Diez cosas que dijo Jesús y entendimos muy mal (I)
La historia nos enseña que malinterpretar las enseñanzas de Jesús no solo es posible, sino que es una tentación muy habitual.
27 DE MAYO DE 2023 · 18:00
Hay al menos 3 situaciones que nos llevan a interpretar incorrectamente las enseñanzas de Jesús: los pasajes enigmáticos, la distancia cultural y la condición humana.
En primer lugar, en la Biblia hay muchos pasajes enigmáticos. Es un libro muy largo y complejo, fruto de miles de años de escritura, de muchos autores que escribieron en geografías, culturas y géneros literarios diferentes. Dentro de esa gran diversidad, hay algunas ideas que se repiten una y otra vez, que están bien explicadas en muchos pasajes o que tienen un sentido inmediato. Pero hay otros pasajes que son más difíciles de comprender, y una de las reglas de una buena lectura bíblica es poner los pasajes enigmáticos a la luz de los pasajes más claros.
En segundo lugar, porque la Biblia se escribió en un idioma, en una cultura y en un momento histórico que no son los nuestros. Si hablando en redes sociales —con personas de nuestra época, cultura e idioma— se producen tantos errores de comunicación, ¡imagínate lo que puede pasar con la Biblia! Por eso es esencial estudiar la Biblia con respeto y paciencia, sabiendo que no podemos ser expertos en todo.
Finalmente, la historia nos enseña que malinterpretar las enseñanzas de Jesús no solo es posible, sino que es una tentación muy habitual. Pensemos nomás en los discípulos: convivían con Jesús todos los días, podían preguntarle directamente y compartían la misma cultura... y aun así, los evangelios nos dicen que a menudo no lo entendían. Y si esto les pasó a los doce discípulos, a nosotros también nos puede pasar.
Hoy en día tenemos recursos e investigaciones muy avanzados de la cultura, la geografía, el idioma y las costumbres de la época de Jesús. Esto nos permite comprender mejor estos textos y su contexto de lo que era posible hace 100, 50 o incluso 20 años.
Esta es la primera parte de un Top 10 de frases de Jesús que popularmente se interpretan de una manera, pero que los estudiosos de la Biblia la consideran incorrecta (o, al menos, incompleta). Para hacer este artículo consulté varios libros, pero en especial el “Comentario al Evangelio de Lucas y a los Hechos de los Apóstoles”, de Justo González.1
10. El Reino de Dios es de los niños
Las palabras de Jesús se suelen interpretar como una defensa de la ternura y la dulzura de los niños. Nuestra perspectiva de la niñez actualmente es bastante idealista y romántica; vemos a los niños como seres puros, inocentes y angelicales. Desde esta perspectiva, para entrar en el Reino de Dios necesitamos adquirir esa inocencia característica. Pero en el contexto histórico de la parábola, la realidad es bastante diferente.
Marcos 10 cuenta la historia de unos padres que llevan a sus niños para que Jesús los bendiga; los discípulos se enojan porque creen que los niños molestan a Jesús, y el Señor les responde: “Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino de Dios pertenece a los que son como estos niños. Les digo la verdad, el que no reciba el reino de Dios como un niño nunca entrará en él” (Mc. 10:14-15).
En los tiempos de Jesús, más que seres puros y angelicales, los niños eran considerados como algo de poco valor. Eran únicamente proyectos de adultos. Su valor residía sobre todo en que algún día preservarían el nombre, las tradiciones y los bienes de la familia. Mientras tanto, eran meros espectadores. Los niños no tenían ninguna influencia en la sociedad y a menudo eran completamente ignorados. De hecho así los ven los discípulos: como una molestia que distraía a Jesús de cosas más importantes.
El énfasis de las palabras de Jesús no tiene que ver con ser tiernos, inocentes o dulces, sino con una inversión de valores: el Reino le pertenece a aquellos que la sociedad considera insignificantes. A pesar de que los niños parecen no aportar nada a Jesús, al Reino o incluso a la sociedad, son el ejemplo que Jesús usa para ilustrar cómo se entra en el Reino de Dios.
Más que ternura o dulzura, “ser como niños” es una declaración sobre el cambio de valores que propone el Reino de Dios que predica Jesús. La tentación para nosotros hoy, al igual que para los discípulos de Jesús, es que descartemos a personas que en nuestro contexto son insignificantes y poco útiles, como eran los niños en el siglo I. El Reino de Dios invierte las expectativas de utilidad y prestigio de este mundo.
9. La Ley y Jesús
El Sermón del monte es el corazón de las enseñanzas de Jesús. Y ahí nos encontramos con una frase que se repite 6 veces; Jesús dice «Han oído lo que dice la ley» sobre matar, adulterar, el divorcio o los juramentos, y después remata con una frase polémica: «Pero yo les digo». No solemos darle a esta declaración el inmenso peso que tiene.
Durante todo su ministerio, Jesús hizo tambalear la seguridad religiosa de sus oyentes: sus prácticas piadosas —como el ayuno, las limosnas y la oración—, sus autoridades —los maestros de la ley y los rabinos— y su lugar sagrado —el templo—.
Los rabinos y maestros se pasaban la vida debatiendo sobre distintas interpretaciones de la Ley. Solían enseñar a través de oposiciones: por un lado, lo que la gente conocía popularmente sobre la Ley, y por el otro una forma más pura de entenderla. Pareciera que Jesús está haciendo exactamente lo mismo; pero el Señor va mucho más allá.
Primero porque los rabinos justificaban su propia interpretación a partir de lo que decía la Escritura. Pero Jesús fundamenta su punto de vista en su autoridad personal. Y segundo porque los rabinos oponían su interpretación a otra interpretación rabínica; jamás comparaban su punto de vista con la Ley misma. Jesús, por el contrario, no está reinterpretando la enseñanza de un rabino. No dice: “Vengo a contradecir lo que dijeron el rabino Hilel o el rabino Shamai”. Jesús reinterpreta la Ley misma.
El Sermón del monte es mucho más que una enseñanza moral: es, sobre todo, una afirmación cristológica. En el centro del mensaje de la Ley y del Reino de Dios no encontramos un concepto: encontramos a Jesús mismo.
8. Si tu ojo es ocasión de caer, ¡arráncalo!
“Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mt. 5:29-30).
Jesús era un maestro de las palabras. Un comunicador brillante que lograba cautivar la imaginación y la fe de su audiencia; su mensaje ha seguido atrayendo y fascinando a millones de personas durante dos mil años. Pero es importante entender el código de Jesús. No le gustaba hablar de manera llana, con un discurso “científico” o una retórica racionalista. Jesús era un gran contador de historias; sabía cómo usar el lenguaje para transmitir verdades profundas de una manera que la gente nunca olvidaría.
Y para lograr eso a menudo usaba un recursos literario llamado “hipérbole”; en otras palabras, una exageración. A través de imágenes intensas y muy gráficas, Jesús graba a fuego los principios del Reino de Dios. Hay un montón de hipérboles en los evangelios: es más difícil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de los cielos; una fe como un grano de mostaza puede mover una montaña gigante; una persona que se concentra en los errores ajenos es como si tuviera una viga inmensa metida en el ojo.
Más que una invitación a arrancarnos un ojo o una mano, estas hipérboles graban a fuego la urgencia e importancia de lo que Jesús quería decir; no por nada seguimos hablando de eso dos mil años después.
7. La oveja, la moneda y el hijo perdido
Pocos capítulos de la Biblia se han predicado más que Lucas 15. Jesús cuenta 3 historias parecidas: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Nos encantan estas historias porque nos identificamos con ellas; nos hemos sentido perdidos, pero hemos sido encontrados. Pero si miramos el pasaje con atención, es probable que estas historias tan tiernas nos provoquen un poco de inquietud o incomodidad.
Lucas dice que Jesús estaba rodeado por dos grupos de personas. Por un lado, publicanos y pecadores; y por el otro, fariseos y escribas, que criticaban a Jesús por ser demasiado indulgente: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”, decían (Lc. 15:2). Es precisamente en ese contexto que Jesús introduce las tres parábolas: el pastor que dejó a las 99 ovejas para rescatar a la oveja perdida; la mujer que pierde una moneda y cuando la encuentra hace una fiesta; y el padre amoroso que recibe al hijo pródigo a pesar de que había hecho todo mal.
Estas parábolas no están pensadas únicamente para “los perdidos” (o sea, los publicanos y pecadores), sino sobre todo como una respuesta a los que no parecen perdidos (o sea, los fariseos y escribas). Imagínate la cara de los fariseos ante la injusticia de dejar a 99 ovejas fieles en medio del desierto para ir a buscar a la única que portaba mal. Y peor aún, lo que les debe haber molestado escuchar que “hay más alegría en el cielo por un pecador perdido que se arrepiente y regresa a Dios que por noventa y nueve justos que no se extraviaron” (Lc. 15:7).
Jesús les está enseñando que Dios es como un pastor dedicado, una mujer responsable y un padre amoroso que no se cansa de buscar a los perdidos. Todo esto suena muy lindo, obviamente; pero si somos personas que buscamos agradar a Dios y nos esforzamos todos los días por ser buenos cristianos, en realidad nos parecemos más a las 99 que a la oveja perdida, más al hermano mayor que al pródigo. Esto no les gustó a los fariseos, y probablemente también nos caiga un poco pesado a nosotros.
Las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo son un poco inquietantes porque llaman la atención a personas que creen gozar del favor de Dios. Pero es interesante que las parábolas no se quedan con un grupo y rechazan otro; de hecho, las 3 historias terminan en fiesta.
Y si somos como ese hermano mayor que trabajaba fielmente todos los días, nosotros también estamos invitados a la fiesta, y sería una pena inmensa que nos la perdamos. Un evangelio sin alegría no es la buena noticia que Jesús vino a proponer.
6. El Buen Pastor y los pastores malos
Seguimos en la misma temática y ahora con una declaración de Juan 10: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida en sacrificio por las ovejas. El que trabaja a sueldo sale corriendo cuando ve que se acerca un lobo; abandona las ovejas, porque no son suyas y él no es su pastor. Entonces el lobo ataca el rebaño y lo dispersa” (Jn. 10:11-13).
Generalmente, asociamos este pasaje con la imagen tierna de Jesús como el Buen Pastor en el que podemos encontrar seguridad y protección. Y en un nivel, eso obviamente es verdad. Pero cuando analizamos el pasaje vemos que, después de oír estas palabras de Jesús, la gente se enojó mucho. Algunos incluso decían que estaba loco y endemoniado.
¿Por qué reaccionaron así ante un mensaje de ternura? La clave para entender esta reacción se encuentra en que Jesús está trayendo al recuerdo una profecía de Ezequiel 34: “¡Qué aflicción les espera a ustedes, pastores, que se alimentan a sí mismos en lugar de alimentar a sus rebaños! ¿Acaso los pastores no deben alimentar a sus ovejas? Ustedes beben la leche, se visten con la lana y matan a los mejores animales, pero dejan que sus rebaños pasen hambre”(Ez. 34:2-3). Usando la metáfora de los pastores y las ovejas, Ezequiel critica a los líderes de Israel por preocuparse más de sí mismos que de su rebaño. Los acusa de no cuidar a las ovejas débiles, enfermas o perdidas, y de gobernar con mano dura y crueldad.
Por eso, cuando Jesús afirma “yo soy el Buen Pastor”, está haciendo una clara distinción entre él y los líderes religiosos: “Todos los que vinieron antes eran ladrones y bandidos, pero las verdaderas ovejas no los escucharon” (Jn. 10:8). La principal diferencia entre el Buen Pastor y los malos pastores es que el Buen Pastor da su vida por las ovejas. No las explota, no las abandona, no se aprovecha de ellas. Por eso las ovejas reconocen la voz del Buen Pastor y lo siguen; se sienten seguras bajo su cuidado.
El hecho de que Jesús sea el Buen Pastor es algo maravilloso, pero es también una llamada de atención: cualquiera que no se comporte como el Buen Pastor, es un pastor malo; y las ovejas deben siempre preguntarse: ¿estoy reconociendo en este rebaño la voz del Buen Pastor?
Notas
1 Descarga gratis un fragmento del libro AQUÍ, cortesía de Editorial Clie.
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