Compañeras en las aflicciones

Mariam lucha con el dolor tras el asesinato de su marido a manos de extremistas islámicos en Egipto, pero no lo hace sola.

21 DE ABRIL DE 2024 · 09:00

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Este es un relato en primera persona de Carol*, una trabajadora de campo en contacto directo con cristianas perseguidas de Egipto como Mariam*.

Mariam se casó a los 17 años y tiene cuatro hijas: Syliva*, Lydia*, Judy* y Jane*. Cuando la conocí, pude ver que sentía rota por dentro y sin esperanza. Al contarme su historia, entendí por qué.

Durante muchos años, su vida fue feliz. Su marido era un hombre de negocios y la situación económica de la familia era estable. «Mi marido me ayudaba mucho y era muy cariñoso», recuerda Mariam. «Amaba a Dios y vivía para él, siendo de mucha bendición a todo su entorno».

El marido de Mariam trabajaba en otro pueblo distinto al que vivían.

«Él era muy conocido en su lugar de trabajo y en los alrededores porque solía ayudar a un montón de gente necesitada», explica Mariam. «Esta zona donde trabajaba es famosa por los altos niveles de persecución. Los cristianos sufren mucho por su fe y son discriminados diariamente. Sin embargo, mi marido nunca sintió miedo y solía ayudar a los cristianos locales y a toda persona que lo necesitara. Por eso, los musulmanes radicales querían deshacerse de él y solían amenazarle mucho; querían que dejara de ayudar a los cristianos necesitados de la zona. Mi marido era un hombre valiente y nunca les hizo caso, continuó ayudando a otros».

 

La mayor persecución

Desgraciadamente, las advertencias de los extremistas no eran en vano. «La tragedia ocurrió en 2017, cuando los musulmanes radicales del vecindario le prepararon una emboscada y lo mataron en su lugar de trabajo», se lamenta Mariam.

Incluso años después del suceso, aún rompe a llorar cada vez que lo recuerda. «¡Lo asesinaron! Asesinaron a mi alma gemela y compañero de vida. Y dejó cuatro hijas pequeñas que realmente necesitaban el amor y cuidado de su padre».

La familia quedó devastada. «Mi corazón se partió en dos», asegura Mariam. «Recuerdo el día que recibí la noticia de su muerte como si fuera ayer. Toda mi vida dio un vuelco. Nada volvió a ser como antes».

Mariam culpó a Dios por la pérdida de su marido y por todas las dificultades de su vida. Su corazón estaba lleno de resentimiento y amargura hacia Dios. Tenía miedo, se sentía desprotegida y no tenía esperanza. Vivió con ira durante mucho tiempo.

Compañeras en las aflicciones

Sus hijas estaban traumatizadas: también tenían miedo y se sentían inseguras, por lo que perdieron la confianza en sí mismas.

Mariam no era capaz de lidiar con la situación por sí misma.  Rápidamente se dio cuenta de que perder a su marido era más que una mera pérdida emocional. El nuevo año escolar comenzaba, y no era capaz de proveer los recursos materiales necesarios para sus hijas.

«Intenté por todos los medios que mis hijas no se sintieran inferiores a sus compañeros de escuela, pero no lo logré», admite. «Aquellos años fueron horribles para mí y mis hijas. Mi marido no era solo un esposo. Era un amigo, un padre y un compañero. Lo era todo para nosotras».

Mariam me miró a los ojos y me bombardeó con preguntas: ¿Por qué Dios hizo esto? ¿Por qué nos ha dejado con este miedo? ¿Por qué Dios dejó a mis cuatro hijas sin su padre siendo tan pequeñas? ¿Por qué me he quedado viuda siendo tan joven? ¿Por qué nos ha abandonado? ¿Sucedió todo esto porque mi marido amaba a Dios y quería servirle?

 

Una compañera en las aflicciones

Respiré profundamente antes de contestarle. «Es realmente horrible todo lo que te ha pasado», le dije. Para Mariam era importante saber que sus sentimientos eran entendidos y que su dolor era más que válido.

Esperé un momento, y luego continue: «Entiendo tus sentimientos, tu depresión; pero créeme: Dios es tu Padre celestial y Él nunca te ha abandonado». Cité Romanos 8.15: «No recibisteis el espíritu de esclavitud para vivir otra vez en temor. Sino que habéis recibido el Espíritu de adopción como hijos. Y por Él podemos clamar “Abba, Padre”. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios».

Desde ese día en adelante, un equipo de voluntarios comenzamos a apoyar a Mariam y a sus hijas. Primero, la ayudamos a crear un proyecto de pequeña empresa para comenzar a criar aves, que la ayudara a generar ingresos financieros regulares y poder proveer para sus hijas. También le ofrecimos un programa de atención psicológica para ella y sus hijas, y visitas pastorales regulares. Queríamos mostrarles el amor de Dios de una manera práctica.

Y gracias a las oraciones y apoyos de los cristianos alrededor del mundo, las vidas de Mariam y sus hijas comenzaron a cambiar para bien. Ahora, podemos ver el progreso de su negocio y, gracias a ello, es capaz de proveer a sus hijas de todo lo que necesitan para estudiar y crecer.

«Aún echo de menos a mi papá y me gustaría poder verle y abrazarle una vez más. Sin embargo, sé que Él ahora está con mi Padre celestial, y que nos veremos todos pronto», exclamó Syliva, de 12 años, la hija mayor.

«Aprendí a perdonar a los que me han herido, y quiero ayudar a otros, como hizo mi padre; estoy segura de que mi Padre celestial nunca nos abandonará. Ahora comienza la escuela, pero esta vez lo siento diferente, porque nuestro Padre celestial ha provisto de ingresos para mi madre, para que ella pueda proveer de todo lo necesario para nosotras».

Compañeras en las aflicciones

 

Esperanza entre las llamas

Mariam ha empezado a asistir a un grupo de discipulado donde aprendió sobre la autoridad de Dios y nuestra responsabilidad, el perdón, la presencia de Dios en medio de los problemas, y que Él tiene un plan único para cada uno. Así está aprendiendo y creciendo emocional y espiritualmente. Incluso ha comenzado a servir a otros en su iglesia local con un programa de discipulado.

«He visto el amor práctico de Dios a través de vuestro amor y presencia», me dijo Mariam. «Creo que Dios es mi Padre celestial y que Él nunca me ha abandonado. Estoy siendo muy bendecida con estos proyectos que están funcionando tan bien. Hemos dejado de culpar a Dios, y en vez de eso ahora le adoramos».

Mariam y yo oramos juntos para cerrar nuestra visita. «Dios, gracias por mostrarme misericordia y por proteger a nuestra pequeña familia. Creo que eres capaz de cambiar las circunstancias para hacerlas mejores. Te pido que, a través de los retos que enfrentamos, me liberes de la preocupación y el miedo, y me traigas Tu paz. En el nombre de Jesús. Amén».

Aunque los retos de la vida diaria y la guerra espiritual continúan para Mariam, como para cada cristiano, ella ha sido capaz de encontrar esperanza y propósito en el Señor.

 

*Nombre ficticio e imagen representativa utilizados por motivos de seguridad.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Rostros de la persecución - Compañeras en las aflicciones