El psicólogo pordiosero

El vendedor de lotería no vive de jugar a la lotería.

01 DE FEBRERO DE 2013 · 23:00

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Sigfrido se quedó mirando con asombro a un mendigo sentado en la acera con una gorra en el suelo que contenía unas pocas monedas. “Pero, ¿no es ese Narciso Joaquín, mi psicólogo?”, se preguntó. Hacía tres años que no le visitaba, y en aquella situación con harapos y barba descuidada, costaba creer que fuera él. - ¡Narciso Joaquín!- le dijo en voz alta, obligándole a levantar la cabeza. - ¿Tú eres Sigfrido? - Pues sí, ¿qué haces aquí? - Una historia muy triste que contar. - ¿La crisis también te ha afectado? - No, no, que va –contestó Narciso Joaquín-. Jamás tuve tantos clientes. Unos me recomendaban a otros y las cosas iban muy bien. - ¿Entonces? - Pues resulta que jamás había puesto en práctica mis conocimientos de psicología de modo personal. Mis clientes me decían que les iba tan bien con mi psicoterapia que aspiré a ser como ellos. Desde aquel momento me empleé en promocionar mi yo y a aplicar en mi vida todo lo que estaba induciendo en la de mis clientes. Dejé la consulta y comencé a viajar por el mundo y a estudiar lenguas. Vendí todas mis posesiones. Me dediqué a encontrarme a mí mismo. Estaba pletórico, me sentía joven, vital, lleno de energía. Con estos planteamientos mi mujer y mis hijos eran un obstáculo, por lo que me divorcié al cabo de poco tiempo. Dejé un chalet a medio construir. Lo que me decían mis padres y mis hermanos en cuanto a que recapacitase, lo consideré como una confabulación que buscaba impedir que yo fuese yo. Para cuando tuve el horizonte despejado de opositores, ya estaba metido de lleno en la indigencia, al poco me quedé sin recursos, no tenía ni para comer ni para dormir. Y aquí me ves. - ¿Y tus clientes? –preguntó Sigfrido. - ¿Qué quieres decir? - ¿Qué cómo les ha ido? ¡Ah! Aún me siguen agradeciendo que les ayudase a ser ellos mismos. Me lo repiten con frecuencia en la cola del comedor social.

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