salud. Por el contrario, es el ser humano quien posee unas convicciones vulnerables, inconstantes y, en ocasiones, enfermizas. El eterno deseo de autonomía personal es el que, desde la noche de los tiempos, ha generado tensión entre el hombre y su Creador.

Sin embargo, puede que el escepticismo contemporáneo fundamentado en el naturalismo esté llegando a su fin. Esto no significa que, de repente, todos los incrédulos vayan a aceptar la existencia de Dios, como el que asume que dos y dos son cuatro.

La fe continuará siendo una opción personal y quien no desee creer, es probable que siempre encuentre excusas para ello. Lo que quiero decir es que, a partir de ahora, no se podrá apelar a la ciencia para negar a Dios, por la sencilla razón de que ésta ya no se cierra a la trascendencia, sino que se abre a ella e incluso la contempla como una posibilidad aceptable, aunque por su propia naturaleza pueda decirnos pocas cosas al respecto.

Desde esta última opción, es decir, desde la fe en el Creador, nos interesa ahora la cuestión de su identidad. Sobre tal asunto, el bioquímico norteamericano, Michael J. Behe, escribe:

“¿Cómo tratará la ciencia “oficialmente”, pues, la cuestión de la identidad del diseñador? ¿Los textos de bioquímica se deberán escribir con declaraciones explícitas de que “Dios lo hizo”? No.

La cuestión de la identidad del diseñador simplemente será ignorada por la ciencia. [...] Aunque el hecho del diseño es fácil de ver en la bioquímica de la célula, identificar al diseñador por métodos científicos podría ser extremadamente dificultoso. [...] Si la filosofía y la teología quieren probar suerte con esa pregunta, los científicos les desearemos suerte, pero nos reservaremos al derecho de regresar a la conversación cuando la ciencia tenga algo que añadir” (Behe, 1999: 309).

¿Es posible saber algo acerca del carácter de la mente inteligente que diseñó el cosmos? ¿Pueden las evidencias de la ciencia unirse a las reflexiones filosóficas y teológicas para definir el perfil divino?

El Dios Creador

Si Dios es el Creador del universo, sería lógico esperar la existencia de indicios que confirmaran que, en realidad, esto es así. No es que tales signos hayan de ser tan claros como si cada ser vivo tuviera una etiqueta que pusiera: “hecho por Dios” –tal como afirma Behe- pero sí es cierto que existen huellas susceptibles de ser interpretadas como indicadoras de la existencia divina.

Creemos que la observación atenta del mundo natural revela algunos detalles acerca de su autor.

En primer lugar, los estudios cosmológicos permiten pensar que si dicho Creador es la causa original de todo lo que existe, él no puede haber sido causado por nada ni por nadie. Preguntarse acerca de quién creó a Dios es totalmente absurdo.

Solamente aquello que tuvo un principio requiere una causa que lo originara, pero Dios no tuvo comienzo, por lo que debe ser incausado. Si no tuvo principio tampoco puede tener fin, se trata pues de un ser eterno.

Él hizo el tiempo, el espacio y la materia o energía, pero está fuera del tiempo, del espacio y no debe concebirse como una forma de energía. Esto significa que es inmaterial.

Su poder debe ser enorme puesto que lo hizo absolutamente todo. Tal característica es lo que se desea expresar mediante el término “omnipotencia”. Al crear el cosmos tuvo que hacerlo sin presiones de ninguna clase en un acto perfectamente libre. Pero, por cuanto la libertad es una característica propia de la persona, esto implica que es también un ser personal.

Las leyes físicas y las constantes extremadamente precisas que exhibe el universo hablan acerca de que su diseñador debe ser muy inteligente. Conocer todo aquello que puede ser conocido significa ser omnisciente.

La sabiduría empapa toda la labor creadora. Esto se desprende también de la astronomía, ya que la observación de los astros y de sus movimientos sincronizados, muestra exactitud, diseño exquisito y propósito determinado de antemano.

A pesar de que el azar pueda formar parte del proceso creador, ello no impide reconocer la existencia de orden, armonía y dirección en el universo.

Por su parte, la biología permite deducir que la creación no fue abandonada inmediatamente a su suerte, como propone el deísmo, sino que la providencia de las leyes divinas continúa en los minuciosos y complejos procesos vitales de los organismos actuales.

Después de la creación cósmica, el Creador prosiguió cuidando de sus criaturas.

Los últimos descubrimientos de la paleoantropología, ciencia que estudia los fósiles humanos con la intención de descubrir nuestro pretendido origen simiesco, son brevemente analizados al final del libro y comparados con la singular conciencia reflexiva del hombre.

Tales datos ponen de manifiesto otra posible interpretación radicalmente opuesta a las pretensiones naturalistas del evolucionismo.

Por último, la neurobiología con su interés especial por la conciencia humana permite aceptar que el diseñador, lógicamente, debe poseer también conciencia.

Es, más bien, la conciencia sobrenatural omnipresente del universo, pero no en el sentido panteísta, sino en el de un ser racional, personal e inmaterial que ha creado el cosmos, pero lo observa todo desde afuera, desde su intemporalidad.

Todo esto le da pie al ser humano para creer en una vida después de la muerte. Si nuestra conciencia es un leve reflejo de la del Creador, pues estamos hechos a su imagen y semejanza, no es difícil creer que su eternidad y trascendencia sean capaces de despertarnos del sueño de la muerte y conducirnos hacia la vida eterna.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - El Dios Creador