El incomparable JESÚS

José Antonio Hurtado

15 DE DICIEMBRE DE 2012 · 23:00

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Para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Filipenses 2:9-11 (NVI) ¿Qué hace tan especial al cristianismo? Ciertamente que como religión ha tenido sus fallas, aunque es innegable su aporte positivo al desarrollo de los individuos y de la humanidad. Lo que lo hace especial es JESÚS, su fundador. JESÚS es el Único Hijo de Dios en Su carácter y obra; es Dios con nosotros; Él es poseedor de la naturaleza divina y de la humana; sujeto a sufrimientos, necesidades y muerte, aunado a ello, la eficacia de su muerte en la cruz, el poder de Su resurrección de entre los muertos, el poder trascendente de Su ascensión y triunfo final en la entronización, todos esos siete elementos reunidos, por decirlo en alguna manera, en JESÚS, hacen de Él un ser incomparable. En efecto, todos los sesenta y seis libros de la Biblia proclaman a JESÚS. Su tipología arranca desde Génesis 3:15; se hace presente en forma maravillosa en más de 300 profecías del Antiguo Testamento que apuntan hacia Él. Llegamos al Nuevo Testamento y JESÚS abre las páginas con su nacimiento, y las cierra en Apocalipsis con su entronización en la Nueva Jerusalén. ¡JESÚS es incomparable! Sin JESÚS no tuviéramos cristianismo; sin JESÚS no tuviéramos Iglesia; sin JESÚS no supiéramos quién es Dios como Padre; sin JESÚS nunca hubiéramos conocido de alguien que vivió una vida extraordinaria y es modelo de ser humano y de Dios; sin JESÚS no supiéramos lo que es el amor, el perdón, la fe y la esperanza; sin JESÚS no tuviéramos salvación y vida eterna; sin JESÚS no tendríamos respuestas a nuestras oraciones; sin JESÚS no hay buenas nuevas de salvación; sin JESÚS no conoceríamos la verdad que proclama que estamos en un período de transición entre su promesa de que Él mismo vendrá por su Iglesia en el rapto; sin JESÚS no tuviéramos la esperanza de su triunfo final en su Segunda Venida, cuando vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Debido a todas estas verdades bíblicas, el cristiano nacido de nuevo no es vencido por las circunstancias ni el pesimismo, vive seguro de cara a un fabuloso futuro que le espera; el verdadero cristiano sabe que aunque está en este mundo, no pertenece a este mundo, no cambia lo eterno por lo temporal. El Apóstol lo describió con cuatro palabras, él dijo que en JESÚS: “Somos más que vencedores” (Romanos 8:37). Sí, el Día del SEÑOR vendrá, ese día en que toda la creación en el Nombre de JESÚS doblará sus rodillas, y todo ser humano tendrá que confesar que JESÚS el incomparable: ¡Es el SEÑOR! Vivimos tiempos difíciles y no podemos ser indiferentes, tarde o temprano, nos tocará a nosotros sufrir también. ¿Qué vamos hacer cuando por todas partes vemos sólo pleitos y peleas, violencia y destrucción? ¿Cuándo vemos que los malvados maltratan a los buenos y por todas partes hacen injusticias? ¿Cuándo nuestros valores familiares son pisoteados y se da mal ejemplos a nuestros niños, precisamente por aquellos que debieran ser modelos para ellos? ¿Cuándo los poderosos se lanzan sobres sus enemigos como el águila sobre su presa? ¿Cuándo no existe respeto por las autoridades por Dios establecidas porque esas autoridades no respetan a los otros, y se burlan de los demás reyes, y de los que están en eminencia en los distintos sectores de la sociedad? ¿Cuándo sentimos que los malos vienen contra nosotros como un huracán que llega, golpea y se va; pero son culpables de un gran pecado: no tienen más dios que su fuerza? ¿Cómo vamos a poder enfrentar la vanidad de los orgullosos que son como la muerte que siempre quiere más; son como la tumba que nunca está satisfecha? ¿Cuándo le pedimos con gritos a nuestro Dios que nos salve pero Él pareciera que no nos escucha, y nuestras oraciones no pasan del techo? Todas estas interrogantes estaban en el corazón del profeta Habacuc (alrededor del año 600 a. C), cuando escribió el libro que lleva su nombre. Este libro nos presenta la agonía del profeta ante el sufrimiento del ser humano y la paciencia de Dios que no actúa tan rápido como el profeta quisiera. Dios, le responde al profeta diciendo que todos esos que los gobiernan y los mantienen esclavos, algún día les rendirán cuenta; y por fin, el profeta, encuentra la paz y hace su oración inmortal: “Cuando yo escucho todo esto, me tiemblan los labios y todo el cuerpo; siento que mis huesos se desmoronan, y el que suelo se hunde bajo mis pies. Pero yo espero con paciencia el día en que castigarás a los que ahora nos atacan. Aunque no den higos las higueras, ni den uvas las viñas ni aceitunas los olivos; aunque no haya en nuestros campos nada que cosechar; aunque no tengamos vacas ni ovejas, siempre te alabaré con alegría porque tú eres mi salvador. Dios mío tú me das fuerzas; me das la rapidez de un venado y me pones en lugares altos”. (Habacuc 3:16-19 la Biblia traducción actual) Por encima de las circunstancias que nos dominan -y no podemos esconder la cabeza en un hoyo-, el cristiano nacido de nuevo es realista, sabe que la solución es divina y no humana. Por ello, descansa completamente en Dios, mientras lleno de ánimo asume su misión histórica a la luz de su destino eterno: Dios es paciente y no quiere que ninguno se pierda, así que se lanza a la conquista de los hombres y mujeres para su Señor y Salvador JESÚS, a pesar de todo.

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