Andar arrastrándose
La palabra “reptil” aparece casi veinte veces en la Biblia, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento.
28 DE OCTUBRE DE 2021 · 19:20
Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra,
desde el hombre hasta la bestia, los reptiles, y las aves del cielo;
y fueron raídos de la tierra,
y quedó solamente Noé,
y los que con él estaban en el arca. (Gn. 7:23)
La palabra “reptil” aparece casi una veintena de veces en la Biblia, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento.
En hebreo, es remes, רֶמֶשׂ, y se refiere a los animales que se mueven reptando por el suelo, a mayor o menor velocidad, tanto si poseen extremidades como si carecen de ellas.
Se tradujo al griego por herpetón, ἑρπετόν, o “cosa que se arrastra y repta”, y al latín, por reptile, o “andar arrastrándose”, de donde viene el nombre castellano.
En el Génesis, los reptiles que se arrastran sobre la tierra son la antítesis de las aves que vuelan en los cielos (Gn. 6:7; 7:14, 21, 23; 8:17, 19; Sal. 148:10). Consumirlos sería una abominación para todo fiel seguidor de la ley mosaica ya que son animales impuros (Lv. 11: 41).
Tocarlos sería contaminarse o quedar inmundo inmediatamente, tanto si tales reptiles están vivos como si no (Lv. 5:2; 22:5).
A pesar de esto, constituyen una de las clases de animales que ya eran bien conocidos por Salomón, quien al disertar sobre ellos, así como sobre los peces y las aves, evidenciaba la gran sabiduría con la que Dios le había dotado (1 R. 4: 29-34).
En la visión de Ezequiel, los reptiles acompañan a las bestias abominables y a los ídolos de la casa de Israel (Ez. 8:10). Son ejemplo de ingobernabilidad, como ocurre también cuando los hombres le dan la espalda a Dios (Hab. 1:14).
Sin embargo, pueden ser domados por el ser humano (Stg. 3:7). Asimismo, aparecen en el lienzo repleto de cuadrúpedos y aves que Pedro vio en su inesperado éxtasis (Hch. 10:12; 11:6).
Y, por último, el apóstol Pablo se refiere también a los reptiles para señalar que la necedad de algunos hombres, les condujo a adorar a las criaturas, como si fueran divinidades, en vez de hacerlo con el auténtico Dios creador de las mismas (Ro. 1:23).
Según la zoología moderna, los reptiles constituyen una clase de animales vertebrados amniotas (su embrión tiene cuatro envolturas: corion, alantoides, amnios y saco vitelino).
Esto permite a los embriones de los reptiles respirar y alimentarse dentro del huevo ya que son ovíparos. Su fecundación es interna y tienen el cuerpo cubierto de escamas epidérmicas de queratina que evitan la desecación o deshidratación del animal.
Respiran exclusivamente mediante pulmones y, de los muchos grupos de reptiles que vivieron en el pasado, entre los que cabe mencionar a los enormes dinosaurios, pterosaurios, ictiosaurios, plesiosaurios y mosasaurios, actualmente sólo existen ejemplares mucho más pequeños como los cocodrilos (cocodrilianos), tortugas (quelonios), lagartos (saurios) y serpientes (ofidios).
Desde el darwinismo se supone que los reptiles dieron origen a las aves por evolución. Sin embargo, cuando se analizan las características de éstas, se observa que prácticamente toda la anatomía de su cuerpo, así como la fisiología y bioquímica que las constituye están perfectamente diseñadas para el vuelo y son, por tanto, radicalmente diferentes a las propias de tetrápodos terrestres como los reptiles.
Todo en las aves está orientado para poder volar: esqueleto, plumas, músculos, corazón, sangre y resto del aparato circulatorio, pulmones, sistema nervioso, etc.
La totalidad de tales sistemas, aparatos, órganos y funciones precisas está perfectamente coordinada para que las aves puedan flotar por los aires y moverse con absoluta libertad.
El difícil imaginar -y mucho más, demostrar- cómo los caracteres propios de un reptil hubieran podido transformarse gradualmente en la gracilidad de las aves. Todo parece indicar que volar requiere el diseño especial de una entidad inteligente.
En su comentario a las palabras del salmista: Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado (Sal. 51:2), el teólogo Samuel Smith (1588-1665) usó la siguiente imagen de los reptiles:
“David ora pidiendo que el Señor le lave. Con lo que se declara consciente de que el pecado ensucia y contamina, y que por tanto él estaba sucio y contaminado. Por ello pide a Dios que le lave más y más, que restriegue y aclare todas las manchas de su cuerpo y de su alma, ambos contaminados y hechos abominables; suplica a Dios que limpie y purifique su cuerpo y su alma de toda contaminación. De ello aprendemos cuán aborrecible es el pecado a los ojos de Dios; tiñe el cuerpo del hombre y tiñe también su alma, convirtiéndolo en la más vil de las criaturas. Ningún reptil, ningún sapo, por repulsivo que sea a los ojos de los hombres, es más vil de lo que es a los ojos de Dios un pecador manchado y contaminado por el pecado, antes de ser limpiado y lavado en la sangre de Cristo.”[1]
[1] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1164.
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