Reforma de la iglesia: el culto
La adoración, lo mismo que la Palabra, el perdón, es nueva cada momento. Siempre brote fresco, y eso viene de Dios, que con el Primogénito nos lleva a su casa.
15 DE DICIEMBRE DE 2024 · 20:00
Que empecé con nuestro buen Calvino y su libro sobre la necesidad de reformar la Iglesia, texto remitido a Carlos en la dieta, un poco antes de que se empeñara en destruir la confederación luterana a espadazos. Y ya no sé si por dónde estamos. Acabo, y luego seguiremos, d. v., conversado de cosas. Pero acabo en un terreno que da para muchas conversaciones: el culto.
De la reforma de la Iglesia, un asunto principal es acabar, lo pongo otra vez, acabar, con el falso culto a Dios. Eso de eliminar las imágenes, reliquias y cosas semejantes, que suena tan mal, pero que es esencial. Donde estén imágenes de santos y reliquias no puede, al mismo tiempo, ser lugar de culto a Dios, libre, espiritual, y conforme a su Palabra. Cómo se quiten, que cada uno diga cómo, pero que no permanezcan. Si creemos y queremos un culto libre. Pretender adorarlo con lo que Él ha dicho claramente que aborrece, pues parece que no es muy de recibo.
Y ya que estamos en varias conversaciones en ese momento que podemos llamar iglesia antigua, primeros siglos, y cosas así, pues ahí nos encontramos para ver qué ha pasado con la adoración. Y ya adelanto, que la corrupción de otros aspectos de la cristiandad, precisamente se muestran, se demuestran, en la forma del culto.
Es evidente el conflicto y la dificultad de averiguar algo verdadero en ese campo. Si la Iglesia va de paso, si su vida es futuro, como así es, su adoración, su liturgia, debe representar ese caminar, ese tener ya y seguir hasta tenerlo en la consumación. Y a ver quién hace un culto con esos mimbres.
Algunos solucionaron el problema con la adoración de santos y mártires. La iglesia de camino, peregrina, asienta su vida en la peregrinación al santuario. Donde estén dos o tres reliquias, allí está su dios con ellos. (Ese dios no es el nuestro, claro está.) Pero para algunos significó resolver el problema: las reliquias suponen el sitio, la parada, el culto, donde vivir el triunfo de la cristiandad, demostrado en los méritos de los que dieron esos huesos y cenizas que ahora veneran.
El Dios vencedor, que se mostrará en la victoria final, apocalíptica, ya se hace presente con los huesos de los muertos. ¡Y la liturgia debe adaptarse a esa imagen que se tiene que mostrar!
El Cristo final (de momento vale en mayúscula) en la imagen, y la iconografía, del culto de la cristiandad siempre aparece rodeada, o precedida, o por ahí, con santos y mártires, algunos sacados, eso sí, del mismo texto bíblico. Me han juntado a los unos con los otros, y todos tal que escalones desde donde llegar al Rey. Eso hay que eliminarlo. Cuanto antes, nos dirá nuestro Calvino. Es urgente. No existe liturgia de culto en el papado sin santos (y dicen que tiene unos diez mil).
Cristo mismo, en ese modelo, no es más que un mártir más, aunque el más sublime. Sus méritos, siendo tantos, no dejan de ser de unos de tantos, que acaban todos juntos en un mismo arca. El arca de la nueva alianza de los méritos de santos y del redentor (aquí no puedo ponerlo en mayúscula), que por virtud del mandato y privilegio de las llaves (esto lo dicen así), supone un arca donde están los tesoros de la gracia que la iglesia papal reparte gracias a los dineros y beneficios que recibe.
Y la liturgia papal es consecuencia de lo anterior. Quitas el arca y las llaves, y se acabó el papado. Haz la prueba. Lo mismo, ya he dicho muchas veces, si quitas las reliquias de Pedro (que no hace falta quitar, en todo caso poner, porque allí no están).
Es verdad que esa perversión litúrgica, fruto de la desviación doctrinal sobre la esencia de la redención, no la inventa el papado, pero él la asume y la hace dogma. Que el arca de los méritos y satisfacciones de cristo y los santos (que lo dice el derecho canónico) no lo inventa ni fabrica el papado, queda dicho. Entre unos y otros, hasta que se lo quedaron en sede santa, parece que con treinta monedas sueltas por el suelo, compraron ese arca, y le pusieron una cerradura que nadie puede abrir ni cerrar, sino el que tiene la señal de su padre, el que estaba en la conciencia y corazón del de las monedas [lo podías poner sin insultar; no, si alguien se siente insultado por la simple verdad, ya verá]. Y con esas monedas, multiplicadas en el milagro de las obras supererogatorias, compraron y vendieron la misericordia, la gracia, la justicia, el perdón, en fin, vendieron de nuevo al Redentor. Y así siguen. Pero les queda nada.
¿Y los evangélicos? Pues no sé. Seguramente será por gustos, y ya uno es viejo, pero no me gusta lo que veo, que no es mucho. De todos modos, cuidado hay que tener con agenciarse algún arca de segunda mano, donde tenga las llaves algún pastor o listillo, que los hay a montones, de eso estoy seguro, como antes los hubo en Israel, y nuestro Pedro habla de los que merodeaban en su tiempo, o nuestro Juan, o nuestro Pablo…
Existen momentos extraordinarios de cultos públicos en el campo protestante. Allí me voy, pero no podemos quedarnos. Vamos a aprender, pero para seguir. Lo que tenemos es poco, aunque sea lo más de lo más, una ciudadanía en el cielo, un templo y adoración nada menos que celestial, que lo dice la Biblia, un culto con todos los santos y ángeles. La gloria. Pero es poco nuestro entendimiento para poder ponerlo. No sabemos cómo adoraba nuestro Señor. Seguro que en el formato de la Ley y los Profetas. Cristo nunca celebró un culto (la santa cena es otra cosa, pero si se quiere, vale). No sabemos muy bien, aunque suficiente, cómo celebraban los primeros redimidos tras la resurrección de Cristo su resurrección. Liturgia, liturgia, no había. Y no pasa nada.
Cuando vemos las primeras formulaciones litúrgicas, ya se ha estropeado el terreno. Eso no hay que guardarlo, que para eso ya está ese arca de esa iglesia que perece. La adoración, lo mismo que la Palabra, el perdón… es nueva cada momento. Es la gloria de la eternidad. Siempre nueva, siempre brote fresco, y eso viene de Dios, que con el Primogénito nos lleva a su casa, y celebramos un culto celestial, por su Espíritu. Eso lo tiene a quien Dios se lo da. No es una liturgia de horas, de santos, de septenarios (si eso existe), de semanas santas, de años santos… de indulgencias compradas y vendidas: los del arca y las llaves.
¿Entonces no hay que ir al culto? Por supuesto que sí. Aunque hay sitios muy peligrosos. Cuando estemos juntos, juntos adoramos. Siempre, y esto es muy de necesidad de reformar la Iglesia, con nuestra casa. Los hijos, los nietos, los cercanos. Siempre en mejores campos, donde nuestro Señor nos lleva, en mejores aguas, en mejores frutos...
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