Entretener la vida, o más que vencer
La predicación del Evangelio implica necesariamente el anuncio de la clausura del código legal levítico.
28 DE DICIEMBRE DE 2024 · 22:00
Si la multiforme sabiduría de Dios se mostró grande en su misericordia al dar la Ley, escrita (con copia, había dos tablas en el arca) en tablas de piedra, con aspecto ciertamente espiritual, pero a final de cuentas, parte del santuario terreno, terrenal, ¡cuánto más se muestra en la misericordia de quitarla para que aparezca el Evangelio!
La Ley la recibió el pueblo (cuatro siglos y pico después de la Promesa, no se olvide, no lo olvidemos los hijos de la Promesa) en conexión con el sacerdocio levítico. Todo en el mismo paquete, en el mismo pacto o alianza. [No tengo frases literales, pero esto es una nota que tengo anotada de lectura de Owen.]
“Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos [también los niños, que nadie me los quite…]; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos”, Hebreos 2:11.
“Anunciaré a mis hermanos tu nombre, en medio de la congregación te alabaré…! (Id. 2:12) Él anuncia, nos anuncia, a cada uno; en medio de nosotros celebra el culto, todos juntos. ¿Qué santuario construirán para esto? ¿Qué puerta abrirán?
“Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza”. (Id. 3:5-6) Efectivamente, esto es así, y nos llena de alegría en nuestro grupito de que así lo sea. Esta casa, que somos nosotros, piedras vivas, también los niños, es de Dios, que la construye y vive en ella. (No vive en santuarios, sino en nosotros. Que nadie se pase, o pase, sin tener lo que Dios da a cada uno: confianza y gloriarse en la esperanza. Esta es la marca aquí en la tierra que tenemos, porque el constructor la ha dejado escrita en cada uno, es su emblema.)
Después de constatar la índole del sacerdocio de Cristo, que demuestra la inoperancia del levítico para producir lo que anuncian sus ritos, se dice algo fundamental para la comprensión del Evangelio. “Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley”. (Id. 7:12)
Nuestro Mesías Jesús vino bajo la Ley, como está dicho, pero fuera del orden de la Ley tocante al sacerdocio. Si bien lo miras, como sacerdote no pudo cumplir la Ley. Tenía que cambiarse la ley para poder realizar su obra. Esto parece chocante, pero cuidado con chocar con o contra la Palabra. Que ya se sabe lo que se dice de esos. “Me preparaste cuerpo”, dice el Redentor, y sabemos que con ello también se le preparó el cuerpo legal para poder ofrecer sacrificios. ¡Todo de gracia!
“Y esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido [pongo algunas negritas para no repetir luego, aunque sean textos de la Escritura.] conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. Pues se da testimonio de él: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior a causa de su debilidad e ineficacia, (pues nada perfeccionó la ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios. Y esto no fue hecho sin juramento; porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste con el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá, tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos… [Frente a los otros, Cristo realiza su obra perfecta] Porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres, pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre”. (Id. 7:15-28)
Esto, dicho así, realmente es una buena noticia. Es Evangelio. Es con lo que me quedo. Exhortaciones y avisos, todos lo que se quiera y sean válidos. Pero que esto no se desvanezca entre tantos mandamientos y doctrinas de hombres. Que mira cómo anda el papado.
La predicación del Evangelio (yo lo veo así, y llevo años con el pueblo de la Promesa) implica necesariamente el anuncio de la clausura del código legal levítico. Ya sé que se suele decir, y queda bonito, que hay que predicar la Ley y el Evangelio. Incluso que sin la predicación de la primera el otro no sirve de nada. Reconozco que soy un poco, o mucho, torponato; pero nunca me enteré de esa orden. A mí me envió el Redentor a predicar sólo el Evangelio.
Para alegría en este final de almanaque, ya vale. El año próximo, d. v., seguimos, anunciando el Evangelio y perdiendo amigos, que estas cosas, dichas así, a los oídos no les va de dulce.
De la Jerusalén terrena ya se dijo en los Trenos de Jeremías, que todas la naciones entraron en su santuario, en su ruina busca su pan suspirando y “dieron por la comida todas sus cosas preciosas, para entretener la vida”. La de arriba, la del nuevo pacto, es más que vencedora, aunque la estén aplastando aquí en la tierra...
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