Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesús Mesías, y a este crucificado

Saber a Jesús Mesías crucificado es conocer y predicar todo el consejo de Dios, pero sólo su consejo, no el nuestro.

12 DE ENERO DE 2025 · 09:10

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@cassidyrowell">Cassidy Rowell</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Cassidy Rowell, Unsplash CC0.

Primera advertencia para empezar el año. “No saber cosa alguna, sino a Jesús Cristo, y a éste crucificado”, no es olvidarte de casi toda la Biblia y quedarte con algunos renglones que ponga “Cristo crucificado”, y repetir eso continuamente.

Saber a Jesús Mesías crucificado es conocer y predicar todo el consejo de Dios, pero sólo su consejo, no el nuestro.

Que ya lo dice el apóstol, “no fui con sabiduría de palabras”, vaya, que no fue con sus métodos naturales para producir efectos en los oyentes (tampoco “espirituales” según su natural humano. Que eso es solo mostrar las obras de la carne travestidas de espíritu, ocultando de qué espíritu son).

La fe de los que han sido vencidos y convencidos por los métodos naturales de razonamiento y persuasión, está sustentada en ellos, y no en el poder de Dios. (Esa es la fe muerta, la fe de los demonios.)

Por supuesto con “cosa alguna” podría estar pensando en las vanas discusiones sobre la Ley, los chismes, las porfías de necios, etc. Quizás también en los argumentos de la falsamente llamada ciencia. Pero de ninguna manera está pensando en las doctrinas de la Escritura.

Algunos presumen, por ejemplo, de que ellos nunca predican sobre la predestinación, ni sobre la divinidad de Cristo, ni sobre la redención limitada a los redimidos… sino que ellos solo predican a Cristo. Pues no.

No se puede predicar a Cristo sin contestar esas cuestiones, si no, ¿qué Cristo es ése? Piensan que predicar a Cristo es muy sencillo, y las otras cosas son complicadas. Incluso alguno te dirá, lo he oído, que lo suyo es del corazón no de la mente.

Se supone que el corazón es sencillito y la mente complicada. Precisamente esas son “cosa alguna” de las que nuestro Pablo no quiere ni verlas. Nuestro Pablo no quiere ni oír de esa pretendida diferencia entre corazón y mente (y menos de quienes la usan sin definir ni lo uno ni la otra).

Cada creyente es rescatado por la Palabra. Con un poquito ya vale, Luego viene el crecimiento.

Pero el que predica la Palabra tiene que conocerla en su totalidad (su contenido, no de memorieta), si no, no vale. Conocer a Jesús Mesías crucificado es conocer todo el contenido de la Revelación, de la Escritura, ni más, pero no menos.

Cada vez estoy más convencido de que estamos en un buen tiempo, porque ya viene la ruina del tabique cubierto con lodo suelto. Ya suena, Ya está al caer. Lo veremos. Y veremos la gloria del Evangelio por toda la tierra. Nada que ver con lo que ahora vemos.

Lo que ahora vemos, y hemos visto desde el inicio de la historia, antes en la época del llamado

Antiguo Testamento, y luego en el Nuevo, es que las cosas del corazón (y mente) se han colocado en el lugar de Jesús Mesías. La decisión del pueblo siempre es libre y por Barrabás. Así les va.

Quiero resaltar un aspecto muy grave. No es nuevo, pero se extiende por los círculos donde se debería entender el Evangelio de Pablo (pues predican que lo siguen, y siguen con las solas de la Reforma).

En pleno siglo XVIII un pastor podía avisar sobre lo que ya en su ámbito pasaba. Hablaba de aquellos pastores que insistían largo y tendido sobre la corrupción de la naturaleza humana, la imposibilidad de cumplir la Ley, la condenación eterna, etc., y te ponían delante la necesidad del castigo y la expiación; de Cristo, igualmente, hablaban de su pureza, de sus obras, de sus sufrimientos, eso muy recargado… Pero Cristo seguía allí y tú fuera, sin consuelo, sin buena noticia, la obra de Cristo no te servía de nada… Y ahora viene la buena noticia, el evangelio del poder del pecador

Con el mismo ardor con que te hablaban del sufrimiento de Cristo, de la corrupción de la naturaleza humana, etc., ahora te instruyen en tus posibilidades para conectar con Él. Y hacer posible que esa obra de Cristo sea, por medio de tu buen uso de la gracia ofrecida universalmente, algo en lo que te puedas apoyar, integrar en tu vida (ya adecuada a su visita), y no dejarlo solo, sin frutos.

Por supuesto, cuando ya estás unido a Cristo, cuando ya le has dado tu corazón, podrás también darle las gracias por la experiencia de sentirte suyo.

Además, le darás las gracias porque tus capacidades no son la base de tus nuevos derechos adquiridos, pues ha sido su gracia la que ha hecho posible que tus débiles esfuerzos hayan logrado lo que no pudieron el resto de los que recibieron la misma gracia… (Así daba gracias uno de una parábola.)

Estos pastores actuales te pueden iniciar el sermón (o la conferencia) con una amplia presentación sobre la condición corrupta del pecador, y del mundo, sobre la elección incondicional… Todo literal de una buena Teología Sistemática reformada, incluso “calvinista”, y con palabras alzadas, vehementes, con apariencia de convicción.

Luego viene, siempre repetido, que por obras nada de nada (que eso es cosa de católicos y arminianos), sólo por la fe, esto enfatizado… Y lo siguiente (lo he comprobado en más de una ocasión, y mira que veo pocos sermones) es que la fe se deja en algún sitio (cada iglesia tendrá su lugar) y ya no se ve más.

El resto del sermón, con el llamamiento correspondiente a seguir lo que se dice, que se dice que es palabra de Dios (como lo expuesto en el inicio), es una descripción de eso que llamaron fe.

No te dicen nada de la verdad creída (que es lo que nuestro Pablo hace), sino de los sentimientos, estímulos, ejercitaciones… que deben estar en el alma de los que se aprovechan de la obra ofrecida. (Si lo digo así dicho queda: los que compran la obra puesta a la venta. Los que han tenido vista para invertir.)

En la parte primera Cristo lo ha hecho todo por ti, en la segunda, no puede hacer nada por ti sin tu colaboración. En la primera es el creador de todas las cosas, en la segunda está a merced de la merced del oyente. La confusión es tremenda. (El triunfo de Simón Episcopius con su teología práctica. Si no, mira su confesión.)

(En el pasado, en Norteamérica y todavía quedan los resultados, grupos presbiterianos ortodoxos en “la doctrina de la primera parte del sermón” -para seguir usando la metáfora- se dividieron por el uso y metodología de la segunda. Uno de ellos incluso exigía para aceptar a alguien en su membresía que hiciera, no una profesión pública de su fe, sino de la experiencia sentimental de esa fe en su vida, tenían que ver y explicar sus experiencias, y si no lo tenían muy claro, debían acudir al pastor para que él les dijera de sus verdaderas motivaciones y experiencias, el pastor les explicaría cuáles eran sus experiencias. -La burrada no puede ser mayor, pero todo a mayor gloria de Dios. Como un confesionario, pero sin cortinillas. No sé si tenían algún manual de confesores, o algún experienmómetro. Foucault hubiera encontrado un filón si hubiera encontrado esto-)

Algo que me cabrea especialmente. En estas “sanas” doctrinas han dejado en pura excrecencia la figura de los niños. Han dejado fuera a mis chiquillos. Miserables. Como no pueden presentarse en la segunda parte del sermón, les niegan los efectos de la primera.

Es normal que no los bauticen, y los que los bautizan, después de echarles el agua los dejan fuera. Ya viene vuestro derribo. Ya suena.

Lo que empezó como apariencia de oro, ahora se torna escoria, lo que empezó como apariencia de semilla vital, ahora es hojarasca. La palabra de consuelo y firmeza se ha cambiado en confusión.

La segunda parte te la firmarían los promotores del monacato y, por supuesto, fervientes arminianos. Sé lo que digo porque algo he leído a esos. Y por eso desde aquí avisamos, pues, si no, ¿para qué estamos?

Con el “calvinismo” de esos que ocultan la fe y presentan el sentimiento y la experiencia, nosotros (en mi caso seguro) aquí en nuestro grupito seremos hipercalvinistas, antinomistas, y muchas cosas más.

De momento, lo tenía pensado, podríamos proponer para este año la lectura de la Institución de Calvino, siempre tan equilibrado, edificante, tan cercano al texto de la Biblia. (¿Qué sería hoy Calvino entre los evangélicos?)

Y para el próximo encuentro, d. v., vemos un poco eso de que Dios ha puesto sus Leyes en nuestra mente, y las ha escrito sobre nuestro corazón.

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