El hombre y el cristal

“Resulta bastante misterioso el hecho de que, aun cuando el corazón humano ansía la Verdad, pues sólo en ella encuentra liberación y deleite, la primera reacción de los seres humanos ante la Verdad sea la reacción de hostilidad y de recelo. Por eso los Maestros espirituales de la humanidad, como Buda y Jesús, idearon un recurso para eludir la oposición de sus oyentes: el relato. Ellos sabían que las palabras más cautivadoras que posee el lenguaje son: “Erase una vez...”; y sabían también que es

21 DE ENERO DE 2006 · 23:00

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Por eso, escúchame: Erase una vez un Hombre con Puño de Acero que cuando estaba rabioso o borracho, cuando tenía problemas en el trabajo, o estaba desanimado, se acercaba a su Ventana para descargar tensiones. Era la suya una Ventana que hacía de muro contra los malos vientos y estaba hecha a base de experiencias propias y ajenas. Pero a veces se atrancaba, perdía flexibilidad y chirriaba. Ninguna Ventana es perfecta, todo el mundo sabe eso, pero él parecía no entenderlo. En aquellos momentos de ira, el Hombre con Puño de Acero la golpeaba una y otra vez, hasta conseguir que se abriera. A través de ella, gritaba su furia, aullaba su malestar, quemaba su adrenalina. Aquella Ventana tenía un nombre, Hermelinda, y le permitía al Hombre con Puño de Acero verse ante el mundo de una manera diferente a cuando, por ejemplo los fines de semana, se asomaba a otras Ventanas. Ante Hermelinda él se sentía grande, sublime, poderoso, valiente. Aunque ella le rendía pleitesía, en más de una ocasión, sus cristales habían saltado por los aires. Entonces, el Hombre con Puño de Acero, se volvía de cera, se disculpaba, lloraba, se arrodillaba, en fin... después encargaba cristales nuevos al Gran Hospital de Cristaleros, que los hacía a la medida del gusto de sus particulares clientes. Descorría dulcemente las cortinas tras las cuales ella ocultaba sus desperfectos y los colocaba él mismo, con mucho esmero. Sin aquella Ventana, no se encontraba. El Hombre con Puño de Acero nunca quiso oír que en el principio de los tiempos, cada Hombre y cada Ventana habían sido creados con exquisito equilibrio. No perdía el tiempo prestando atención a las extravagancias de los frágiles. Lo único que alcanzaba a entender, en sus despiadadas luces, era que nunca las Hermelindas rotas vuelven a recomponerse del todo, y se aprovechaba. Lo único que las Hermelindas rotas están alcanzando a entender es que raras veces los Hombres con Puños de Acero y despiadadas luces, reconocen sus errores.

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