Revolución pasiva

El libro deberá ser centro de reflexión, no sólo para conocer nuestro pasado reciente, sino esencial para ver el presente y movernos en el futuro. Un nuevo libro de José Luis Villacañas Berlanga, La revolución pasiva de Franco.

05 DE MARZO DE 2022 · 13:05

Detalle de la portada del libro 'La revolución pasiva de Franco', José Luis Villacañas Berlanga. HarperCollins, Madrid, 2022 (502 pág.),
Detalle de la portada del libro 'La revolución pasiva de Franco', José Luis Villacañas Berlanga. HarperCollins, Madrid, 2022 (502 pág.)

La editorial acompaña al título del libro con “las entrañas del franquismo y de la transición desde una nueva perspectiva”. De eso se trata.

La cuestión del previo y la guerra de Franco, el franquismo y su evolución hasta la transición, ya la estudió el autor dentro de una perspectiva amplia en Historia del poder político en España (RBA, Barcelona, 2014, 622 pág.), ahora nos propone una obra consolidada, demoledora, que busca el bien cívico para nuestro futuro, el de la tierra a la que ama y defiende.

La época tratada, y el personaje de Franco, lo configura con la imagen del mercader de la guerra, señor de mercenarios o condotiero, Castruccio Castracani, cuya vida mostró Maquiavelo como modelo principesco de su Príncipe; y del mismo autor toma la comedia La Mandrágora para componer el momento crucial de dar legalidad y continuidad a la “nueva” situación que trajo la Transición. De esa manera se explica lo que en el título aparece en referencia a las palabras de Gramsci: la revolución pasiva y su naturaleza.

El libro deberá ser centro de reflexión, no sólo para conocer nuestro pasado reciente, sino esencial para ver el presente y movernos en el futuro. Sirve para todos, pero es evidente que los que ya tenemos una edad lo percibimos con sabor especial (el que esto escribe, por ejemplo, cuando se murió Franco en el 75, soportaba unos meses de mili en el Sahara, cuando el final de la marcha verde).

Precisamente por tener edad y conocer algo el percal de la tierra de nuestra tierra, no pude evitar la sensación al abrir su inicio y leer el final, de que esta obra, en otro tiempo, le hubiera supuesto a su autor un serio problema de integridad física. Pone al descubierto demasiada podredumbre.

Quede de entrada la confirmación de que el alzamiento fue un aplastamiento, y que la guerra fue, desde un momento inicial, la guerra de Franco. La victoria fue su victoria, y eso un mercader de la guerra no lo vende jamás. Su victoria es su tesoro. Y con ella se fue a la tumba. Todo lo demás se requería que floreciese de ese momento y su continuidad. Si te pones a su lado, eres de los “vencedores”, y puedes caminar; si se te ocurre ponerte del lado de los vencidos, te quedas en la cuneta. Todavía hoy suena esto en los discursos populistas.

Música que ya sonaba antes del alzamiento, pues se atisbaba que el mercader de la guerra podía disponer de sus enemigos necesarios, “los republicanos ahora no solo eran enemigos políticos; se iban a convertir en los rebeldes rifeños, los bárbaros a los que había que enseñar lo que era la civilización occidental. La lógica imperial civilizatoria se aplicaría a su propio país. Ahora iban a saber lo que implicaba desde su origen la gloriosa historia española, desde la Asturias de la gesta de Covadonga y desde don Pelayo. Que se trataba de la España eterna se veía en que el tiempo y las situaciones regresaban a los lugares de origen.” (p. 47) ¿Les suena este discurso?, ¿cuántos proponen regresar a ese tiempo dorado imperial? Seguramente se habrá ido, porque siempre hay que regresar; pero si no regresas a la victoria dorada, eres un apátrida de negras leyendas, estás en la cuneta.

Metidos en el aplastamiento, éste tenía que ser cruel para ser ejemplar. La pedagogía del miedo inquisitorial. “Aquella intensa represión, aparte de producir terror entre la población indefensa, tenía un efecto importante sobre la cohesión del bando nacional. La complicidad en el crimen generaba esa cohesión de grupo que conduce a la adhesión incondicional a su jefe, ante la conciencia de que no quedaba otra alternativa que caminar hacia la victoria. Solo ella garantizaría la impunidad en el futuro. De ese modo, el miedo a la temida venganza del enemigo aumentaba la ferocidad de la represión”. (p. 74)

Todo, además, era necesario, porque se trataba de formar la nación buena. Todo en las manos de quien solo sabe de guerra con su aplastamiento. Curiosa manera de formar una nación, pero eso es lo que nos ha tocada en nuestra historia. (¿Sería una guerra civil entre españoles eso que llaman reconquista? Seguro.) Por otro lado, “siendo España la gloriosa nación más antigua del mundo, era difícilmente comprensible que se tuviera que crear una nueva, pero el franquismo, que hereda la visión oficial de la historia de España, está lleno de estas contradicciones.” (p.75)

Esa nueva nación, creada por Franco, es la continuidad con la gloria pasada, pero tiene que producirla ahora. En calidad de “príncipe nuevo”, debía disponer la materia y la forma de tal nación. Me adelanto, pero incluso la transición se tenía que hacer en “esa” nación construida por Franco, si te sales de ella, a la cuneta. “Pero con anterioridad a la fase creativa, debía ultimar la operación de limpieza del solar de la raza. Primero debía destruir la materia de un pueblo politizado y fielmente dispuesto a ordenarse bajo la forma de la República. Dada la prioridad destructiva de la guerra, se debía eliminar al pueblo que había defendido la democracia de la República, aquella república de trabajadores, basada en el principio de la libertad y de la igualdad.” (p. 76) Esto es de Maquiavelo. Si quieres reinar, tienes que destruir al pueblo del reino, luego, ya harás. “Se impuso la necesaria voluntad de destruir todo huella de libertad. La vida de la libertad era la base fundamental del pueblo republicano, por encima de los usos que de aquella libertad hicieran nacionalistas, anarquistas, comunistas, republicanos o socialistas. Aquellas eran opciones de libertad (…) Su decisión estaba tomada desde el principio, desde ese odio al cosmos político liberal que inspiró su acción. Su opción fue destruir esa libertad política. De forma meticulosa, eliminó de cuajo toda institución que tuviera alguna relación con la libertad, como la República, la Generalitat o el Gobierno vasco, los partidos, los sindicatos, los periódicos, la Universidad. Y no solo las instituciones, las formas, sino también los seres humanos que habían configurado, defendido y gustado de aquella libertad. El placer inolvidable de usar la libertad política debía perecer para configurar la materia de la nación nueva. La destrucción sistemática de la forma republicana de la nación fue ante todo la destrucción de la libertad política. Ella orientó qué materia popular debía desaparecer. Todos los seres humanos que hubieran mostrado públicamente no solo su pasión por la libertad, sino tan siquiera su gusto por ella, debían morir.” (pp. 76-78)

“Por supuesto, esta limpieza de la materia del pueblo con sentido de la libertad, lo que Franco llamó `convalecencia’, tuvo dimensiones genocidas. La forma de legitimar estas dimensiones extremadamente represivas fue teológica. Esa lectura hacía de Franco el brazo de la cólera de Dios.” Toda esta “vida torcida” tenía que ser castigada, extirpada. Que ya se sabe, cualquier deseo o tonteo con la libertad, empieza en el libre examen protestante y termina en el socialismo, la revolución y, de ahí, a un paso del comunismo.

Imposible avanzar en todo en esta brevísima presentación. Solo anotar que este brazo de la cólera divina se ponía en su mesilla el incorrupto de una santa. Y que por Roma andaba con Mussolini con el brazo alzado, y que el Vaticano no estaba entusiasmado por abrazarlo. Tuvo que mostrarle al papado que en su “nueva” nación se incluiría, incluso como esencia, la tradición católica. Así que el creador de esa nación gloriosa no lo haría desde la nada, sino desde las “inmunidades, libertades, derechos y prerrogativas de la Iglesia Española”. El catolicismo será la masa esencial de la nueva construcción. Apunto que eso trajo consigo dificultades ulteriores (incluso en el mismo alzamiento/aplastamiento con la sección vasca o catalana), pues esa masa tenía evolución propia, y no estaba en la mano de Franco controlarla. El Vaticano II y la transición son ejemplos de cómo esa masa tenía vida propia. De todos modos, esa masa católica, que lo puso bajo palio, lo llevó hasta Los Caídos. De allí sacado, debería conservarlo bien visible en alguna catedral, eso sería un buen modelo de memoria histórica.

Revolución pasiva

Cómo ese Franco hace su transición desde el franquismo a la Transición es tema del libro. Aquí solo mención. Pero no puedo terminar sin indicar la excelencia de la figuración que el autor hace del Valle de los Caídos.

“Por una puerta similar a la del dibujo de Kubin, entraron los miles de cráneos y esqueletos sacrificiales de la Guerra Civil en lo que se ha llamado el Valle de los Caídos, y que sería mejor llamar el Valle de los Sacrificados, porque el caído parece que no ha sido privado de la vida, pero el sacrificado requiere de un altar y de un nuevo poder, como el que se formó en España tras 1939. Ahí se acumuló, como en los dibujos de Kubin, los montones de huesos sobre los que se levantó el Leviatán español. Nada más parecido a ese amasijo de esqueletos que reposan bajo la panza del Leviatán de los dibujos de Kubin, que las imágenes que a veces nos llegan de esos paisanos que amontonados yacen sepultados en el Valle.

Sobre ellos, en un ataúd blindado, quedaría eternizado el cuerpo del soberano, y bajo su panza se irían disolviendo en una masa informe los que en otro tiempo fueron singularidades vivas, cada una entregada en su propia existencia. Solo una tumba sería la reconocible, y como pensaba el sefardita Elías Canetti, sería la del nombre del superviviente, la del soberano. Bajo esa tumba, la igualdad homogeneizadora de la muerte mostrará el sentido de España que tenía el Dictador, el de ser una montaña de seres anónimos, fundidos en amasijo, sin rostro, sin nombre, sin voz. Solo él quedaría, solo su nombre, en una exaltación soberbia en la que el monumento y su persona se fundirían en la misma luz, con la pretensión luciferina de proclamarse faro de los pueblos.

Se suele decir que el Valle de los Caídos es un símbolo cristiano. No lo veo así. Su contenido es expresamente pagano, como paganas son las cunetas llenas de cadáveres sin reconocer. Esta es la manera en que ya desde Asurbanipal los vencedores se imponían sobre los vencidos. Los cristianos creen, según tengo entendido observando una larga tradición, que en el Libro del Cordero están escritos todos los nombres. Cuando el ángel haga sonar la trompeta, alguien leerá todos esos nombres y se levantarán cada uno de su tumba y contemplarán la realización de la justicia. Esto es lo cristiano, según creo. Poner su nombre a cada uno de los que esperan el día de la Gloria, que no es otra cosa que el día en que el mal será reconocido como mal por los perversos y así quedará derrotado. Eso no sucedió en el Valle de los Caídos, donde solo quedaba escrito el nombre único del soberano (…) Esta exaltación tenebrosa es la que repitieron las voces que gritaron `viva España’ y `viva Franco’ el día de su exhumación. No merecimos este espectáculo obsceno (…) Cada uno de los cráneos que están enterrados en el Valle debería recuperar su nombre, porque cada uno alza una voz que nos pide reconocimiento y piedad. Una democracia no se puede permitir que los restos mortales de los sacrificados se hundan en la tierra en una masa anónima. La democracia es la suma de las voces y de los nombres. Y eso, voces y nombres individuales, es lo que reclama cada cráneo masacrado en aquel sacrificio.” (pp. 466-8)

No me resisto. “Al final, cuando consideramos esta breve historia desde el largo plazo de España, y siempre desde el punto de vista político, podemos decir que el poder central español tuvo a la población hispana como su enemigo potencial, cuya libre manifestación se teme y se quiere evitar. Esa desconfianza va desde la voluntad de control a la represión. Desde Fernando el Católico fue así y ese es nuestro mal radical. Franco fue la última manifestación de esa hostilidad del poder hacia su propio pueblo y eso es lo que significó su destrucción del pueblo republicano español, en un genocidio político sin precedentes en la historia hispana por su magnitud. Por su parte, el pueblo español nunca ha ejercido de forma exitosa el poder constituyente impulsado desde abajo en plena libertad, nunca ha realizado una revolución activa, una creación política legibus soluta, por lo que no tiene experiencia constructiva positiva. La ciudadanía nunca ha organizado el Estado desde sus propios intereses y la reciente experiencia de Podemos muestra lo difícil que es encontrar líderes capaces de hacer algo ni siquiera aproximado. En este sentido, lo que ha ocurrido desde 2015 es un fracaso histórico de proporciones políticas semejantes al fracaso de las Comunidades y de la Primera República.” (pp. 499-500)

El libro se ha escrito porque hay esperanza.

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