Galadriel y el manzano de Lutero

Los cristianos deberíamos ser los primeros en interesarnos por la investigación científica, por el aprendizaje continuo y por superarnos día a día, para la gloria de Dios y nuestro propio bien.

10 DE FEBRERO DE 2021 · 11:44

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Imagen de Syd Wachs en Unsplash.

En el inicio de versión cinematográfica del “Señor de los anillos” se escuchan las palabras de Galadriel:”... el mundo ha cambiado. Lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire”.

Así empieza la obra monumental que narra la lucha de los protagonistas y su victoria épica contra las fuerzas destructoras de Sauron.

Son palabras que recogen muy bien lo que muchos intuyen al inicio del nuevo año 2021. Aún estamos en medio de una pandemia cuyo final no se vislumbra. Desde hace un año nos tiene en vilo y parece que no nos soltará tan fácilmente de sus garras. Y por si esto fuera poco, nos espera otra amenaza no menos escalofriante: vamos rumbo a la peor crisis económica desde la gran depresión de los años 30 del siglo pasado. Algunos opinan que incluso será mucho peor que aquella, pero con un agravante: esta vez será global con pérdidas y consecuencias sociales incalculables.

Los colegios están cerrados y trabajan como pueden de forma telemática. En muchos países niños y adolescentes no pueden ver a sus amigos, salvo por la pantalla del ordenador, si es que tienen uno. Miles de nuestros mayores se están muriendo desde hace un año en la más terrible soledad, encerrados en residencias aislados de sus seres queridos. Los medios de comunicación nos mantienen en un estado de pánico continuo y los gobiernos nos dan pocas razones para ser optimistas.

En esta situación, todo el mundo busca explicaciones según sus convicciones e ideas. A estas alturas incluso la expresión “teoría conspiratoria” se debería usar con cierto cuidado, porque nos damos cuenta que a veces la realidad supera la ficción.

Hoy por hoy estamos tan centrados en todo lo que tiene que ver lo la pandemia que parece que no hay otra noticia en el mundo que merece nuestra atención. Nos trae sin cuidado que millones de personas están en peligro de morir de hambre o por enfermedades distintas al covid por las medidas preventivas impuestas por los gobiernos a nivel internacional. Y las guerras en el mundo se libran con más facilidad ya que no quedan periodistas que las cubran.

Y tampoco hay lugar para alguna que otra noticia que nos podría animar.

No nos extraña que el mundo se enfrenta a un estado colectivo de pesimismo, histeria y desesperación.

En este ambiente es lógico que las escatologías del “mal en peor” están haciendo su agosto. Según los predicadores del “pesimilenismo” ya hemos llegado al final del trayecto. Cristo volverá en cualquier momento. Y puede que sea así. Pero también cabe la posibilidad -en mi opinión más probable- que aún nos quiera dejar en esta tierra por bastante más tiempo. Entre otras cosas porque aún no hemos terminado nuestro trabajo. Y en vez de anhelar el sonido de la sirena del recreo, deberíamos estar dispuestos a currar para el Maestro con las botas puestas hasta el último momento.

La verdad es que no todo son malas noticias. Y no todos los desarrollos son el presagio de la venida del anticristo. Veamos solamente algunas de las buenas:

  • En los últimos 250 años, la expectativa de vida en Europa ha subido de 35 a 80 años, en América de 35 a 77 años y en África de 28 a 60 años.

  • La mortalidad infantil en un país como la India ha bajado del 52% en 1910 al 5% en la actualidad.

  • El PIB per cápita en África ha subido de 1.100 dólares en 1950 a 8.000 dólares en 2016.

  • En 1816 sólo 1% de la población mundial vivía en estados considerados democráticos. En 2016 la cifra alcanzó el 54%.

  • El número de armas nucleares se ha reducido en un 80% en los últimos 35 años.

  • La alfabetización en el mundo ha subido del 12% al 85% en los últimos 150 años1

Cierto, siempre hay cifras para todos los gustos, pero queda el hecho innegable de que en comparación con tiempos pasados, en la gran mayoría de los lugares de este planeta se vive mejor que hace 100 años. Creo que pocas personas estarían dispuestos a cambiar su situación actual con una persona que vivía en los tiempos de Cervantes o incluso de Miguel de Unamuno.

Muchas iniciativas que nos han llevado a esas mejorías en ciertas áreas fueron inspiradas por cristianos o por personas que recibieron una educación marcada por los valores de la Biblia sin ser creyente. Este hecho entra teológicamente en el apartado de la “gracia común”. Es decir: Dios bendice también a personas no creyentes por influencia directa o indirecta del evangelio e incluso en sitios donde el evangelio se desconoce. Pero hay una conexión directa entre la influencia de la fe cristiana en el mundo y los avances sociales, tecnológicos y científicos. Esta influencia es mucho mayor de lo que nosotros creemos. Aquellos que han vivido en lugares donde la fe cristiana no existe o apenas tiene influencia directa o indirecta entienden de que estoy hablando.

Y esto nos lleva a una conclusión muy importante: como cristianos subestimamos muchas veces el tremendo potencial que Dios nos ha dado. Este mundo -marcado por el pecado- es un inmenso campo para hacer fructífero lo que el Señor ha entregado en nuestras manos.

Nuestra visión no nos convierte en fatalistas sino en personas emprendedoras, sacrificadas, trabajadoras y visionarias.

Los desastres, malas noticias, tragedias y catástrofes son para el creyente incentivos para reconstruir en mejores condiciones lo que el pecado humano y sus consecuencias han destruido. Cada fracaso es una oportunidad y cada viaje que termina en un callejón sin salida, nos reta a dar marcha atrás para buscar una ruta mejor hacia la meta.

Esto nos lleva a la siguiente conclusión: un cambio de época como el que estamos viviendo ahora nunca viene sin sufrimiento, problemas y catástrofes de todo tipo. Es la lección que Tolkien nos enseña en su obra magistral. Sin embargo, al mismo tiempo es una oportunidad de evitar problemas que se han cometido en el pasado.

A los cristianos Dios permite ver más allá de las limitaciones de una persona que no tiene los ojos de la fe que se afinan gracias a la Biblia. Nuestra visión no nos convierte en fatalistas, paralizados por el miedo y pesimistas incurables, sino en personas emprendedoras, sacrificadas, trabajadoras y visionarias.

Dios nos ha dado lo que en la teología se llama el “mandato cultural”: poblar la tierra y “sojuzgarla”. A primera vista, la palabra asusta. El término hebreo es kibesh. Y no tiene nada que ver con la explotación. Es curioso que en 2 Samuel 8:11 se usa la misma expresión en la forma gramatical idéntica en relación a los países que David había sometido para obedecer y honrar a Dios. Esto implicó una reorganización no al estilo pagano, sino según las normas divinas. Lo curioso es que estas mismas naciones florecieron bajo el dominio de los israelitas porque David “administraba justicia y equidad a todo su pueblo” (2 Samuel 8:15). Cuando su hijo Salomón heredó este reino recibió incluso la visita de una reina pagana que quería ver este hecho y aprender de la sabiduría de Salomón.

El mandato cultural siempre ha inspirado la ciencia y las ganas de conocer mejor a esta tierra y ponerla al servicio de Dios. De hecho, esta tarea es nuestra descripción de trabajo.

Sabemos que este mundo no dará lo mejor de sí sin esfuerzo de nuestra parte. El país de Jauja no existe aunque algunas corrientes sociales y políticas siguen creyendo en el. En este contexto Dios le habla a Adán del sudor, del esfuerzo y de los contratiempos que su labor sufrirá. Siempre habrá desafíos, pero son pruebas superables con la ayuda divina.

Por eso el cristiano no se debe fijar en los problemas y quedar paralizado de su impacto como un conejo delante de una serpiente. El miedo paraliza. Pero el miedo es característico del paganismo y de su cosmovisión llena de monstruos y demonios.

Me parece que es hora de recuperar esta visión de las cosas. Un creyente no debe nunca perder la curiosidad. Deberíamos ser los primeros en interesarnos por la investigación científica, por el aprendizaje continuo y por superarnos día a día - para la gloria de Dios y nuestro propio bien.

Se dice que a Martin Lutero se le preguntaba qué haría si supiera que mañana acabase el mundo. El reformador respondió con las palabras famosas: “Entonces plantaría hoy un manzano.”

Esta confianza en el poder divino es el mejor antídoto contra el fatalismo y los miedos inspirados por el enemigo. Es la fe en el poder divino y en su gracia lo que nos hace florecer y crecer como el manzano de Lutero. Y si los tiempos cambian, es nuestra oportunidad para darles el rumbo adecuado.


Notas

1 https://www.vox.com/2014/11/24/7272929/global-poverty-health-crime-literacy-good-news

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - Galadriel y el manzano de Lutero