Estado de confusión (3)
Las dos renuncias de los papas tienen un factor en común: la idea escatológica de final de los tiempos.
02 DE MAYO DE 2020 · 22:45
Me ha parecido que unas notas más sobre el Estado pueden ser útiles, especialmente porque nos colocan también en perspectiva escatológica, tan entusiasta con la pandemia.
Podríamos comenzar por ir juntos a una escena un poco extraña. En febrero de 2013 se produjo la renuncia del papa Benedicto XVI, suceso rarísimo en la historia del papado, pues sólo se conoce otro caso en sentido estricto, el de Celestino V en 1294. Esa renuncia se explicó más o menos. Un detalle no se resaltó suficiente: el papa renunciante depositó su palio (eso como una bufanda larga que se ponen en los hombros) sobre la tumba precisamente de Celestino V, incluso las palabras de renuncia de ambos fueron semejantes, “la debilidad del cuerpo”. Sin embargo (esto lo he leído en Agamben), las dos renuncias tienen otro factor en común: la idea escatológica de final de los tiempos.
Resulta que tanto Celestino como Benedicto atribuyen un gran valor a la tradición, y en ella aparece Ticonio (c. 330-390), un teólogo, en el contexto del norte de África con la dificultad de encaje en la Iglesia de los que habían sucumbido en las persecuciones, con unas afirmaciones de hondo calado sobre el Apocalipsis. A esta figura, y su idea de la Iglesia, dedicó Ratzinger estudios desde los primeros pasos de su carrera. En resumen, se trata de que la Iglesia Romana, desde su implantación en la historia, está constituida por dos partes. Es un cuerpo con una parte negra, impía, y otra clara, santidad. Pero un solo cuerpo. (Agustín, que conocía la obra, modificó la pintura de Ticonio.) El papa, pues, si admite eso, es cabeza de un cuerpo donde se dan los dos opuestos (parece que tanto Celestino como Benedicto percibieron bastante que lo negro se estaba comiendo a la totalidad, y le dejaron el marrón, bueno marrón oscuro, casi negro, a otro).
¿Y qué tiene que ver esto con la escatología? Pues que, en ese notable pasaje con la mira en la segunda venida del Cristo, donde Pablo enseña que no vendrá sin el previo de la apostasía y la manifestación del hombre de pecado, se dice que de momento hay algo/alguien que detiene la consumación de lo que sólo tienen el proceso; ya se movía, pero algo lo detiene para que no llegue (2 Ts. 2:5-7). Eso que detiene: el katechon, sería en esta teoría la propia Iglesia Romana.; o al menos, la parte clara (blanca, derecha). Cuando esa derecha desaparezca, la izquierda, lo negro, la impiedad, se manifestará. Y Ratzinger no quería estar allí en ese momento.
Esa posición no es la más reconocida del papado. De todos modos, que la Iglesia Romana, el papado, sea imprescindible para evitar el caos social, la anarquía, la división y el desorden, ha sido propaganda eficaz hasta el presente. La historia de España es una, grande, muestra de ello. Y esto es lo que nos enlaza con la cuestión escatológica y del Estado.
Con un discurso específico, o asumido, desde tiempos de Constantino se consideró al Estado (Imperio en este caso) como el katechon, y había que mantenerlo cuanto más tiempo mejor, pues era la garantía del tiempo previo, la detención de la presencia del caos y la destrucción (¡del anticristo!). ¡Y la garantía de conservación del Imperio era la Iglesia cristiana! (A un paso del papado en esos momentos). ¡Ya están juntos! ¡Ningún rey es legítimo si no es defensor del papado! Y hoy seguimos. Por eso la Reforma tuvo en contra la gran propaganda católica de ser fuente de caos y desunión. Propaganda que sigue.
El Estado (santificado como tal por el papado) sería eso que detiene la apostasía y la aparición del hombre de pecado. Ya se apuntó algo de Carl Schmitt, pues en esta cuestión dice en El nomos de la tierra (1950), que “Imperio significa aquí el poder histórico que logra contener la aparición del Anticristo y el fin del eón actual; una fuerza qui tenet, según dice el apóstol Pablo en el capítulo segundo de la segunda carta a los Tesalonicenses. Esta idea del imperio puede documentarse en muchos monjes germánicos de tiempos de los Salios y de los Otones (…) Cabe ver en ella la marca característica de una época histórica [de lo que trata el libro]. El imperio medieval cristiano duró mientras la idea de katechon estuvo viva”. Curiosos planteamientos; presentar al Estado nazi como lo que detiene la manifestación del hombre de pecado. Claro que para esa gente la apostasía era separarse de la Iglesia Romana, con sus resultados, la anarquía y la revolución socialista-comunista. Todo fruto de la Reforma.
¿Y tú qué piensas de esos textos de Pablo? De momento, lo que cualquiera: que me gustaría saber qué les dijo Pablo sobre el/lo que detiene; pero luego está el dato de que tampoco eso valdría mucho, pues los hermanos de allí, que eran fieles y ejemplares, no se enteraron muy bien, o no lo supieron aplicar. Así que nos quedamos como estamos; eso sí, reconociendo que esas Escrituras, como otras, sirven para que el mentiroso mienta y, por disposición de nuestro Dios, muchos crean la mentira. Respecto a qué fuese lo que detiene la apostasía en conjunción con la aparición del hombre inicuo, pues seguro que algo de ese tiempo, no del siglo XXI. Lo que fuese, ya estaba allí, y lo que viene, ya venía. Lo que sería quitado, lo sería pronto; y lo que se manifiesta, también pronto. El tiempo que resta es el que tenemos hasta hoy, lleno de todas las obras del inicuo, de la apostasía, del/los anticristos (que ya andaban por allí, según nos dice Juan). Yo espero su derrota, no su aparición. Y ya está aquí. El triunfo del Evangelio, la palabra de la boca de quien lo destruye. Sin necesidad de mediaciones eclesiales o políticas. Su palabra, libre, fresca, poderosa.
El Estado (con “su” Iglesia, a su medida) no es lo que detiene, en todo caso, es manifestación de lo que ya vino y ejerce. Por eso, en los primeros momentos de la Reforma (siempre ese primer momento, no luego), el Estado no era más que soporte del bien común, aquí en la tierra, no una entidad moral que frena al Anticristo o algo parecido. El Imperio romano y la Iglesia que es un cuerpo con él, esas dos espadas, espiritual y material, no son freno de nada, son manifestación de la apostasía y del inicuo. Y todas las copias reales, o añoradas, son su simiente. No temen que venga el inicuo, temen que venga el Cristo con la espada de su Espíritu. Porque cuando venga los destruirá. No temen el caos que se producirá tras su ruina y caída, sino el triunfo de la cruz, a la cual han querido secuestrar y suplantar. No pretenden detener al Anticristo, sino, como sus siervos, detener la presencia del Cristo. Y ya sabemos, y sabrán, que están derrotados. Ya veremos, porque, como en todo tiempo, es tiempo de levantarnos del sueño.
Este triunfo del Evangelio, nada tiene que ver con milenarismos apocalípticos. Las ideas milenaristas aparecen en textos primitivos, están en algunos autores, como Ireneo, luego el mismo Jerónimo, que tienen fantasías parecidas a las milenaristas actuales. Eso es muestra, en mi modo de ver, de la corrupción que se da desde el principio en el cristianismo, donde tiene lugar preminente la figura del pueblo judaico. Siglos después tomará el relevo en esta apocalíptica el abad Joaquín de Fiore, y sobre todo, hace no tanto, el jesuita chileno Manuel Lacunza, con su “Venida del Mesías en Gloria y Majestad” (1790), obra que, con un poco de revelación de aquí y de allá, sirvió de vientre de alquiler para adventismo, testigos de jehová, y grupos menores; en el mundo evangélico, con las notas a la Biblia de Scofield, se tomaron grandes dosis de dispensacionalismo como sedante o estimulante para ver algún futuro tras la ruina de la Primera Guerra Mundial. A partir de ahí, qué les voy a decir, desde hace décadas en cualquier púlpito, de cualquier denominación, de cualquier país, te pintan con los rotuladores dispensacionales el futuro con pelos y señales.
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