Este mundo no es mi hogar

Sabemos todo sobre trivialidades, pero poco sobre una de las cosas que debería animarnos todos los días: nuestro futuro con el Señor.

12 DE FEBRERO DE 2020 · 19:51

Imagen de [link]Hudson Hintze[link] en Unsplash.,
Imagen de [link]Hudson Hintze[link] en Unsplash.

El segundo tema que quiero mencionar en cuanto a nuestra relación personal con el Señor tiene que ver con algo tan fundamental como es la esperanza de la gloria eterna. Exceptuando entierros y funerales, escuchar hablar de este tema en algún sermón ya es un acontecimiento raro.

John Tillotson, arzobispo de la Iglesia Anglicana, en el siglo XVII dijo en una ocasión: 

“Aquel que se preocupa por esta vida pero descuida la eternidad, es sabio por un momento, pero un necio para siempre.” 

Creo que esta frase la clava.

¿Por qué escribo sobre esto? Porque es un aspecto central de los retos a los que nos enfrentamos como cristianos evangélicos y como Iglesia. Nos olvidamos con facilidad de la dimensión eterna de nuestra fe. Teóricamente no. En la práctica, sí. En tantas ocasiones parecemos incapaces de ver esta vida a través de la perspectiva de la eternidad.

En términos generales, me parece que hemos perdido el sentido de lo que es eterno. Vivimos y actuamos muchas veces como si esto que vemos y lo que nos rodea fuera la última verdad. Se predica poco sobre el cielo. Menos todavía sobre el infierno. Sin embargo el futuro, nuestro futuro,  debería influenciar en nuestra manera de vivir el presente. Pasajes como Santiago 2:12 y 2 Pedro 3:11.12 lo expresan claramente.

Es verdad, a veces pensamos en el cielo, sobre todo cuando una enfermedad inesperada nos saca dolorosamente de la rutina diaria que nos adormece. Pero no nos engañemos: para muchos creyentes la vida después de la muerte parece irreal, casi como un sueño, llena de incertidumbres e incógnitas. Y acto seguido volvemos a nuestros negocios, trabajos y problemas que parecen la única realidad que hay. Muy pocas reflexiones y pensamientos sobre nuestro futuro eterno nos permitimos en el día a día.

Lo vemos en nuestras conversaciones. ¿Cuántas veces hablamos de nuestro futuro con el Señor en comparación con la tele, el fútbol, el tiempo, la política, etc.? 

Somos expertos en lo trivial y aprendices en lo que realmente importa. Sabemos todo sobre trivialidades, pero poco sobre una de las cosas que debería animarnos todos los días: nuestro futuro con el Señor.

¿Qué dice Dios sobre nuestras vidas? La Biblia es clara: esta vida es muy pasajera (Santiago 4:14; Isaías 40:6-8). ¿Qué sabes de tu bisabuela? ¿Qué sabrán tus bisnietos de ti? ¿Y si solamente me quedaran 24 horas? ¿O un mes? ¿Cómo viviría mi vida entonces?

Esto es más que solamente un experimento mental y ficticio. Te puede pasar después de recoger un análisis rutinario. Resultado: cáncer. Esta noticia cambiaría las prioridades de tu vida radicalmente y en el acto. Pero no debería.

Por lo tanto, el asunto más central de esta vida es prepararse para la que nos espera. Y solamente quiero recordar algunas de las grandes verdades, que hoy en día casi no se hablan en la Iglesia del Señor. Y no me invento nada nuevo. Estas verdades, y muchas más, están recogido en un libro clásico que hoy en día casi nadie recuerda. Se trata del libro de Richard Baxter:  El reposo eterno de los santos, (“The Saints’ Everlasting Rest”). Se escribió hace tres siglos por uno de los mejores teólogos de su época. 

Claro, un título así no vende hoy. Pero las verdades que hay detrás deberían interesarnos. Tal vez deberían cambiar el título por “Explorando el universo con Jesucristo”, para que llamara un poco la atención.

Fuimos creados para una persona, Jesucristo; y para un lugar: el cielo.

Cada vez que la Biblia habla del cielo, habla de un lugar real, poblado con personas reales. Sin embargo, nuestras imaginaciones lo ven como un lugar nebuloso, borroso, estilo “a ver si nos reconocemos”. En la subconsciencia de muchos creyentes, no es un lugar que les atrae demasiado. Para qué vamos a engañarnos. Y esto les debilita para sus tareas aquí y ahora. Si la vida del creyente consiste en morir cada día un poco más en este mundo, no deberíamos tener problemas en anhelar el mundo que viene. Pero nos resistimos a morir.

Es una estrategia satánica: aguarnos el gozo de lo que va a venir. Es interesante que en Apocalipsis 13:6 leemos que la bestia pone en ridículo tres cosas: la persona de Dios, el pueblo de Dios y el lugar de Dios: el cielo y los que moran allí.

Cristo nos está preparando allí un lugar (Juan 14:2.3). Nos costará querer transferir tesoros al cielo, si no lo tenemos en alta estima. Fuimos creados para una persona y un lugar: Jesucristo y el cielo. Pablo dice en 2 Corintios 5:6-8 que le gustaría estar con el Señor. ¿A nosotros también? 

Aquí un pequeño resumen de algunas de estas verdades. Personalmente, los entiendo como promesas reales y de un entorno real. Y animado por esa fe de “escuela dominical” -de la cual algunos se reirán respetuosamente- me hace anhelar lo eterno.

• Cristo nos prometió que comeríamos con Él en el cielo (Mateo 8:11). La Biblia habla de un lugar con aguas cristalinas. Encontraremos a Abraham, Isaac. Jacobo, Moisés, David. Veré de nuevo mi abuela que me enseñó de niño las historias de la Biblia. Conoceré al hombre que me llevó al Señor y que nunca conocí personalmente ya que me habló a través de una emisora a 10.000 kilómetros de distancia. Finalmente veré también mi hermana, a la cual nunca he conocido. Y mi primer amigo aquí en la tierra que murió cuando ambos teníamos 4 años.¿Tienes gente ya en el cielo? Los volverás a ver. Esto nos debería llenar de alegría.

• Hablaremos con ángeles, por ejemplo aquellos que nos protegieron aquí. Vamos a poder dar la bienvenida a invitados en nuestra morada celestial (Lucas 16:9). 

• No habrá iglesias, ni templo. Cristo será el centro de nuestra adoración. Leemos de un coro de cien millones en Apocalipsis 5.

• Aprenderemos en el cielo (Efesios 2:7). Dios seguirá revelando cosas de las cuales ahora no tenemos ni idea.

• Recordaremos cosas de esta vida. Apocalipsis 21:12-14 menciona asuntos que nos recuerdan de acontecimientos e instituciones de esta vida. 

• Y sí: nos reconoceremos en el cielo (Lucas 9:28-33). Elías y Moisés eran reconocibles en la transfiguración. El hombre rico reconoció a Abraham. Los mártires en el cielo recuerdan claramente sus vidas y se dan cuenta de lo que pasa aquí (Apocalipsis 6:9-11). El cielo no significa ignorancia de las cosas que pasan aquí. Hay una continuidad de la memoria y de recuerdos.

• Serviremos al Señor (esto implica trabajo): Apocalipsis 22:3. Seremos activos. Esto significa responsabilidades, obligaciones, esfuerzo, planificación y creatividad.

• Reinaremos con Cristo para siempre (Apocalipsis 22:5). Tendremos personas bajo nuestro liderazgo (Lucas 19:17-19). Reinaremos incluso sobre los ángeles (1 Corintios 6:2.3).

• Cuando Dios baje del cielo a la tierra, secará todas las lágrimas (Apocalipsis 21:4). La tierra no conoce pena que el cielo no podrá sanar. No habrá hospitales, cementerios, pecado, maldad, temor, abuso, armas y terrorismo.

• Los minusválidos serán liberados de sus limitaciones. Andarán y correrán para ver y para escuchar. Algunos por primera vez

Un ejemplo de lo que la realidad de nuestro glorioso futuro es capaz de llevar a cabo es el ejemplo de Fanny Crosby. Ella es la autora de unos 8,000 himnos entre ellos muchos que cantamos (los que aun cantan himnos), por ejemplo: “Grata certeza, soy de Jesús”. Era ciega por un descuido médico, y dijo: “No lamentes mi ceguera porque la primera cara que veré es la cara de mi Señor.”

La esperanza del cielo debería sostenernos en los momentos más tristes.

El cielo es un lugar de tremenda alegría. Y lo mejor de todo: allí estará nuestro amor: el Señor Jesucristo. Pero allí estarán gente muy querida nuestra.

El cielo es el lugar de la esperanza del creyente. Esta esperanza debería sostenernos en los momentos más tristes. Pero esto no ocurre automáticamente. Tenemos que pensar y meditar en estas cosas. No permitamos que esta bendita esperanza no juegue en nuestras vidas el papel que le corresponde.

Personalmente, no conozco mayor estímulo para seguir adelante y luchar en el día a día que la bendita esperanza de lo que viene. Es combustible para una Iglesia luchadora. Nos hace valientes, sufridores y luchadores. No me voy a quedar aquí para siempre. Y no hay mayor incentivo para dejar atrás aquí huellas que valgan la pena. Huellas que indican al cielo. Es allá y no aquí donde pasaremos el resto de la eternidad. Porque al fin y al cabo, en este valle de lágrimas nos quedan dos telediarios.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - Este mundo no es mi hogar