Vida, sentido y fe

La vida no era feliz ni infeliz para aquellos jóvenes que había tenido una infancia “normal” y una adolescencia reprimida, sólo era en blanco y negro. Les habían dado tiempo de desengañarse del mundo real al que se incorporaban y darse cuenta de que más que duro era muy cruel.

28 DE JUNIO DE 2008 · 22:00

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Por otro lado, las formas y ritos religiosos con sus cantos, ceremonias y tradiciones les producían un rechazo visceral. Alguien les habó de Cristo como Dios, amigo y salvador. Asintieron a tal revelación de Dios pero fueron más allá, entendieron que Cristo era lo único cierto, confiaron en él sin reservas y se entregaron con ganas e ilusión. La fe había dado sentido a sus vidas que desde entonces se basarían en la relación con Cristo y el servicio a su persona. Sus perspectivas y prioridades habían cambiado radicalmente y sentían gran satisfacción por ello. Ninguno sabría explicar cómo fue que tras la libertad divina que les habían predicado se escondiera tanta esclavitud humana. No se dieron cuenta de que la religión iba ganando terreno a la relación hasta dejar bajo mínimos su contacto con Cristo. Enjaulados en su iglesia local —o en el local de su iglesia— se fueron aislando del mundo exterior; trabajar, estudiar y volver a la burbuja. Sin apenas percibirlo se instalaron en la fe por la fe y la doctrina por la doctrina. Normas y más normas, leyes supuestamente basadas en la palabra de Dios, presiones de todo para conseguir comportamientos estandarizados, críticas feroces a lo diferente y control hasta en lo más íntimo acabaron por imponerse casi de tapadillo. La fe llegó a ir por su lado mientras la vida —que iba en serio— iba por otro muy distinto. Despertaron al darse cuenta que lo peor no era que su fe no alcanzara a los incrédulos, sino que ellos mismos estaban insatisfechos. A partir de ahí el reto fue que aquella fe que había dado sentido a sus vidas en la juventud dejara de ser ahora la fe por la fe y que la vida —la belleza de las cosas pequeñas, las relaciones personales, la búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes y la lucha contra las injusticias, los desequilibrios y las necesidades de los más desfavorecidos— diera sentido a su fe. Lo malo es que «Quizá la más grande lección de la historia, es que nadie aprendió las lecciones de la historia».

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cartas de un Amigo - Vida, sentido y fe