La misión más peligrosa
Un año más, Corea del Norte es el país más peligroso del mundo para los cristianos. ¿Quieres conocer a una creyente norcoreana que se atreve a hablar sobre quién es Jesús?
26 DE ENERO DE 2025 · 09:00
Joo Min se agazapó en la orilla del río, esperando a que el guardia pasara junto a ella. Pudo ver cómo marcaba sus pasos y cómo su ametralladora se balanceaba al compás de su andar.
Por fin, el guardia se alejó por el horizonte y todo quedó despejado. Joo Min salió sigilosamente de su escondite, agradeciendo que la luna le proporcionara la luz suficiente para dirigirse con cuidado hacia el agua.
Sólo tenía que cruzar el río y saldría de Corea del Norte. Esperaba que al otro lado hubiera comida y sustento para su familia.
Pero no sabía que también le esperaba algo más. Algo que cambiaría su vida.
Una educación basada en el odio
Joo Min nació y creció en Corea del Norte. Su infancia transcurrió en la escuela, con unos padres a los que el gobierno norcoreano, dirigido entonces por Kim Il-Sung, asignaba trabajos y les daba comida, ropa y vivienda. Cuando era pequeña, a veces era difícil para su familia encontrar comida suficiente, pero se las arreglaban para sobrevivir.
En la escuela, Joo Min aprendió disciplina y que formaba parte de la sociedad y el país más grandes del mundo. Estudió la filosofía de la autosuficiencia (Juche) que rige toda la sociedad norcoreana. Aprendió sobre las hazañas del fundador de Corea del Norte, Kim Il-Sung, escuchando instrucciones sobre cómo el Gran Líder había derrotado a los invasores japoneses después de la Segunda Guerra Mundial y había ayudado a crear el Estado moderno de Corea del Norte. Joo Min también aprendió cómo su hijo, Kim Jong-Il (también conocido como Querido Líder), nació bajo un doble arco iris y su nacimiento hizo que el invierno se convirtiera en primavera. Al igual que sus compañeros, Joo Min consideraba a los líderes norcoreanos casi dioses, los únicos dignos de su adoración y afecto. Se aprendió una canción popular entre los niños norcoreanos, cantando en voz alta: «No tenemos nada más que desear en este mundo».
Joo Min también aprendió sobre los peligrosos enemigos de Corea del Norte. Sabía que Corea del Sur era una marioneta de Estados Unidos, el país más malvado de todos. Ella y otros alumnos hicieron dibujos que mostraban con todo detalle la muerte de soldados estadounidenses.
También oyó hablar de otros malvados que estaban empeñados en la destrucción de su nación. «Me dijeron que me alejara de la Biblia y de los misioneros», recuerda. «Decían que los misioneros eran como lobos vestidos de ovejas». Sus libros de texto así lo demostraban, con historias de misioneros que en realidad eran espías estadounidenses enviados a su país para secuestrar niños y venderlos como esclavos.
Así era la vida normal en Corea del Norte para Joo Min. No fue hasta que se hizo mayor que las cosas cambiaron drásticamente.
Vivir: una lucha diaria
A mediados de los 90, Corea del Norte inició lo que oficialmente se llamó la «Marcha Ardua». Se trataba de un gran llamado a la solidaridad ante lo que se convertiría en una hambruna masiva. Se desconocen las cifras exactas, pero se calcula que hasta 3 millones de personas murieron por falta de alimentos y suministros básicos.
Joo Min y su familia sintieron esta realidad de primera mano. Luchaban por encontrar comida y el hambre se convirtió en algo habitual.
Las cosas se pusieron más feas para Joo Min tras la muerte de su madre, y el comportamiento de su padre fue cada vez a peor. Él siempre había bebido mucho, pero ahora estaba totalmente hundido en el alcohol. «Cuando era joven, el alcoholismo de mi padre le empujó a la violencia», recuerda. «Tenía miedo constantemente. Vivir era una lucha diaria».
La situación empeoró cuando su padre trajo a su nueva novia y a sus dos hijos a vivir con ellos. Joo Min vivía atemorizada por las expresiones repentinas de su furia causadas por la embriaguez, así que huía de casa siempre que podía.
Cuando no podía, la golpeaban.
Su padre empezó a culparla de la falta de alimentos. Su adicción significaba que no podía proporcionar ni siquiera la mínima cantidad para sostener a su familia, ya que se conseguía en los mercados negros o de los agricultores locales que vendían ilegalmente algunas de sus cosechas.
«Durante aquellos años tan turbulentos, la escasez de alimentos era cada vez más preocupante», recuerda Joo Min. «Mi padre me dijo que mi deber era mantener a nuestra familia. Era una gran carga sobre mis espaldas».
Con el tiempo, las cosas llegaron a un punto crítico. Su padre le exigió que se ocupara de la familia, y la única opción era huir a un país donde pudiera ganar algo de dinero y encontrar comida para llevar a casa. «Impulsada por la necesidad de proveer, crucé la frontera en busca de trabajo», admite.
Así fue como se encontró en la orilla del río, esquivando a la patrulla fronteriza. Cuando llegó al otro lado, había salido de Corea del Norte y estaba decidida a encontrar la forma de mantener a su familia.
Un destino peligroso y un lugar seguro
Joo Min fue una de las decenas de miles de personas norcoreanas que cruzaron la frontera en busca de alimentos e ingresos. Es ilegal que los norcoreanos salgan de su país, pero en tiempos de gran hambruna, las autoridades permiten en gran medida estos cruces. Aun así, si Joo Min hubiera sido capturada, la habrían encarcelado; pero el paso fronterizo no estaba tan vigilado como en otras ocasiones.
Sin embargo, en los países limítrofes con Corea del Norte, es ilegal que los norcoreanos crucen a hurtadillas la línea fronteriza. Si los descubren, a menudo se ven obligados a regresar a su país, donde se enfrentan a ser arrestados y encarcelados. La situación es aún peor si se descubre que se han encontrado con cristianos. A los norcoreanos capturados se les pregunta directamente si han hablado con ellos, y el castigo es severo si se descubre que han oído hablar de Jesús.
Puertas Abiertas tiene una red de pisos francos en una región fronteriza con Corea del Norte. Es un lugar de refugio y apoyo, donde los norcoreanos pueden acceder a productos básicos de subsistencia y escuchar el Evangelio. Hay formación espiritual, pero también se suplen sus necesidades básicas.
Cuando Joo Min cruzó la frontera, no estaba segura de qué hacer. Entonces conoció a alguien que le dijo que podía ayudarla. «Conocí a alguien que me dijo dónde podía encontrar un lugar seguro». Esa persona era un colaborador cristiano local.
La llevó a uno de los pisos francos, donde le dieron comida y la ayudaron a recuperarse. Conoció a otros refugiados norcoreanos que habían hecho el mismo viaje que ella. Y, finalmente, encontró un trabajo para ayudar a su familia. También siguió acudiendo al centro de acogida para recibir apoyo y reunirse con otros norcoreanos.
Pero eso no fue todo. «Mientras estaba en el piso franco, escuché hablar de Jesús por primera vez. Empecé a conocer a Dios», recuerda Joo Min. Al principio, no quería saber nada del cristianismo ni de creencias religiosas. Sabía que, si la capturaban y la deportaban a Corea del Norte, sufriría graves consecuencias al descubrirse que se había reunido con cristianos.
Y sin embargo... había algo diferente en la gente que conoció en el piso franco. No eran los sacerdotes sádicos ni los misioneros sobre los que había leído en sus libros de texto. Eran amables, cariñosos y le ofrecían ayuda sin exigir nada a cambio. Poco a poco, el corazón de Joo Min empezó a ablandarse al conocer a Jesús. «A pesar de lo que me dijeron de niña, acepté a Jesús como mi Salvador», dice. «Empecé asistiendo a estudios bíblicos y formación cada semana».
Pasaron los años, y Joo Min descubrió que tenía una herida que todavía no había sanado.
Una carga liberada
Joo Min se había reunido regularmente con la colaboradora local y otras personas en el piso franco. Su fe crecía. Pero aunque llevaba años reuniéndose regularmente con estos creyentes, nunca había hablado de su padre ni de lo que había dejado atrás en Corea del Norte.
«Hacía mucho tiempo que [había empezado a hablar] con el colaborador, pero nunca había hablado de mis sentimientos hacia mi padre», reconoce. «Entonces, durante una formación, por fin lo solté todo. Admití que no podía perdonar a mi padre porque guardaba mucha rabia y odio en mi interior».
«Al profundizar en las enseñanzas bíblicas, me encontré con la idea del perdón. Fue entonces cuando supe que tenía que empezar a perdonarle. Al darme cuenta de todo esto, sentí como si me quitara un peso de encima; en lugar de sentir toda esa presión y dolor, sentí el deseo de orar por él».
La vida de Joo Min había vuelto a cambiar. Su fe en Jesús se había convertido en algo precioso para ella, y ahora se había liberado de la carga de odio que había obstaculizado su corazón durante tantos años.
Decidió bautizarse, algo que había pospuesto durante mucho tiempo. Finalmente, se curó del dolor que le había impedido abrazar plenamente su identidad como hija de Dios.
También tomó otra decisión: hablaría de Jesús a su padre y a su familia. No se callaría.
Pero Dios también tenía otro plan para ella. Y era un plan que Joo Min sabía que la pondría en un altísimo peligro.
Una misión peligrosa
Tras años de formación y discipulado, Joo Min sintió el llamado del Espíritu Santo. «Sentí que Dios me decía: ‘Vuelve a Corea del Norte’. Sentí la llamada a compartir todo lo que he aprendido con otros cristianos clandestinos de Corea del Norte, mi tierra natal».
«Tomé la decisión de volver a cruzar el río».
Así que, con las oraciones y bendiciones de su comunidad en el piso franco, Joo Min partió de nuevo hacia la frontera. Esta vez, cuando llegó a la orilla del río, supo que estaba tomando una decisión aún más importante que la que había tomado años atrás. Cuando se metió en el agua y cruzó, no lo hacía por necesidad económica o por hambre, sino porque su vida había dado un vuelco gracias a la esperanza y el amor de Jesús.
Joo Min vive ahora en Corea del Norte, donde es líder de una iglesia clandestina. Puertas Abiertas calcula que hay unos 400 000 cristianos en Corea del Norte. Todos ellos corren el riesgo de ser encarcelados o incluso de morir en el país, donde tener una Biblia es un delito, la fe en Jesús está prohibida y el culto a cualquier persona que no sea la familia gobernante es ilegal.
Sabe lo que puede pasar si alguna vez la descubren. «Conozco los riesgos», dice. «Si me descubren, podría acabar en un campo de concentración, pagando un precio muy alto por ser cristiana». Sin embargo, por el poder del Espíritu Santo, continúa su ministerio, sabiendo que Dios puede ofrecer paz y esperanza al pueblo de Corea del Norte.
Mientras estaba en el piso franco, Joo Min aprendió la verdad de Juan 1:4-5: «El Verbo dio vida a todo lo creado, y su vida trajo luz a todos. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas jamás podrán apagarla». La luz que encontró es lo que ahora ella lleva ahora en Corea del Norte, y nada (ni la escasez de comida, ni el peligro de ser encarcelada, ni siquiera la aparentemente todopoderosa dinastía Kim) puede impedir que la luz brille en la oscuridad.
La historia de Joo Min proviene de los testimonios de dos creyentes norcoreanos reales. Se han ocultado, cambiado o mezclado detalles para proteger sus identidades, ya que las personas reales viven y ejercen su ministerio en Corea del Norte.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Rostros de la persecución - La misión más peligrosa