Antinomista contra las leyes santificadoras del papado, una obligación
La sangre del Redentor nos limpia a cada instante, siempre, eso es nuestra vida, por eso somos santos y santificados, como modo de existir.
27 DE ABRIL DE 2025 · 15:25

Las palabras suenan como suenan. “Antinomista” no suele tener buen sonido. A mí me acusan de eso, y de otras cosas.
Nuestro buen Calvino tuvo que luchar contra el antinomismo de los anabaptistas, y contra el legalismo moral del papado. Igual hoy.
Nuestro Pablo, según por quién, sería acusado de antinomismo. En las iglesias de Galacia, seguro. Y la de Roma, por poner otro caso, todavía estarán pensando algunos de sus santificadores cómo salir de lo que dice claramente el Apóstol.
Tu relación con la Ley tiene que desaparecer para que Cristo se case contigo. Cristo, para casarse con nosotros, hacernos uno con él, ha dispuesto todo lo necesario, y eso incluye que no estemos vinculados a la Ley, pues eso es otro matrimonio. Él, por su Espíritu, ha anulado ese matrimonio para que seamos libres. En Romanos 7.
El Espíritu que ahora tenemos es el de santificación. Nada que ver con códigos de contabilidad moral o legal. Nuestro Ezequiel ya lo dice. Dios nos ve en nuestras sangres, siempre, y nos lava. Y no deja de lavarnos. La sangre del Redentor nos limpia a cada instante, siempre, eso es nuestra vida, por eso somos santos y santificados, como modo de existir.
Nada que ver con santificaciones fruto de ejercicios espirituales de santificaciones. Eso se lo dejamos a los jesuitas. Contra esos modos de santificaciones, tenemos el deber de ser antinomistas.
Contra las leyes religiosas que esclavizan la conciencia, ¡antinomistas! Y eso, hoy, está en casi todos los púlpitos. Hay, pues, que luchar contra los que no quieren la Ley de Dios, su voluntad, lo mismo que contra los que quieren hacer de sus fantasías una nueva ley moral de santificación progresiva.
Que ya lo dijo nuestro Pablo. Todos los modelos de no gustar, no tocar, no mirar… lo que Dios ha creado y muestra su gloria, no son sino doctrinas de demonios. Contra esas doctrinas de demonios santificadoras de la carne, que no son sino obras de la carne, a muerte con ellas.
“Frente a lo que se ha dicho tantas veces, para Calvino la ascesis no es un elemento de la santificación [negritas mías]. Ese rasgo, que está diseñado para mostrarnos un personaje antipático, odioso y autodestructivo, no hace sino proyectar la imagen del fraile medieval sobre Calvino.
Esta proyección es un error de perspectiva. Esos ejercicios del cuerpo, sangrar, llorar, gemir, a los que tan aficionado era Loyola, forman parte del laberinto de los escolásticos, ‘aferrados a los ejercicios corporales y exteriores’ (III, iv, 1). La santificación de Calvino afecta a la disposición psíquica y trata de la ‘renovación interior del alma’.
Y es algo que nada tiene que ver con las prácticas de los frailes que ‘atormentan las almas con muchos escrúpulos de conciencia y les causan angustias y congojas; mas cuando les parece que han herido el corazón hasta el fondo, curan toda su amargura con una ligera aspersión de ceremonias’ (III, iv, 1).
Nada de esto es relevante para lo que busca Calvino, afectar al centro mismo del aparato psíquico, conseguir el reposo de la conciencia, el bloqueo de la desesperación, el nuevo comienzo, que no sepulta el mal ni lo ignora, pero lo sabe impotente para determinar el futuro de la libertad.
Esta es la clave de lo que Calvino quiere decir con la tranquilidad de la conciencia: la capacidad de encarar el futuro en libertad, sabiendo que no viene determinado por el pasado y sus arrepentimientos.
Aquí residía la certeza de Calvino de que el mensaje del Evangelio era de libertad, no de tiranía ni de dominación de la conciencia. Esa libertad era inseparable del conocimiento del pasado como lo indebido, pero al mismo tiempo decía que eso indebido, plenamente conocido e identificado, no tenía poder sobre el fiel.
Eso produce la alegría de la libertad, sobre todo respecto de los ‘pecados de mi juventud’, como dice el salmista (III, xx, 9). ‘El Señor es quien olvida los pecados, se olvida de ellos y los borra’ (III, iv, 9)...
Por eso su perdón es algo gratuito, que repele toda idea de satisfacción conmutativa, intercambio o estructura penal, como si obtuviera algún beneficio del mal…
Así que al final los elegidos son aquellos de los que Dios conoce su pecado y lo borra en ese mismo instante.” (Villacañas, 2025. 240-241)
De nuevo cito a nuestro autor tan citado aquí, porque resulta que esos púlpitos contra los que me levanto, casi todos se llaman “calvinistas”. Que cada cual use el calificativo que quiera, pero Calvino no está ahí.
Por supuesto, eso sería menor, quien no está es Pablo ni los profetas, no está la Ley como voluntad de Dios, sino sus propias fantasías. En lo que pueda, avisaré del daño que producen, pues para eso soy pastor. Día, hora, jornada, y esto lo discuto en público con quien quiera.
“Como vemos en los estados de ánimo del psiquismo se pronuncia la primera confesión de progreso asintótico [creo que la identidad lingüística es óptima para explicar la vida permanente de santificación del redimido]: nos vamos acercando a la certeza ideal, pero ya hemos partido de ella
En todo caso, por primera vez se dice del creyente que ‘triunfará frente a todo el mundo’ (III, ii, 21). Que esta confianza vaya acompañada siempre del temor y del temblor de Filipenses 2:12, impide el tono temerario, la presunción, la arrogancia.” (Id. 238)
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