El día de las pequeñeces de Zacarías

¿Quién puede ser acusado de no ver grandeza en este día? ¿Dónde está el templo lleno de la gloria de Yahvé que anunciaron los profetas?

17 DE AGOSTO DE 2012 · 22:00

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El día de las pequeñeces es una de esas indicaciones de significación amplia y fundamental. Un lugar de reflexión permanente para el pueblo de Dios. Aparece en Zacarías (4:10) y relaciona a unos que primero menospreciaron, y luego “se alegrarán” de ese día. Es propio de estos discursos entender “día” no como un día de la semana particular, sino como una etapa, momento, o época específica. Se trata de un día sin datos sobresalientes, sería un día vacío, sin memoria, para el ojo humano, para una sociología sin referencia a la Providencia. Como lo fue el día que el Mesías nació (aunque luego lo convirtieron en un árbol lleno de supersticiones), ambos son ese día de los inicios pequeños, de los brotes nuevos que harán nuevo árbol del tronco talado. Con Esdras, Nehemías, Ester, Hageo, Zacarías y Malaquías, nos colocamos en este día, que algunos menospreciaron; para otros, por la gracia del Dios del espacio, del tiempo, el Señor de la Historia, será de alegría. Un día de ahogo o expansión; un tiempo de juzgar por las apariencias o por la fe. Es un día que nos lleva hasta el presente. El discurso de Zacarías, o de Hageo, se relacionan con nosotros. De cómo veas ese día, así verás tu presente y el futuro de la Historia. Por eso les propongo unas notas para reflexionar sobre ese momento de la Historia general, y de su concreción en la particular del pueblo, de la Congregación, de Dios, del que una porción había regresado a su tierra tras los 70 años de cautividad en Babilonia. La percepción de esa vivencia, y los deberes que cada uno entendía debía cumplir, es un reflejo que podemos tomar como campo de experiencia de nuestro tiempo. El mismo Dios que sacó con mano poderosa y prodigios a su pueblo de la cautividad de Egipto, es el mismo que ahora lo trae de nuevo a su tierra tras la cautividad babilónica. El mismo pacto, las mismas promesas, los mismos Padres, pero, a los ojos humanos ¡qué diferencia! Sin embargo, Dios está en medio de ellos igualmente como antaño. No tenemos en ese tiempo de restauración (así es llamado a veces en las guías de historia de la Israel) a nadie como Moisés. ¿Dónde colocar a un nuevo David, o Salomón? Se trata de algo tan simple como volver a leer la Ley, con Moisés, sin embargo, ésta se entregó al pueblo en medio de grandes señales. Ahora todo parece menor; ¿cómo comparar el estruendo de Moisés con las propuestas de Esdras? Todo parece sin relieve, pero que cada uno se cuide menospreciar “las pequeñeces”. Además, con Moisés se saca a un pueblo de la esclavitud abyecta de Egipto; ahora, aunque procedan también de una situación de esclavitud, no es lo mismo. Podían recordar la grandeza del reino, el portentoso templo, la grandeza de las fiestas anuales. Antes parten a tomar una tierra rica, llena de viñas y labranza, ahora vuelven a un campo arruinado. ¿Quién puede ser acusado de no ver grandeza en este día? ¿Dónde está el templo lleno de la gloria de Yahvé que anunciaron los profetas? ¿Dónde, esa Jerusalén cuya luz iluminará al mundo entero? ¿Dónde las naciones viniendo a la casa del Señor? La comparación con las promesas de gloria futura es imposible, pero incluso no se puede comparar siquiera con la gloria del tiempo pasado. Pues la lección es que “este día de las pequeñeces” es también el Día del Señor, quien menosprecia uno lo hace con el otro; quien en uno se alegra, vive la alegría del otro. Esto es lo que les propongo como camino de reflexión para las próximas semanas. Estamos en las manos del mismo Señor, con el mismo camino de fe.

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