El primer pez

Jesús no tenía por qué pagar el impuesto del templo puesto que era el Hijo del Altísimo. Sin embargo, lo hizo para no ofender y no crear escándalos innecesarios, por amor al hombre.

09 DE NOVIEMBRE DE 2023 · 14:30

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@fredrikohlander">Fredrik Öhlander</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Fredrik Öhlander, Unsplash CC0.

Cuenta Mateo que, en cierta ocasión, quienes cobraban el impuesto anual del templo judío, cuya finalidad era el mantenimiento del santuario y de todo el templo, se acercaron a Pedro para preguntarle si su Maestro pagaba o no las dos dracmas correspondientes.

Según la ley, todos los varones hebreos mayores de 20 años tenían la obligación de contribuir (Ex. 30:11-16). A Pedro, ni se le pasó por la cabeza la posibilidad de que Jesús se negara a pagar, por eso respondió inmediatamente que sí, que por supuesto.

Resulta curioso que Mateo sea el único evangelista en mencionar esta historia. ¿Le motivó quizás el hecho de haber sido él mismo antes un cobrador de impuestos? Es probable que precisamente por eso estuviera interesado en saber qué pensaba el Maestro al respecto.7

Resulta evidente que Jesús se enteraba de todo, aunque no estuviera presente, porque conocía bien a los seres humanos y porque, desde luego, era el Hijo de Dios.

Por tanto, al entrar en la casa que Pedro tenía en Capernaum, le preguntó a bocajarro: “¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños?” (Mt. 17:25). Por supuesto, Pedro le respondió que de los extraños. ¡Cómo iba un rey a exigirle impuestos a su propio hijo!

Entonces el Maestro concluyó: “Luego los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero (moneda que valía cuatro dracmas); tómalo, y dáselo por mí y por ti” (Mt. 17:26-27).

¡Cómo es posible que todavía algunos digan que Jesús nunca dijo ser el Hijo de Dios! El Nuevo Testamento está lleno de evidencias al respecto.

Es sabido que los peces se lanzan sobre cualquier cosa que brille y se mueva en las aguas para tragársela de inmediato. Especialmente los de agua dulce, como los del mar de Galilea o lago de Genesaret, ya que en tal medio no suele haber tantas presas como en el verdadero mar.

No es imposible que quizás algún pescador perdiera una moneda mientras faenaba y ésta se hundiera en las aguas bamboleándose en un movimiento de vaivén.

Los reflejos intermitentes de tal estatero podrían haber atraído a los peces, hasta que el más veloz de ellos -el primer pez- llegó y se lo tragó. Como era imposible digerir un metal así, la moneda pudo permanecer algún tiempo dentro de la boca del desafortunado pez, hasta que Pedro, el habilidoso pescador, echó el anzuelo y lo pescó.

Por tanto, esta milagrosa señal no suponía ninguna alteración de las leyes naturales sino, más bien, un gran conocimiento de la realidad y de todos los acontecimientos que ocurrían en ella.

Jesús está siempre pendiente de todo lo que ocurre. Él lo sabe todo de cada criatura.

Este acontecimiento ha sido muy criticado por los escépticos. ¡Por qué iba Jesús a realizar un milagrillo así, por un asunto tan insignificante! ¿No se trata acaso de una señal un tanto egoísta ya que sólo beneficiaba a Jesús y a Pedro? ¡Si le resultaba tan fácil obtener dinero, por qué decía que no tenía donde recostar su cabeza! Etc., etc.

No obstante, quienes formulan tales objeciones enfocadas en la misteriosa moneda olvidan el sentido profundo de la señal. Y ese sentido tiene que ver precisamente con el motivo que llevó al Hijo de Dios a morir en la cruz amor y la misericordia hacia el ser humano.

El hecho de renunciar a su propio derecho con la intención de no ser piedra de tropiezo para nadie. Es el amor que se niega a sí mismo por considerar a los demás.

Más tarde, el apóstol Pablo escribirá también: “si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás, para no poner tropiezo a mi hermano” (1 Co. 8:13). Y también “no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo” (1 Co. 9:12).

Jesús no tenía por qué pagar el impuesto del templo puesto que era el mismísimo Hijo del Altísimo. Sin embargo, lo hizo para no ofender, para no crear escándalos innecesarios. Es decir, por amor al hombre.

¡Qué gran lección para nosotros hoy! ¡Señor enséñanos a no ser jamás piedras de tropiezo para nadie!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - El primer pez