El relato de la creación

El orden de la creación, el de los días o períodos en que se crea el universo, la Tierra, los mares y aparecen los continentes, las plantas, los animales y el propio ser humano, coincide sorprendentemente con lo que hoy han descubierto las ciencias experimentales.

18 DE JULIO DE 2024 · 15:33

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Imagen de NASA, Unsplash.

¿Cómo es posible que un texto tan antiguo como el de Génesis uno, que describe la creación del cosmos y de la vida en la Tierra, pueda ser científicamente relevante hoy? Muchos teólogos creen que no lo es ya que supuestamente se trataría de un género literario sin pretensiones de aportar conocimientos científicos, ni detalles cronológicos acerca del origen del mundo.[1] Al parecer, según tales autores, lo único que le preocupaba a Moisés, al redactarlo, era rebatir el politeísmo de los demás pueblos de la época (las antiguas cosmologías del Oriente Próximo) y poner de manifiesto la gran diferencia entre la perfección moral de Dios y las debilidades de los dioses paganos míticos. Desde luego, es perfectamente posible que Génesis transmita un mensaje así. Sin embargo, ¿será éste el único mensaje contenido en el primer capítulo de la Biblia o hay algo mucho más profundo detrás, que pudiera resultar también relevante para nosotros hoy?

Si el propósito del relato de los orígenes sólo hubiera sido ése, -la polémica contra los mitos de la creación- se estaría asumiendo que a los hebreos del tiempo de Moisés no les interesaba en absoluto cómo creó Dios el mundo o de dónde surgieron ellos mismos. Esto es difícil de sostener ya que se trata de cuestiones generales que nos preocupan a todos los humanos desde la niñez. La mayoría de las civilizaciones poseen, entre sus tradiciones y relatos fundacionales, explicaciones más o menos convincentes sobre los orígenes. Además, la propia Escritura afirma de sí misma que es la revelación de Dios dirigida a todas las generaciones y no sólo a la de Moisés (1 Ts. 2:13; 2 Ti. 3:16; He. 1:1-2; 4:12; 1 P. 1:12). La Biblia tiene pretensiones de universalidad y apunta a todos los pueblos y épocas de la historia, no sólo a los antiguos. Por lo tanto, aunque el texto inspirado dedique únicamente los primeros capítulos de Génesis al origen del mundo, esto no significa que tal asunto no sea relevante o que no comunique también conocimientos importantes para la gente de hoy. Es verdad que el relato de la creación responde eficazmente a los errores de los mitos paganos antiguos. Sin embargo, también hace lo mismo contra toda explicación distorsionada de la historia natural, que el ser humano escéptico ha venido elaborando a lo largo de la historia. 

Es posible que detrás de la idea, tantas veces sugerida, de que “el texto bíblico no ofrece explicaciones científicas” esté la buena intención de eliminar de un plumazo el conflicto entre la Biblia y el registro científico moderno. Según este punto de vista, la ciencia no sería antibíblica porque Génesis no hablaría de los orígenes materiales del mundo sino sólo de teología. No obstante, el precio a pagar por esta aparente concordia entre la Escritura y la ciencia es demasiado alto. Decir que la Biblia no se refiere en absoluto al origen material del universo, la Tierra, la vida y el ser humano es algo innecesario que no hace honor a la verdad. Y viceversa, creer que la ciencia tampoco está capacitada para abordar cuestiones teológicas también parece falso. En mi experiencia personal, he podido comprobar que muchas de las preguntas formuladas por no creyentes, en los debates sobre los fundamentos de fe cristiana, tienen que ver precisamente con los orígenes del mundo. Si se eliminan del este debate las pruebas científicas que apoyan la veracidad de la Biblia, se pierde así un importante fundamento y se debilita el esfuerzo evangelístico. Al responder que la Escritura no habla de tales asuntos se está admitiendo su irrelevancia para el mundo actual.

¿Cuáles son esas pruebas científicas que corroboran las afirmaciones del primer capítulo de Génesis? ¿Es cierto que la ciencia puede tener acceso a Dios o aportar evidencias de su existencia? En sucesivos trabajos iremos abordando tales asuntos apologéticos. De momento, únicamente señalar un error que se repite con frecuencia en determinados círculos, tanto agnósticos como creyentes. 

La opinión generalizada de que los antiguos israelitas no se interesaban por el mundo físico en el que vivían o que eran muy ignorantes en cuestiones astronómicas, contradice la realidad de los hechos y carece de todo fundamento. Por el contrario, las antiguas civilizaciones que rodeaban al pueblo hebreo, tales como los egipcios, babilonios y griegos, dedicaron mucho tiempo y recursos a estudiar el firmamento. Fueron capaces de construir instrumentos sofisticados para realizar mediciones astronómicas muy precisas, como los astrolabios que les permitían determinar la posición y altura de las estrellas sobre el cielo, así como observar su movimiento y calcular las horas. En esa remota edad, descubrieron que la Tierra era esférica y que flotaba en el espacio. Determinaron su diámetro en base a las mediciones de la sombra en varios lugares alejados entre sí. También se dieron cuenta de que la Luna estaba más próxima a la Tierra que el Sol y que las estrellas distaban de la misma muchísimo más que el astro rey. No creían que los astros estaban pegados a una hipotética cúpula celeste, como suele decirse.

En este mismo sentido, el astrónomo canadiense Hugh Ross escribe: “Recientemente, un equipo de astrónomos finlandeses, en su análisis de los registros astronómicos egipcios que datan del siglo XIII a. C., descubrieron que los astrónomos egipcios de esa época y anteriores habían medido la periodicidad de la variabilidad de Algol con un alto grado de precisión. (Algol es la segunda estrella más brillante de la constelación de Perseo. Era conocida como “la furiosa” por los antiguos egipcios y como “la cabeza de Satán” por los antiguos israelitas). Al comparar el período de 2.850 días de Algol en el siglo XIII a. C. con el valor moderno de 2.867 días, los astrónomos finlandeses pudieron confirmar la validez de un modelo teórico concreto de combustión estelar y transferencia de masa estelar y, de este modo, avanzar en la disciplina de la física estelar.”[2] Si en esa fecha tan temprana los astrónomos antiguos ya tenían estos conocimientos astronómicos tan sofisticados, ¿es posible que Moisés conociera también muchos de tales datos científicos? Probablemente, él había sido educado con los mejores maestros egipcios, que le habrían comunicado los últimos descubrimientos del momento. 

Si una persona culta y preparada como Moisés, experta en los saberes de su época escribió el relato de Génesis uno -aparte por supuesto de la influencia reveladora y decisiva del Espíritu de Dios- ¿no sería lógico pensar que en dicho texto pueda haber algo más que puro rechazo teológico de las mitologías de otros pueblos? Tal como veremos próximamente, el orden de la creación, el de los días o períodos en que se crea el universo, la Tierra, los mares y aparecen los continentes, las plantas, los animales y el propio ser humano, coincide sorprendentemente con lo que hoy han descubierto las ciencias experimentales. Es verdad que la Biblia no es un libro de ciencia y que ese no es su propósito principal, pero cuando se escudriña en profundidad se descubre que el relato de la creación es verídico y está elaborado de manera magistral para que pueda ser entendido por el ser humano de cualquier época de la historia. No hay mito aquí sino verdad revelada que -como se verá más adelante- en nada contradice a lo que ha descubierto hasta ahora la ciencia contemporánea.

 

Notas

1] Walton, J. H., 2019, El mundo perdido de Génesis uno, Kerigma, Salem, Oregón.

[2] Ross, H. 2023, Navegando Génesis, Kerigma, Salem, Oregón, p. 291; Jetsu, L. et al. 2013, “Did the Ancient Egyptians Record the Period of the Eclipsing Binary Algol-The Raging One?”, Astrophysical Journal, 773, 1DOI 10.1088/0004-637X/773/1/1.

 

 

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