La muerte del panadero

Erase una vez un panadero que estaba harto de hacer pan. Vivía en un pueblo del Pirineo con 500 habitantes. Abastecía de pan a toda la población y se lamentaba de que su servicio estaba mal pagado y poco reconocido.

07 DE FEBRERO DE 2009 · 23:00

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Pero unas felices navidades hicieron cambiar su vida por completo. Fue premiado con el Gordo de la lotería con 10 series de un número que adquirió en la administración Valdés de Barcelona. Desde aquel día ya no hubo más pan en el pueblo. Ante la queja vecinal el panadero les dijo con descaro: os proporcionaba pan porque vivía de ello, pero ya las cosas han cambiado. Ya no os necesito. Buscaos la vida. Mejoró notablemente su nivel de vida. Se construyó una piscina, compró una segunda residencia en Barcelona ciudad y cuantas cosas le apetecieron más. Eso sí, cada mañana calentaba su horno de 12000 W para cocerse la barra de pan que consumía diariamente. Pero poco duró aquella bonanza. Enfermó de repente. Fue atendido por el médico del pueblo, recibió tratamiento y pasó unos meses de verdadera angustia. Pasado este tiempo se le comunicó la mala noticia de que fallecería en breve. Cuando entró en agonía recibió la asistencia del pastor de la iglesia. —Es justo que antes de morir sepas la verdadera causa de tu desgracia —le dijo el pastor—, se debe a una negligencia del doctor Artundo, que no diagnosticó bien tu enfermedad. —Pero si es un buen médico —replicó el panadero—, ¿por qué? ¡Explícame! —Desde que se blindó con un seguro carísimo que le protege de las posibles demandas de sus pacientes —contestó el pastor—, ya no se toma tan en serio su labor profesional. Dice que con dinero ya no teme a sus clientes. —Pero, ¿qué dinero? —dijo el panadero—, si el doctor Artundo es muy pobre y no podría permitirse un gasto tan elevado. —Es cierto —dijo el pastor—, pero resulta que las navidades pasadas compró con unos ahorrillos 15 series de un número de lotería en la administración Valdés de Barcelona y fue premiado con el Gordo. Es lo último que oyó el panadero antes de partir de este mundo. Mientras se alejaba en bicicleta de aquella lujosa casa, el pastor reflexionaba sobre este caso como lo hace un pastor, y se decía para sus adentros que podemos amar o no amar a nuestro prójimo, pero nada nos libra de necesitarlo.

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