Los bulos de Mª Elvira Roca
Una respuesta breve a la fobia y falsificación del protestantismo de Mª Elvira Roca Barea.
10 DE JUNIO DE 2018 · 06:00
El libro Imperiofobia y leyenda negra (Siruela, 2016) ha dado a su autora, Mª Elvira Roca Barea, fama y la ha convertido en figura “creadora de opinión”, a juzgar por la cantidad de entrevistas y referencias que ha cosechado.
El libro, como referencia historiográfica no tiene recorrido alguno, y ningún historiador le echaría mucha cuenta, pero el efecto de opinión pública que ha producido sí merece reflexión, pues la opinión de la autora sobre los imperios (así es el subtítulo, Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español) se reduce al propósito final: mostrar que España es algo muy digno en su composición imperial, y que eso debe tomarse hoy como el único modelo de un patriota. Cualquier otra idea será fruto de la envidia, el rencor, o la incompetencia. Así se despacha la autora contra quien dude de sus opiniones.
(Además del artículo de José Luis Villacañas respondiendo a la infamia sobre Lutero que la autora escribió en un periódico nacional, se podría ver la reseña del historiador especialista en América, Esteban Mira Caballos, explicando pormenores de la conquista, o la del profesor de la universidad de Chicago, Miguel Martínez, mostrando la ideología tras los imperios –en la revista Contexto, CTXT, 20/12/2017-, o la más completa, del catedrático de la universidad de Cantabria, Juan Eloy Gelabert, en la Revista de Libros, 22/11/2017.)
La cuestión no es, pues, la opinión personal de Mª Elvira Roca, sino que, por la circunstancia presente en España, hay muchos que necesitan un dibujo de la misma con el que sentirse “orgullosos” frente a los orgullos nacionalistas, y la opinión de la autora les sirve de muleta con la que sostenerse. Y esa muleta la usa tanto la izquierda de “unidad nacional”, como la tradicional de la España “católica de toda la vida”. Por ello los medios interesados, de todo pelaje político, han transformado la opinión de la señora Roca, en verdad sobre España que todo buen español deberá aceptar como tal. Con el agravante de que esa idea de imperio y de España de la autora, incluye el espacio contrario necesario, y ése es el protestantismo, pues la España imperial lo es contra el protestantismo. Y así debe seguir si se quiere recobrar y mantener su identidad y orgullo. Y esto, que sería absurdo a simple vista: que España ahora siga existiendo “contra” el protestantismo, que es su razón de ser, se ha tomado como parte de la opinión de la autora sin problemas, ni críticas de sus mentores.
La editorial en la tapa del nuevo libro publicado por Mª Elvira Roca (6 Relatos ejemplares 6. Siruela, 2018.), afirma lo siguiente: “Con la venida del cisma luterano el orbe mediterráneo-católico asume de manera inconsciente el discurso de supremacía moral que impone el norte protestante… Desde un principio se perdió la batalla más importante, la del lenguaje, y entre sus armas se contó con la propaganda…
Los seis relatos aquí reunidos tienen como trasfondo el mundo protestante en diversas épocas y lugares de Europa. La autora ha escogido seis momentos entre cientos posibles que sirven de contrapunto a esa visión monolítica impuesta desde el cisma y en el que el orbe mediterráneo-católico quedó descrito –hasta la actualidad- como el Demonio del Mediodía…” Además, en las cintas de presentación que envuelven el libro se puede ver: “La lectura de Roca Barea es un bálsamo para las almas católicas (aunque no se crea ni en el alma ni en el dios de los católicos) atormentadas por 500 años de tópicos protestantes”. Emilia Landaluce, El Mundo. O también:
“En Imperiofobia, Elvira Roca Barea iluminó nuestra leyenda negra. Aplicó el rigor de la verdad contrastada frente a la mentira programada y torticera, a lo largo de siglos”. Laura Revuelta, ABC Cultural.
Pero no se queda la cosa ahí. La autora en la introducción nos dice, como si tal cosa: “Es vergonzoso que el Vaticano haya emitido en 2017 sellos con la imagen de un individuo de la catadura moral de Martín Lutero (intolerante, racista, antisemita, apologeta de la violencia, defensor del sometimiento de los más pobres a los señores germánicos…) y que el papa de Roma haya colgado un retrato suyo en el mismo lugar. Deberían los católicos –no me incluyo- reflexionar sobre qué principios morales están en obligación de exigir a la jerarquía de su Iglesia. Si quieren sobrevivir como algo más que una reliquia del pasado, esta demanda debería ir más allá de ponerse de perfil, predicando paz y amor…”
Y sigue, al presentar uno de los episodios del libro: “Fue un intento inútil de Felipe II de demostrar que la religión no tenía por qué ser un problema si se respetaba la ley y no era tomada como excusa para promover conflictos y confiscaciones de bienes. Quizá algún día podamos, entre todos los que no formamos parte del orbe cultural materialista e hipócrita del protestantismo, devolverle a Europa un poco del brillo y la belleza que una vez tuvo.” (p. 11, 12)
Por increíble que parezca, éste es el rigor histórico y el bálsamo que, debemos suponer que sólo algunas, almas católicas aprecian. Quizás otros piensen que se trata realmente de bilis y mala baba, pero es cuestión de opiniones. El problema viene cuando la opinión se convierte, por mediaciones interesadas que le construyen un pedestal, en cultura y seña de identidad. Y ya tenemos a la autora que aplica “el rigor de la verdad” como la representante idónea para mostrar la España que debe conmemorarse el día de la Fiesta Nacional, precisamente por el referente cultural institucional que es el Instituto Cervantes. Ella pronunció la conferencia (11/10/2017) en la sede de la citada institución, con el título de “Hispanidad con futuro”, presentada en la página oficial así: “Con ocasión de la celebración de la Fiesta Nacional, tendrá lugar esta conferencia sobre algunos de los tópicos y las raíces históricas que han configurado la "leyenda negra" española según los intereses políticos de otros países en siglos pasados.”
De manera que la España del nacional catolicismo aparece en los medios y espacios de cultura públicos, pero con la leyenda blanqueada para no ruborizar a nadie. ¿Se imaginan dando esa conferencia a algunos de los escritores que tienen en sus libros la misma España, pero que son calificados de franquistas? Es una muestra de la memoria del Protestantismo que se sigue teniendo en España, en eso, desde todas las posturas políticas en común acuerdo. Esto demuestra que la autora y su obra, sale del espacio de lo que sería una postura de opinión personal, siempre legítima, y se ha convertido en síntoma de que algo en nuestra amada patria, no sé si estará negro muy negro, pero es evidente que algo oscuro sí.
Pero vamos a ver un ejemplo del “rigor de la verdad” que usa la autora para componer sus opiniones. Esto teniendo en cuenta la cuestión de la Inquisición Española, a la que se debe decapar la pintura negra que el norte protestante le ha colocado durante siglos, y dejarla en su color natural: el verde inmaculado de su estandarte, o a todo lo más, algo rosáceo. La autora ya lo avisa en varias entrevistas: fue un tribunal justo y modélico. No se puede tener ahora un adecuado orgullo de la España de Trento, que es la única que hoy se puede tocar, sin que se alivie la imagen de su Inquisición. Y para eso está también la señora Roca.
Esto nos dice la autora sobre la Inquisición en la página 278, tras remitirse a un excelente programa de la BBC que “consigue ofrecer al público lo que las investigaciones históricas a base de archivos y documentos, no de panfletos y truculentas imágenes, ha podido poner en claro”. Por supuesto, ya se sabe, cualquier investigación que proponga algo diferente a la opinión de la autora, corresponde a un panfleto que falsifica la realidad. En ese sentir de ciencia histórica rigurosa, sigue diciendo la autora: “El profesor Haliczer, de la Universidad de Illinois, basándose en su trabajo de la Inquisición en Valencia hecho sobre el análisis de 7.000 casos, pone de manifiesto que solo se empleó la tortura en menos del 2 por ciento de los casos, y que las sesiones no pasaban de 15 minutos. De ese 2 por ciento, menos de un 1 por ciento recibió segunda sesión y nadie soportó una tercera. Además los inquisidores tenían su propio manual de procedimiento en el que se especificaba qué se podía hacer y qué no. Quien se excedía era destituido. Haliczer insiste en que las cárceles de la Inquisición eran muy benignas. En los casos por él reseñados aparecen reos que blasfemaban con el propósito de ser trasladados a las cárceles inquisitoriales. Un truco que los inquisidores conocían, pero no podían evitar”. [En nota al pie da la cita de la obra en castellano, Inquisición y sociedad en el reino de Valencia, 1993.] Yo he leído el libro en su edición en inglés, de 1990, donde se incluye en el título: 1478-1834, es decir, que el autor tiene una perspectiva temporal de todo el tiempo activo de la Inquisición. Es una obra muy valiosa para el adecuado conocimiento de la Inquisición Española, aunque esté centrada en un sector: el tribunal de Valencia. En ella aparecen todas las trampas y corrupciones del tribunal hispano. No sé qué pensaría el buen profesor del rigor histórico de alguien que le atribuya lo que la cita de la autora pretende.
Estamos ante un modelo de rigor de corta y pega. Este bulo circula por internet ya desde 1994. Se ha convertido en una bola quitamanchas para la colada blanqueadora de los trapos de inmundicia de la señora Inquisición. La encontramos en Catholic.net, en algún libro, en un manual de Bachillerato, etc. Los que se manejan bien en la red lo podrán mirar mejor (yo soy lego en la materia). Por el detalle del programa de la BBC, y de la observación que luego la autora añade: “En Inglaterra una persona podía ser torturada o ejecutada –descuartizada, para ser más precisos- por dañar unos jardines públicos”, la ficha del corta y pega podría proceder de la “Revista Internacional Isabel” (inglés/español). Editada por el Comité internacional para la canonización de la reina Isabel la católica. Nº 51, abril/mayo de 2004. En el artículo principal “La nueva Inquisición: la reputación de injusticia de la Inquisición Española no tiene justificación”, firmado por G. Quentin Mull, con fecha de enero de 2002, se dice: “[La Inquisición Española] era el tribunal más justo de su época… Investigadores modernos y el documental de la BBC demuestran que la verdad es precisamente todo lo contrario. Primero debemos saber por qué se fundó la Inquisición Española. En aquel tiempo (final del siglo XV) España estaba bajo la invasión, se crea o no, de los musulmanes turcos que lideraban su propia jihad…El profesor Stephen Haliczer de la Universidad del Norte de Illinois descubrió que la Inquisición Española sólo usó la tortura en un dos por ciento de los más de 7.000 casos estudiados, y nunca durante más de 15 minutos. Menos de un uno por ciento fueron torturados más de una vez, y no encontró ninguna evidencia de que alguno hubiera sido torturado más de dos veces. Y esto en una época en que dañar un arbusto en un parque público era una falta que podía ser castigada con la muerte en Inglaterra… El profesor Haliczer defiende que las cárceles de la Inquisición eran superiores a otras cárceles en España, y dice: “He encontrado casos de prisioneros en tribunales seculares que blasfemaban con la intención de que les llevasen a una prisión de la Inquisición”.
No sé la fuente de donde bebe la señora Roca, pero el profesor Haliczer no le da ni agua. Primero y fundamental: sacar medias en la actuación de una institución que dura 350 años, que abarca situaciones tan dispares, con tribunales locales que tienen campos de actuación diferentes en la monarquía hispánica, es algo que puede servir para algún cuadro de estadística, pero que no refleja para nada la naturaleza del tribunal. Por ejemplo: ¿qué porcentaje de condenas tenemos por vender caballos a los hugonotes? Pues seguro que ninguno antes que hubiera hugonotes, y seguro que ninguno en el tribunal de Sevilla, y muchos en el de Navarra, por su frontera. ¿Y de moriscos? Pues dependerá de que haya más o menos población en la zona de cada tribunal. Los porcentajes no dicen nada. ¿Qué porcentaje de condenados a galeras? Pues en alguna fecha, ninguno, y en otras, porque lo requerían los barcos de la corona hispánica, muchos. O ¿cuántos condenados nativos del propio territorio del tribunal produjo la Inquisición? Pues, depende, en la corona de Castilla no había diferencia entre propios o extraños, pero en Cataluña la Inquisición no podía juzgar a los catalanes, sólo a los emigrantes en ese territorio. ¿Qué media nos vale?
Por otra parte, los escritos del profesor Haliczer son de lectura muy valiosa (lo mismo que los William Monter, por citar otro importante autor que ha estudiado sectores de la Inquisición en España), y recomiendo su lectura. Cosa que no ha hecho la señora Roca, pues vean qué dice el buen profesor de eso que el bulo pone como suyo para blanquear una institución, que él no pretende jamás hacer (aunque los datos sean claros contra algunas distorsiones y falsedades atribuidas a la misma; que eso ya lo hicieron cien años atrás otros investigadores protestantes, Lea y Schäfer).
El libro de Haliczer: “Un ejemplo patético de la manera en que los criminales que habían experimentado ambas cárceles, las ordinarias y las inquisitoriales, veían a estas últimas, nos llega de la petición de Pedro Adel para ser transferido a la prisión de la Inquisición en 1575. Adel, que había sido juzgado por la Inquisición y condenado a galeras, estaba tan decrépito que el capitán de galera no pudo aceptarlo, y fue devuelto a Valencia donde, ciego y sin fuerzas, lo lanzaron a la prisión municipal. Él suplicó que lo transfirieran a la prisión inquisitorial donde pudiera ser adecuadamente ‘alimentado y atendido’. El tribunal remitió la petición a la Suprema, la cual no quiso tener nada que ver con él y ordenó que le dieran doscientos azotes y lo pusieran en exilio permanente.”
El libro de Haliczer: “Convencido de su poder con los tolerantes virreyes, el tribunal no sintió la necesidad de cooperar con otras instituciones, fueren reales (Audiencia) o eclesiásticas… La Audiencia estaba particularmente irritada, porque el tribunal podía con frecuencia sacar prisioneros de la cárcel real, donde esperaban juicio, y llevarlos a su jurisdicción para ser juzgados por delitos menores, y dejarlos luego libres sin devolverlos al tribunal real para ser juzgados. Puesto que esta práctica era bien conocida en los ambientes criminales, se hizo cada vez más común, que peligrosos criminales, que esperaban juicio por asesinato, pronunciasen una blasfemia en su celda, para ser oídos por otros presos, que los denunciaban a la Inquisición. Puesto que el castigo por blasfemia era normalmente leve y los delincuentes contaban con ser puestos en libertad al poco tiempo, grandes asesinos fueron dejados sin castigo para gran detrimento de la administración de justicia.” Y, como corresponde a un serio investigador, da su fuente de archivo pertinente.
Sobre la tortura. No tengo espacio para ponerlos todas las muy buenas reflexiones del profesor Haliczer. Pero valga, al menos, su explicación de por qué no era un modo frecuente de actuación inquisitorial, y esto vale también para sus penas de muerte. Tanto tener que matar al acusado, como tener que acudir a la tortura, eran ejemplos de fracaso para el tribunal, pues su naturaleza era la de “recuperar” a las “ovejas perdidas” por persuasión y regreso voluntario. La tortura implicaba que se había fallado en su tarea de recuperar al salido del camino. Para esa recuperación era herramienta de primer orden el “terror”, pero sin tener que aplicar la violencia física. Esto dice el buen profesor: “Las confesiones obtenidas bajo tortura, a diferencia de las logradas voluntariamente durante el proceso de interrogatorio, implicaban el fallo de todo el mecanismo para conseguir que el acusado ‘jugara su papel de parte voluntaria en el proceso’ y, por lo tanto, la validación del modelo político-religioso de la Inquisición”.
Con esto puede ser suficiente para mostrar el “rigor histórico” de la autora de Imperiofobia. De todos modos, como ella misma afirma en una entrevista (El Mundo), “la contestación argumentada a la difamación irracional y agresiva no suele dar fruto”. Pues, d. v., la próxima semana le contestaré con argumentos a su difamación irracional y agresiva contra nuestra Reforma española.
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