Resumen del Apocalipsis (5)

Vamos a dividir los 22 capítulos de Apocalipsis en cuatro secciones: la Introducción (cap. 1-3), los Juicios del Cordero (cap. 4-11), el Combate cósmico (cap. 12-20) y la Nueva Jerusalén (cap. 21-22).

21 DE ENERO DE 2024 · 09:30

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Esta es la quinta entrega de un estudio en seis partes sobre Apocalipsis: el libro más incomprendido de la Biblia. Es una transcripción de este video. La semana pasada hablamos de la simbología del Apocalipsis. Hoy vamos a intentar resumirlo en unos pocos minutos. Aunque hay muchas propuestas de análisis, voy a elegir la estructura más sencilla. Vamos a dividir los 22 capítulos de Apocalipsis en cuatro secciones: la Introducción (cap. 1-3), los Juicios del Cordero (cap. 4-11), el Combate cósmico (cap. 12-20) y la Nueva Jerusalén (cap. 21-22).

Empecemos con la Introducción (cap. 1-3). El primer capítulo pone la pauta para el resto del libro: estamos en presencia de la revelación de Jesucristo, comunicada por un ángel para bendecir y exhortar a las iglesias. En su exilio en la isla de Patmos, Juan ve en una visión al Cristo resucitado y recibe un mensaje para siete iglesias de Asia: Éfeso, la iglesia que abandonó su primer amor (2:1-7); Esmirna, la iglesia perseguida (2:8-11); Pérgamo, la iglesia que necesita arrepentirse (2:12-17); Tiatira, la iglesia que tolera una falsa enseñanza (2:18-29); Sardis, la iglesia dormida (3:1-6); Filadelfia, la iglesia que persevera (3:7-13); y Laodicea, la iglesia tibia (3:14-22). Cada carta tiene una estructura similar: hay una descripción de Cristo, una evaluación de la comunidad, un llamado al arrepentimiento o la perseverancia, una repetición de la fórmula «el que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» y una promesa para quienes permanezcan fieles al Señor.

Después de la Introducción, viene una sección larga que presenta al protagonista de la historia, el Cordero, y también una serie de juicios (cap. 4-11). La escena comienza en la corte celestial; estamos frente al trono de Dios, que es adorado por veinticuatro ancianos y cuatro seres vivientes. Acá sucede uno de mis momentos favoritos de Apocalipsis. Hay un rollo sellado con siete sellos, que nadie puede abrir porque nadie es lo suficientemente digno ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra. Juan se larga a llorar desconsolado porque no puede saber lo que dice el libro. ¿Quién podría ser tan digno como para revelar el auténtico sentido del universo? Pero de pronto escucha: “Tranquilo, no llores; acá viene un León vencedor”. Juan se da vuelta, esperando encontrar un león rugiente y majestuoso… pero se encuentra con un Cordero degollado. Es el plot-twist más conmovedor de la historia: el León vencedor es un humilde Cordero sacrificado.

Cuando se abre el rollo, se desatan tres series de siete: primero siete sellos, después siete trompetas y finalmente siete copas. La apertura de cada sello va trayendo catástrofes naturales y juicios de Dios para el mundo. Cuando se abre el último sello, comienza la serie siguiente: siete ángeles van tocando siete trompetas; y con cada trompeta va aumentando la intensidad del juicio divino sobre la creación.

Así llegamos a la tercera sección (cap. 12-20), que es la más extensa y la que inaugura un nuevo momento en la narrativa de Apocalipsis. Es el combate cósmico entre las fuerzas del bien y del mal; de un lado están Dios y su Cordero, y del otro el Dragón, sus dos Bestias y Babilonia.

Al final de Apocalipsis 13 se menciona el famoso número de la Bestia, el 666. Sobre esto hay muchas interpretaciones; una de ellas dice que es probable que este número surja de una técnica de codificación llamada “gematría”, donde cada letra del alfabeto tiene un valor numérico y se simboliza a los nombres con un número. La hipótesis más difundida sobre el 666 es que es un símbolo para hablar del emperador romano Nerón; cuando se suman los números asociados a la frase “César Nerón” en el alfabeto hebreo, el resultado es 666. Según esta interpretación, este código no solo sería una referencia al emperador que desató la primera persecución a los cristianos (donde probablemente murieron los apóstoles Pablo y Pedro), sino también un símbolo para identificar al emperador Domiciano, que gobernó a fines del siglo I con una tiranía comparable a la de Nerón.

La acción continúa con escenas cargadas de simbolismo; todo sucede entre la tierra y el cielo mientras se prepara el combate final. Ya se habían abierto los siete sellos y habían sonado las siete trompetas; es el momento de que se derramen las siete copas de la ira de Dios, que traen más plagas y catástrofes naturales. Las siete copas nos traen a la memoria las plagas de Egipto; Dios vuelve a actuar, como lo hizo en el Éxodo, para liberar a su pueblo.

En los últimos capítulos de esta sección, Dios vence a cada uno de sus enemigos. Primero cae «Babilonia la grande, madre de todas las prostitutas y obscenidades del mundo», simbolizada como una mujer «borracha de la sangre del pueblo santo de Dios, es decir, los que testificaron de Jesús» (Ap. 17:5-6). Babilonia es la ciudad que simboliza la enemistad contra el pueblo de Dios; Apocalipsis nos recuerda las profecías de Jeremías (Jr. 50-51) y nos sugiere que Roma, con sus siete colinas, es como una nueva Babilonia. De hecho, es probable que los primeros cristianos se hayan referido a Roma usando como código el nombre “Babilonia” (ver 1 P. 5:13).

Tras la caída de la ciudad enemiga de Dios, Cristo entra en escena montado en un caballo blanco. Primero, derrota a las dos Bestias y las echa al lago de fuego. Después derrota al Dragón y lo encierra por mil años; pero Satanás es liberado y reúne por última vez a su ejército para el combate final más combate y más final de todos los tiempos. Pero, por supuesto, Dios derrota a Satanás de manera definitiva.

Así se abre la última sección de Apocalipsis (cap. 21-22). Tenemos ante nosotros una visión de la Nueva Jerusalén. La esperanza prometida a lo largo de todo el libro finalmente se realiza. Las descripciones están llenas de simbolismos que remiten al Antiguo Testamento, en especial al Jardín del Edén. Una vez más, como al principio, Dios habita en plenitud con la humanidad. Y mientras tanto, Apocalipsis nos invita a esperar activamente el cumplimiento de las promesas. Por eso los cristianos venimos repitiendo hace dos mil años: «¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!» (Ap. 22:20).

La semana que viene llegamos finalmente a conclusión de nuestro estudio: “Sugerencias prácticas para leer Apocalipsis”.

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