Herejes luteranas en Valladolid

Cazalla, Seso, los Vivero, las cistercienses de Belén… representan la urgencia de darse un respiro contra la mordaza del pensamiento único.

21 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 22:00

Asunción Esteban y Manuel González son los autores de esta obra, presentada recientemente en Valladolid. / Ayto Valladolid,
Asunción Esteban y Manuel González son los autores de esta obra, presentada recientemente en Valladolid. / Ayto Valladolid

Herejes luteranas en Valladolid. Fuego y olvido sobre el convento de Belén

Asunción Esteban Recio y Manuel González López

Ediciones Universidad de Valladolid, 2020

Tapa dura. 398 páginas.

 

Teófanes Egido, en el prólogo de esta obra, indica que es “un libro trabajado con primor”. Incluyo en lo de primor a la propia edición, en la que ha participado el ayuntamiento de Valladolid, pues está presentada con manufactura de alta calidad.

Agradezco a los autores este trabajo que, en estos tiempos, proporciona el placer de la presencia de unos hechos que, ya pasados, siguen sin pasar para cualquiera que no quiera pasar de la vida. Pues vida son. Y esto lo remarcan de modos diversos en sus páginas.

Como reclamara el gran historiador inglés, todo retrato debe colocarse en el marco necesario de su paisaje (lo mismo puede decirse de los conceptos). Y es el paisaje de los acontecimientos con sus personajes en torno al auto de fe de 1559, esos fuegos contra esas monjas, que centra el trabajo, el que se presenta con claridad, con colorido, e incluso ocupa unas páginas para llevar hasta el presente a la ciudad de Valladolid, el espacio, donde ocurren.

Dejo al prologuista que les presente a los autores y el paisaje del libro, y luego, que ellos mismos hablen.

“Huelga advertir que Asunción Esteban es una especialista en historia de las herejías, no solamente de las medievales, también de las modernas, y Manuel González, experto en la teología, que dominaba todo por entonces, consiguen ahora revivir el tiempo más agitado y brillante y ardiente (por lo de las llamas) del pasado de Valladolid. Un tiempo con un fuego que se cebaría, no única pero sí de forma significativa, en una familia (la de los Cazalla), y en este monasterio de las monjas de Belén, implicadas por la Inquisición en la herejía luterana. (p. 15)

(…) Y, claro está, la Inquisición andaba necesitada de herejías una vez que las antiguas víctimas, los judaizantes, no alimentaban su celo por la ortodoxia y sus llamas. Como la herejía más temible (hay que repetirlo) era la de Lutero, había que descubrirla, o inventarla, procesarla y quemarla.

(…) Y de las mujeres puesto que, no hay duda, aquellas mujeres interesan de forma muy especial en este libro (…) Libro con excelente y trabajada documentación”. (p. 17 y 18)

Y ahora hablan los autores mismos. He destacado con negrita alguna cosa.

“[Esta referencia de Todorov] Nos obliga, si pretendemos bucear en la historia, a tomar partido. Nunca somos neutrales, ni siquiera inocentes, ante cualquier hecho histórico, sobre todo si este ha sido objeto del olvido consciente de muchas generaciones que prefirieron borrarlo de su memoria colectiva.

(…) Sin embargo, querámoslo o no, la historia sigue estando ahí como vigía permanente en el tiempo, haciendo señales… Sobre nosotros siguen pesando las cenizas de las monjas cistercienses, quemadas vivas hace quinientos años entre el júbilo y el estupor de los vallisoletanos, con su rey al frente. Tampoco nosotros somos ajenos a aquella muchedumbre, ni somos simples espectadores; formamos parte del espectáculo porque formamos parte de la historia que intentamos ahora rescatar de entre la niebla. Somos los intérpretes de aquella muchedumbre que vociferaba entre chascarrillos y letanías, en tanto ardían las piras en el Campo Grande.

(…) La memoria nunca es imparcial porque obliga a tomar en consideración y, por tanto, a tomar partido en el acontecimiento que queramos rememorar (…) En consecuencia, hacer memoria del proceso inquisitorial de aquellas mujeres no puede ser ajeno a ciertas responsabilidades que de ese acontecimiento se derivan y que llegan hasta nuestras propias personas.

(…) La historia, comprendida como conocimiento humano, pasa por la implicación de quien la recupera y la “regresa”, ya que solo así hace justicia a los expulsados de la memoria y apea del pedestal a los impostores.

(…) Solo quien ama a las víctimas puede recuperarlas y revivirlas desde el olvido.

(…) Se estaba tratando de proponer en Trento la fijación dogmática y disciplinar para cerrar bien las puertas, cuando ya irrumpía el viento imparable del espíritu. Es la blasfemia viva de la cruz convertida en espada. Pensar libremente, dialogar en torno a la justificación por la fe, leer la Biblia… eran razones suficientes para encarcelar y matar porque simplemente eran razón de Estado: una nación, una lengua, un ejército, una religión (…) Mientras tanto, las pobres víctimas, antorchas en la tarde otoñal vallisoletana, iluminan fehacientemente cómo durante siglos la prepotencia y la incultura han impedido transitar a los espíritus libres.

Cazalla, Seso, los Vivero, las cistercienses de Belén… representan la urgencia de darse un respiro contra la mordaza del pensamiento único.

(…) Valladolid, Toledo, Sevilla y Aragón fueron testigos de la España atormentada y perseguida por la unidad inquebrantable de la doctrina en pleno proceso de las afirmaciones nacionales y la necesaria cohesión social que podría aportar la identidad católica que tanto ansiaba el emperador. El auto de fe no fue sino el resultado de muchos sumandos. Todos ellos convergían en la necesidad de identificar cualquier inquietud de carácter trascendente (la justificación por la fe, la revisión sacramental de la penitencia, la interpretación de un pasaje bíblico), convirtiéndolo en un problema político: la ruptura de la unidad católica y la unidad de la patria, dos aspectos de una sola verdad intangible.

(…) Pero todo ello ha pasado al olvido, que es otra manera de hacer morir.

(…) Traer a la memoria a aquellas mujeres, rescatarlas de las sombras y “re-vivirlas” o, como diría Miguel Hernández, “regresarlas”, es parte esencial de este estudio: personas, trama y escenario son elementos indisolubles del mismo, como lo son el paisaje urbano y el paisaje natural, destruidos también por la incuria, la rapiña y la piqueta.

(…) Rescatar para devolver a la vida a sus protagonistas supone caminar entre la niebla de los siglos, de los olvidos e, incluso, de los escarnios que sobre las víctimas se han ido acumulando.

(…) La historia en sí misma no es objetiva, somos nosotros, los intérpretes de hoy, quienes hacemos que la historia diga una cosa u otra: el sentido que saquemos de ella depende del presente y no del pasado. Es decir, la memoria como segunda oportunidad.

(…) Destaca la absoluta falta de ideas de progreso capaces de ser asumidos colectivamente. A las monjas de Belén, a Cazalla, a Carlos Seso, etc., les llevó a la hoguera su intento de pensar libremente acerca de Dios y su tránsito por la historia de cada alma. Creer no puede ser enemigo de pensar.

[Esto se encuentra en la introducción. pp. 23-31. Les pongo algo más, de Lutero en concreto, aunque queda poco espacio.]

(…) Según el emperador eran disolventes los libros de Lutero acerca de las indulgencias, el purgatorio o la predestinación.

(…) La historia de Lutero es parte de nosotros mismos. Que viviera hace quinientos años importa poco o nada. Sí importa y mucho lo que de él haya podido quedar en el alma de un hombre o el devenir de un pueblo. Lutero es parte de nosotros mismos querámoslo o no, lo sepamos o lo ignoremos.

(…) Saber quién fue realmente Lutero es algo más que rebuscar en los archivos. Conocer a Lutero es comprender cómo fue el proceso de creación de la Europa moderna o el nacimiento de la nación alemana o la fundación de la Compañía de Jesús, los resortes del arte barroco, las raíces de la llamada nueva teología americana, el inmenso poder adquirido por el Vaticano pertrechado en sus indulgencias y sus dogmas bien clasificados. Lutero es también la larga sombra de Lutero, una sombra que llega hasta nosotros y que se cuela por las rendijas de nuestro calendario y nuestras fronteras. Cada generación descubre un nuevo Lutero cuando es capaz de arrancar los disfraces que las intolerancias, los lugares comunes, las vulgaridades transmitidas sin escrúpulos han ido colocando sobre la faz del monje alemán. (pp. 140-141)

[¿Y ese ruido? ¿Alguien se ha caído? No. Le han puesto una silla. ¿Quién es? La autora de Imperiofobia. Nada más escuchar esto último, le ha dado un soponcio.]

Aquí les dejo. Lean el libro. No maten la memoria, que, al final, quien la oculta, falsifica, o vende, realmente lo que hace es matarse a sí mismo.

[Y para bien conocer a Lutero, ya saben que les recomendé en su momento el libro de José Luis Villacañas, Imperio, Reforma y Modernidad. Vol. I: La revolución intelectual de Lutero.]

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