La locura de los césares: cuando Dios pone a los gobernantes en ridículo
Estos líderes tienen la idea de resolver todos los problemas a golpe de talonario o con decretos y con leyes cada vez más extravagantes y absurdas que no solo desafían al sentido común sino a Dios mismo.
21 DE DICIEMBRE DE 2022 · 13:00

“La locura de los césares” es una expresión que se refiere a una forma específica de locura, resultado de la arrogancia, megalomanía y paranoia desarrollados en el poder. Los historiadores nos cuentan que este tipo de estorbo mental solía aparecer especialmente entre algunos emperadores romanos. El término se refiere menos a una enfermedad en el sentido estricto médico que a un conjunto de características de un monarca incapaz de gobernar de forma sensata. Por lo tanto, hoy en día, el término se utiliza también para designar la exageración patológica de la pretensión de poder en algunos gobernantes, sobre todo cuando estos disponen de mucho poder.
Desde el punto de vista bíblico, el asunto se vislumbra de una forma algo distinta. Es más que un desarreglo hormonal, un desajuste psicológico o simplemente el mal comportamiento que sube a la superficie cuando una persona se cree intocable. Bíblicamente se trata de un juicio divino sobre un líder que pretende haberse convertido en Dios y realmente no importa si esta aspiración se expresa literalmente en estos términos, o si la persona simplemente actúa como si fuera Dios. No hay ninguna razón para no creer que esa locura de los césares no puede caer sobre un gobierno en pleno.
Ya intenté explicar en mis artículos anteriores que llega un momento cuando Dios dice “basta” y entrega a los que se burlan de Él a juicio, tal y como como Pablo lo explica en Romanos 1:24. El hybris y la arrogancia en el poder siempre llevan al juicio divino. Pocos defienden hoy esa idea. Pero me parece que no deberíamos descartarla. Ejemplos de esto no faltan en la Biblia y tampoco en la historia secular. En lo que tiene que ver con la Biblia, quiero mencionar tres de ellos para entender un principio que se ha repetido una y otra vez en la historia. De esta manera quedará muy claro que esta verdad de ninguna manera se limita solamente a Israel. Todos los políticos del mundo deberían temer este tipo de juicio divino - y unos cuantos ponerse a temblar.
Vamos a empezar con Saúl. Al primer rey de Israel rápidamente se le subió su poder a la cabeza. Su historia es tan conocida como trágica. Después de darse cuenta de lo que implicaba la autoridad, primero se arrogaba poderes sacerdotales (1 Samuel 13). En otras palabras: quería usar la religión para sus fines. En segundo lugar, mintió a Dios y a los hombres para justificar su desobediencia a una ley específica de Dios (1 Samuel 15). Esto abrió las puertas para que fuerzas malignas se apoderasen de él. Todo esto le llevó en tercer lugar al deseo de perpetuarse en el poder a todo precio y si fuera con la ayuda del diablo mismo (1 Samuel 28).
El resultado era una muerte sin honra y un tremendo daño para la nación a la cual pretendió servir.
Otro personaje famoso que menciona la Biblia en este contexto es el rey Nabocodonosor. En un arrebato de auto exaltación paseaba por su palacio en Babilonia y exclamó:
“¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para la gloria de mi majestad?” (Daniel 4:30).
La Biblia nos cuenta que acto seguido el monarca entró en un estado de delirio mental que los psiquiatras y psicólogos hoy clasifican como boantropía1. Al mismo tiempo, el libro de Daniel deja muy claro: no se trata de una enfermedad cualquiera, sino de un juicio divino sobre la arrogancia y auto-exaltación de un rey. La lección es evidente: cuando un gobierno se cree independiente de Dios y se arroga el derecho a despreciar a todo lo que es el orden instituido por Dios, entonces primero el gobernante y luego toda su nación cae al nivel de los animales y se comportan igual o peor que ellos. Y lo que es particularmente divertido: creyéndose inteligentes y listos, toman decisiones absurdas, y actúan con menos sensatez que un buey, sin darse cuenta de ello. El profeta Isaías habla de eso en el primer capítulo de su profecía.
Sin embargo, en este caso, Dios tuvo misericordia. Finalmente, Nabucodonosor recuperó la sensatez y llegó a la siguiente conclusión:
“Ahora yo, Nabucodonosor, alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Dan. 3:37).
Otro monarca tuvo que experimentar una humillación parecida algunos siglos más tarde. Hablamos de Herodes el Grande, el último ejemplo bíblico que quiero mencionar.
Desde el punto de vista político - y sobre todo desde el punto de vista romano - Herodes no era un mal rey. Mantuvo orden en su jurisdicción y tenía una obsesión casi enfermiza de ganarse el aprecio de sus súbditos. Posiblemente entraría como uno de los reyes más importantes de los judíos en los anales históricos, si no fuera por el hecho que había declarado la guerra al Mesías mismo. Su lema era nada menos: “Si este niño es el Mesías, yo lo mataré”. Y así solo podía perder. Los últimos meses de su vida eran caracterizados por una locura sin límites y unas decisiones realmente absurdas. La vida de Herodes es un ejemplo más de que no es buena idea burlarse de Dios cuando uno ostenta el poder.
Fuera del contexto bíblico, nos damos cuenta que esa locura de los césares se hace casi endémica en el imperio romano después de la muerte de Augusto. Un emperador sigue al otro y cada uno intenta superar a su antecesor en cuanto a estupideces inimaginables.
El emperador Calígula, por ejemplo, pasó a la historia por su carácter déspota y cruel, pero también por sus numerosas extravagancias. Una de las más famosas tiene que ver con su caballo preferido, Incitatus, al que se dice que quiso nombrar cónsul y sacerdote.
Aunque la forma en la que se gobierna en nuestros tiempos dista en muchos aspectos de los sistemas políticos mencionados anteriormente, queda, sin embargo, una verdad a tomar en cuenta: el poder - aunque sea democráticamente legitimado - tiene la tendencia de corromper a la persona más íntegra. Un gobierno, aunque elegido por el pueblo, no está exento de tener que rendir cuentas ante Dios. Y mucho me temo que más de un líder electo en nuestros días muestra ciertos síntomas de la locura de los césares. Porque lo que les une en el fondo con los ejemplos estudiados es su idea de poder resolver todos los problemas a golpe de talonario o con decretos y con leyes cada vez más extravagantes y absurdas que no solo desafían al sentido común sino a Dios mismo.
Siguiendo al ejemplo del famoso cuento de hadas del traje nuevo del emperador, no pasa apenas un mes sin que otra de estas locuras hechas ley pase por nuestros parlamentos. Lo que se lleva la palma, de momento, es sin lugar a dudas todo lo relacionado con la sectaria ideología del genderismo, convertido en una pseudo-ciencia, un credo sin alternativa y acompañada por una lingüística artificial, ridícula e infumable que clama al cielo y que en su grado de estupidez es solamente superado por aquellos que de hecho la usan en sus discursos y publicaciones.
Estos defensores del emperador desnudo son como los incondicionales de la tierra plana en la edad media que disponían de la Santa Inquisición para “convencer” a todo el mundo de la veracidad de sus ideas. Aquellos que nos enseñan -por ejemplo- que hay docenas de géneros son sencillamente sectarios pseudo iluminados que en un par de años servirán de ejemplos hasta que punto el pensamiento humano puede degenerar. Y se sirven de los mismos mecanismos -aunque algo más sofisticados- que los esbirros de Torquemada.
Una de las características de esta locura del poder combinado con un mesianismo sectario es precisamente su tendencia de vivir aislado de la gente sobre los que gobiernan, alejado de opiniones discrepantes y solamente rodeados que gente que admiran el traje tan espléndido del señor o de la señora presidente o ministro/a/e - mientras un niño preescolar puede ver que andan desnudos y desprovistos del más mínimo resto de sentido común y tomando decisiones cada vez más peregrinas y dignas de un programa televisivo de parodia política de Groucho Marx.
Me voy a ahorrar el trabajo de detallar más ejemplos de este tipo de diarrea intelectual porque convertiría este artículo en un libro. No quiero hablar de ecologistas en el gobierno que suministran todo de tipo de armas -con sus correspondientes emisiones de CO2- a zonas de guerra2. Tampoco quiero hablar de ministros de agricultura que proponen chalecos de seguridad para gallinas3, ministras de igualdad que deliran de que los niños puedan tener sexo con quien quieran4, feministas de defienden el islam y hablan del hiyab como una forma de expresión la liberación de la mujer5, ministros de economía que afirman que aunque una empresa no venda nada no se va a ir a pique6 y lo más importante de todo: del clima que hay que salvar haciendo todo lo posible para regresar a la edad de piedra y al ser posible prohibiendo fuego y rueda. En el lado económico tenemos a los defensores de la teoría monetaria moderna (Modern Monetary Theory) que creen que con darle suficiente dinero a todo el mundo se resolverán todas las injusticias en este mundo. Y este dinero simplemente se imprime o se crea digitalmente en la cantidad necesaria - y ya está.7
Todo esto forma parte del juicio de Dios sobre una clase de políticos depravados, corruptos, arrogantes y hostiles a todo lo que tiene que ver con la fe cristiana o el sentido común.
Esa mezcla de hybris, arrogancia, pseudo-intelectualismo, corrupción e incapacidad ha llevado a nuestro mundo a uno de los momentos más críticos de su historia. El juicio de Dios ya ha venido. Él les ha “entregado a sus propias desgracias”. Y por sus propias decisiones demuestran el tamaño de su desvío mental y moral. El resultado de todo esto lo veremos en los años que se avecinan. Y lo malo es: aquellos que permitimos esa clase de emperadores desnudos vamos a tener que pagar la factura de ropa que nos dejan sus majestades.
Notas
1Artículo en El Periódico.
2Artículo en Swiss info.
4Artículo en Protestante Digital.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - La locura de los césares: cuando Dios pone a los gobernantes en ridículo