Tres milagros que cambiaron naciones

Dios no es una fuerza anónima, sino una persona que lleva a cabo sus planes según su voluntad.

10 DE MAYO DE 2023 · 11:06

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Imagen de Sandra Seitamaa en Unsplash.

Cuando Dios actúa, ni pide permiso a los hombres ni tiene en cuenta sus reparos. Esta es la gran verdad que una y otra vez vemos en la Biblia con toda claridad, desde el libro de Génesis hasta Apocalipsis. A lo largo de la historia, algunas personas han tenido el privilegio de haber vivido estas actuaciones divinas en persona. Por lo tanto es sabio reconocer lo que es evidente: Dios es soberano y no depende de nuestro consejo o nuestras preferencias.

Dios no trabaja a base de una ecuación matemática, ni tiene que someterse a lo que nosotros llamamos leyes naturales. Él no es una fuerza anónima, sino una persona que lleva a cabo sus planes según su voluntad. Por eso el Espíritu de Dios actúa de forma imprevisible y “sopla de donde quiere” (Juan 3:8).

En cuanto al tema del avivamiento que estamos tratando vemos estas actuaciones soberanas divinas en varios ámbitos. Como ya lo anunciamos, son tres.

La primera actuación soberana de Dios es su intervención inesperada en la vida de una persona individual, en momentos cuando toda esperanza parece perdida. En otras ocasiones, el Señor sacude a su pueblo dormido y desobediente de tal manera que parece que el día de Pentecostés se repite. Y en otros momentos, lo hace con una nación entera que ni siquiera le conoce. Hemos definido estas tres formas de acción divina como renovación, avivamiento y despertar. A continuación vamos a averiguar lo que esto significa en ejemplos concretos sacados de la Biblia.

 

1. Un hombre es renovado por Dios

Cualquier persona que ha ostentado algún tipo de responsabilidad en la iglesia puede identificarse plenamente con lo vivido por uno de los personajes más importantes del Antiguo Testamento: Elías. De una gran victoria al modo de pánico a veces hay un solo un paso. El domingo subes al púlpito y parece que casi se te abre el cielo, hay personas que encuentran al Señor y se celebra un culto que hace honor a su nombre. Y el lunes -día de descanso del pastor- caes en un hoyo, en una depresión profunda, a veces de forma tan inexplicable como a veces previsible.

No hace falta repetir aquí la cantidad de estadísticas que nos enseñan que un pastor protestante es particularmente proclive a sufrir lo que hoy se llama un burnout -un derrumbe total físico, emocional y espiritual. Muchas veces, del hoyo de la depresión del lunes sales con la reanudación de las tareas habituales el martes. Pero a veces la sensación de vacío y agotamiento viene para quedarse y para ponerse peor cada día. No conozco ningún pastor, anciano o líder de una iglesia que en algún momento de su vida no haya llegado a dudar de su propia continuidad en el ministerio. De hecho, conozco algunos que en un momento determinado solo tenían un deseo: morirse. No hablo de suicidio. Existe una versión más espiritual: ¡qué el Señor se encargue y me lleve! A esa variante recurrió el personaje que voy a mencionar ahora.

Más de uno ha sido consolado en alguna fase de su vida por la experiencia del profeta Elías. Este hombre de Dios acaba de salir de una victoria a goleada contra los sacerdotes de Baal, con intervención divina milagrosa incluida. Pero ahora su antagonista, la malvada reina Jezabel, le había jurado venganza. Y esto saca a la superficie todo el estrés físico y emocional que se había acumulado en los últimos años en hombre de Tisbé. Sus fuerzas se han evaporado, pero aún le queda un resto de energía, suficiente para ponerse en marcha, rumbo al sur, al desierto. Debajo de uno de los pocos árboles de la zona viene el derrumbe total del profeta.

Se había creído mejor y más fuerte que los demás. Pero ahora resume su supuesto fracaso en la frase: “No soy mejor que mis padres”. Con la depresión viene su hermana gemela: la autocompasión: “Soy el único que defiende la sana doctrina. Me van a echar de menos”. Elías había llegado al final. Solo quería morirse. Eso por lo menos creía.

Pero Dios aún tenía planes con él: iba a renovarle -y eso ocurrió en tiempo récord. Y de paso el Eterno le pone al tanto de las estadísticas oficiales: no estás solo, quedan miles como tú. Y además no tienes que luchar tú solo contra todo el mundo. El Señor le ratifica su promesa: Yo estaré contigo.

Llama la atención las prioridades que tiene Dios: primero viene la recuperación física: sueño, comida y bebida. Luego la renovación espiritual. Y Dios le renueva a Elías profundamente. Después de sacar fuerzas físicas tiene pendiente un encuentro especial en un lugar especial. Allí se sacia de Dios. Podríamos resumir su experiencia con las palabras de Job: “De oídos te había conocido. Pero ahora mis ojos te ven”. Esto significa renovación.

Acto seguido, Elías camina con fuerzas renovadas hasta Damasco. Acaba de aprender una lección importante: hace falta llevar a cabo un ministerio en el poder de Dios y no confiando en los propios recursos.

 

2. Un pueblo vuelve a su Dios

Mientras tanto, la situación en Judá, el reino del sur, no iba mucho mejor que en el norte. Cierto, a diferencia de Israel apareció por lo menos en ocasiones un rey que temía a Dios y favorecía la enseñanza de la Ley y el culto en el templo. Pero a lo largo de los años, el nivel obediencia de los judíos había bajado cada vez más. Por más increíble que parezca, llegaron finalmente días, donde el templo de Jerusalén dejó de ser centro del culto del pueblo y sirvió de almacén y hasta de vertedero de basura. Judá también había abandonado a su Dios, para servir a los dioses cananeos y fenicios.

En esta época desastrosa, el profeta Isaías desempeñó su ministerio. Pero parecía que estaba perdiendo su tiempo, hablando contra una pared de indiferencia y desobediencia. De algunos mensajes de Isaías (56:10-12) desprendemos que los sacerdotes hacían lo que les daba la gana, sin importarles lo más mínimo la voluntad de Dios. Y el pueblo siguió su mal ejemplo. Pero finalmente murió el rey Acaz y su hijo Ezequías accedió a la edad de 25 años al trono de Judá. A diferencia de la época de su padre Acaz, los mensajes de Isaías cayeron finalmente en tierra fértil.

No sabemos si esta circunstancia era el detonante o si el corazón de Ezequías fue tocado de otra manera. Lo cierto es que el rey ordenó con determinación y firmeza la limpieza y reapertura del templo. De repente, había un ambiente muy distinto en Judá. Y la chispa saltó del rey a los levitas y de los levitas finalmente al pueblo. En 2 Crónicas 29:36 leemos:

Y se alegró Ezequías con todo el pueblo, de que Dios hubiese preparado el pueblo; porque la cosa fue hecha rápidamente.

No cabe duda que Dios le había hecho un gran regalo a los judíos. Ezequías personalmente llamó al pueblo al arrepentimiento. Por primera vez en mucho tiempo se celebró la pascua e incluso vinieron personas de la desaparecida Israel (reino del norte), ahora bajo administración Asiria (30:18).

La Biblia resume este acontecimiento con el cual nadie había contado en una frase lapidaria: Y oyó Yahvé a Ezequías y sanó al pueblo (30:20).

¡Dios había avivado a su pueblo!

 

3. Un pueblo encuentra a su Dios

Pero ¿se comunica Dios solamente con los que llevan su nombre? De ninguna manera. Uno de los libros más cortos de la Biblia nos cuenta una de las historias más grandes desde el tiempo de los patriarcas.

El tercer ejemplo nos da una idea de un despertar a nivel nacional de un pueblo que supuestamente no estaba en el radar de Dios, esto por lo menos era la opinión experta de un conocido profeta que llevó a cabo su ministerio poco antes del llamamiento de Isaías, cuando Israel aún existía. Su nombre fue Jonás.

Dios le mandó a una misión imposible: viajar a Nínive, la capital de Asiria, para proclamar el mensaje de Dios y llamar a los asirios a arrepentirse. Es como si el Altísimo enviara hoy a un evangelista a Pyongyang para llamar al arrepentimiento a Kim Jong-un y al resto del politburó de Corea del Norte. Además, el mensaje que Jonás tenía que predicar no intentaba ganar amigos, ni suavizar matices. Se podría resumir en una frase: quedan 40 días hasta el juicio de Dios. No voy a comentar los detalles interesantes de esta hazaña, solo centrarme en lo más llamativo: lo que se podía esperar de esta aventura era humanamente hablando la muerte del profeta. Los asirios eran expertos en mandar a sus enemigos al otro barrio, pero muy lentamente.

No nos extraña que Jonás inicialmente no sentía muchas ganas de obedecer. Sin embargo ocurre el mayor de los milagros de este libro: el rey de Asiria - Adad-Nirari III - se humilla delante de Dios y se arrepiente. Y efectivamente, por un tiempo hubo un profundo cambio en Asiria. De eso no solamente nos habla el libro bíblico, sino existen testimonios arqueológicos y por lo tanto pruebas históricas extra-bíblicas1. Sin lugar a dudas se trata de uno de los despertares más insólitos y llamativos de la historia.

Pero lo que nos enseñan los últimos dos ejemplos también contiene otra gran lección para nosotros que nos hemos propuesto a estudiar el tema del avivamiento: las bendiciones de Dios no se pueden conservar. Judá finalmente cayó de nuevo en la idolatría y de la misma manera Asiria volvió a las andadas. No podemos analizar las razones en este espacio limitado. Pero una cosa queda clara: estos acontecimientos de renovación, avivamiento y despertar nacional son muestras de la gracia divina igual que el maná para los israelitas. Y de la misma manera no pueden ser conservadas para otro día.

Cada generación necesita su propio encuentro vivificador con Dios.

 

Notas

1 Artículo en Protestante Digital.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - Tres milagros que cambiaron naciones