Cuando Dios es feminista

En ningún sitio en Génesis 1 o 2 dice que Dios creara primero al hombre y después a la mujer.

12 DE JULIO DE 2021 · 08:00

Shoeib Abolhassani, Unsplash,manos, hombre mujer
Shoeib Abolhassani, Unsplash

Una de las cosas que defiende el feminismo es la equidad entre los sexos, que no quiere decir que hombres y mujeres sean idénticos, sino que sus derechos, responsabilidades y oportunidades no deben depender de si nacieron hombre o mujer. Tan dolorosamente obvio y tan tristemente utópico.

El caso es que en el contexto de la iglesia evangélica, mencionar el feminismo es como mencionar al Diablo. O peor, a la madre del Diablo, porque al final la culpa siempre la tiene que tener una mujer, ya se sabe. Y el caso es que Dios, según los cánones actuales, es feminista. Debería bastar con leer los evangelios para que quedara absolutamente claro y prístino que Jesús (que, estamos de acuerdo todos, es la encarnación de Dios), defendía una realidad en la que mujeres y hombres tenían el mismo valor, responsabilidad, y merecían el mismo respeto. Pero como somos pelín obtusos y cabezones, hoy quiero hablar de Dios, Dios. El Padre del Antiguo Testamento. El Creador de Génesis 1. Y de Génesis 2.

Porque, seamos sinceros, toda teoría de equidad entre los sexos que cualquier mujer (u hombre) cristiana pueda construir, acabará tarde o temprano chocando con la famosa costilla. Y es que, aducirán los amantes de jerarquías, órdenes y sumisiones, Dios creó al hombre primero, y a la mujer después, y ella es su ayuda idónea y vive para complacerlo.

Claro que sí.

O no.

En ningún sitio en Génesis 1 o 2 dice que Dios creara primero al hombre y después a la mujer. Obviamente, no en Génesis 1, donde queda bien clarito que fueron creados a la vez, macho y hembra, a imagen y semejanza de Dios, con los mismos derechos, responsabilidades y valor. Cosa que, curiosamente, se tiende a obviar para darle prioridad al relato más sabroso y, sobre todo, más conveniente para los hombres, que han llevado siempre la voz cantante en esto de contar lo que somos y por qué: Génesis 2.

Y resulta que no. Que llevamos siglos y siglos leyendo Génesis 2 mal. Tiene sentido, claro. Primero porque los que lo han leído tradicionalmente en su lengua original (hebreo) y han tenido el derecho a interpretarlo han sido siempre hombres. Del resto de los mortales, pocos pueden permitirse el lujo de leer la Biblia en las lenguas originales, y tienen que conformarse con traducciones que, siento decirlo, son interpretaciones (sí, sé de lo que hablo, soy traductora).

Así que bueno, nos encontramos con un texto, Génesis 1, que claramente dice que hombre y mujer son creados a la vez y que ambos, juntos, reflejan la imagen de Dios. Y otro segundo texto, Génesis 2, que parece decir que Dios creó primero al hombre, le dio potestad sobre todo y todos, y luego así como por olvido y un poco improvisando, crea a la mujer, a la que no le queda otra que servir y someterse al hombre, porque, al fin y al cabo, ha sido creada bajo su petición (y encima mutilándolo). Les debemos la vida, chicas.

Pero no. Vamos a ver por qué:

Primero, algunos términos básicos en hebreo:

’adam: sí, de ahí viene Adán, ese nombre con el que se ha llamado tradicionalmente al primer hombre. Pero resulta que ’adam no significa “hombre” en tanto que varón de la especie humana, sino “ser humano”, así en general. Ser humano hombre, ser humano mujer.

’ish: hombre. Ahora sí, en tanto que hombre. Hombre como macho de la especie humana.

’ishah: mujer. En tanto que hembra de la especie humana.

Vale. Aclarado esto, vamos a ver los textos de Génesis 1 y 2.

En Génesis 1:26-27, dice lo siguiente:

Hagamos al ser humano (’adam) a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo’. Y Dios creó al ser humano (’adam) a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer (zakar u-neqebah) los creó, y los bendijo con estas palabras: ‘Sed fructíferos y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; dominad a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo’”.

Poco hay que explicar, ¿verdad? Dios crea al ser humano a su imagen y semejanza. Los crea macho y hembra y los bendice (a ambos) y les da la orden tanto de criar hijos (cosa tradicionalmente asociada a las mujeres) como de dominar la tierra (actividad asociada con los hombres). Mismo momento de creación, mismas bendiciones, mismas responsabilidades, mismo valor. Iguales en todo ante los ojos de su Creador.

Hasta aquí todo perfecto e ideal. Si esto no es equidad, que venga un hombre y me lo explique. Lo único triste de este pasaje es que se haya ignorado desde el minuto uno de su escritura.

Vamos ahora a Génesis 2,7, 15-23:

“Y Dios el Señor formó al hombre (’adam) del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre (’adam) se convirtió en ser viviente […]. Dios el Señor tomó al hombre (’adam) y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara, y le dio este mandato: «Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás». Luego Dios el Señor dijo: «No es bueno que el hombre (’adam) esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces Dios el Señor formó de la tierra toda ave del cielo y todo animal del campo, y se los llevó al hombre (’adam) para ver qué nombre les pondría. El hombre (’adam) les puso nombre a todos los seres vivos, y con ese nombre se les conoce. Así el hombre (’adam) fue poniéndoles nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo. Sin embargo, no se encontró entre ellos la ayuda adecuada para el hombre (’adam). Entonces Dios el Señor hizo que el hombre (’adam) cayera en un sueño profundo y, mientras este dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. De la costilla que le había quitado al hombre (’adam), Dios el Señor hizo una mujer (’ishah) y se la presentó al hombre (’adam), el cual exclamó:

«Esta sí es hueso de mis huesos

y carne de mi carne.

Se llamará “mujer” (’ishah)

porque del hombre (‘ish) fue sacada».

Por eso el hombre (‘ish) deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer (’ishah), y los dos se funden en un solo ser.

He puesto en cursiva el término hebreo que se traduce en cada momento como “hombre” y como “mujer”. Para empezar, es curioso que la misma traducción de la Biblia (en este caso, la NVI) opte por traducir (¿interpretar?) el ’adam de Génesis 1 como “ser humano”, y el mismo ’adam de Génesis 2 como “hombre” (varón, macho de la especie humana). Lo cual no tiene sentido. ¿Qué capítulo intermedio o qué inspiración angélica o divina nos hemos perdido para que donde once versículos antes el mundo entero desde el inicio de los tiempos entiende que ese ’adam hace referencia al ser humano como conjunto de macho y hembra pase de repente y sin que el contexto indique nada que lo justifique a significar “hombre, varón”? ¿Qué sentido tiene crear una contradicción tan brutal entre estos dos relatos que ha hecho correr ríos de tinta para forzar una interpretación en la que el hombre es creado primero? ¿Para qué iba Dios a querer que la Biblia empezara con una incoherencia tan irreconciliable? ¿Para probar nuestra fe, como los huesos de dinosaurios?

Tanto en el contexto de Génesis 2 como en relación a Génesis 1, tiene mucho más sentido que ’adam siga significando “ser humano”, así, genérico. Igual que en el relato anterior. En Génesis 2 Dios crea un ser, humano, que refleja a la perfección la imagen de Dios porque no es todavía ni macho ni hembra, sino los dos a la vez. A imagen de Dios, que tampoco tiene sexo y que reúne en sí mismo tanto las cualidades del sexo masculino como las del femenino (por mucho que nos empeñemos siempre en resaltar más su lado masculino). Un ser humano hombre y mujer a la vez. Una sola carne.

¿Por qué crea Dios a un ser humano a su imagen y semejanza, y por qué no necesita que esté dividido en hombre y mujer? Porque Dios lo crea para relacionarse con él. En un principio, ese ser humano no tiene por qué tener carencias de ningún tipo porque ha sido creado para vivir en perfecta relación con Dios, cuya imagen refleja.

¿Qué pasa, entonces? ¿Por qué divide Dios al ser humano en macho y hembra, hombre y mujer? Porque el ’adam, el ser humano, se siente solo. Y, aunque a nuestros oídos cristianos esto suene a herejía, (¿cómo es posible que este ’adam se sienta solo cuando tiene la compañía del mismo Dios?), si lo pensamos un poco, tiene sentido. Porque este ser humano hombre-mujer no es eterno (tiene inicio), tampoco es divino, y aunque refleja la imagen de Dios y está lleno de su espíritu de vida, no deja de ser una creación material con un comienzo relacionándose con un ser eterno, infinito y que no es carne ni sangre. No es una relación de iguales y Ser Humano anhela una compañía similar a lo que él es.

Así que Dios crea a todos los animales y se los trae a Ser Humano para que los nombre, haciéndolo así partícipe en la Creación (en la cosmovisión hebrea, nombrar algo es un acto creativo). Pero, aun con todo el esfuerzo puesto, no se halla entre las nuevas criaturas ninguna “ayuda adecuada” (‘ezer ke-negedo). Entendida, eso sí, no como alguien a quien someter, o alguien que le facilite a uno la vida (lo cual no tendría sentido, pues muchos de los seres vivientes recién creados podrían perfectamente cumplir esas funciones), sino como ‘ezer: ayuda, rescate, socorro; y alguien que también tiene poder y autoridad, porque el término ‘ezer solo aparece en la Biblia en esta ocasión y en relación al socorro que Dios ofrece a la humanidad. También, alguien “que esté frente a él” (ke-negedo). Es decir, otro ser que venga a socorrer a Ser Humano con total autoridad y poder como un igual, ni inferior ni superior, sino al mismo nivel. Alguien que se sitúa frente a frente de él. Un ser que, además (como sugiere el significado de la raíz nagad), que sirva para “declarar, exponer, revelar, anunciar”. En otras palabras, un espejo con la autoridad, responsabilidad y poder de reflejar al otro. El contrapeso que se erige frente a uno, al mismo nivel que uno, con el objetivo de equilibrarse mutuamente.

Obviamente, ninguna de las criaturas creadas hasta el momento podía cumplir esa función. Ni siquiera el mismo Dios, porque aunque Dios si es ‘ezer, ayuda, socorro, no puede ser ke-negedo porque está infinitamente por encima del ser humano.

Así que Dios se pone manos a la obra de nuevo y toma una decisión radical: anestesia a Ser Humano y lo pone a dormir. Se trae la sala de operaciones al jardín del Edén y lo divide. Lo separa en dos entes independientes pero iguales en derechos, responsabilidades, valor y bendición que provienen del mismo ser: macho y hembra, hombre y mujer. Por separado son seres independientes, pero es juntos cuando vuelven a reflejar la imagen de Dios en toda su plenitud, brillo y gloria. Y, curiosamente, y tal y como refleja la lengua hebrea en este pasaje, es una vez terminada la operación cuando aparece por primera vez el término ’ish para referirse al hombre, al macho de la especie humana, e ’ishah para referirse a la mujer, a la hembra de la especie.

Tras la exclamación de alegría, gratitud y amor del que ya sí es un varón, Dios cierra este pasaje con una afirmación maravillosa que viene a confirmar la unidad original del hombre y de la mujer:

“Por eso el hombre (‘ish) deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer (’ishah), y los dos se funden en un solo ser”.

Ahora contadme por favor otra vez eso del orden de la Creación.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Seneca Falls - Cuando Dios es feminista