Fuerza espiritual

Los débiles son quienes podrán decir: fuerte soy. ¿Cómo es posible?

19 DE JULIO DE 2025 · 22:00

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“El Señor es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré” (Éxodo 15:2).

“He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es el Señor, quien ha sido salvación para mí” (Isaías 12:2).

Muy cierto: El Señor es nuestra fortaleza:

“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho el Señor de los ejércitos” (Zacarías 4:6).

En otras palabras, no somos fuertes por lo que podamos hacer nosotros. Por muy fuertes que pensemos ser, la verdad es que no lo somos. Por eso, la fortaleza viene siempre del Señor. Y, como hemos notado en los versículos citados, la fortaleza siempre va ligada a la salvación. Dios es Todopoderoso y capaz de salvar porque sólo Él es Fuerte. No obstante, hay ocasiones donde vemos que no ejercita Su fuerza. Sí, Dios es Fuerte y capaz de salvar, pero…

“He aquí que no se ha acortado la mano de Dios para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2).

Por tanto, apreciamos que Dios es capaz de salvar a través de la obra de Cristo en la cruz. El Dios encarnado pagó para que todos los que se arrepienten de su maldad y confían en Él puedan disfrutar de la vida eterna en Su compañía. Esa fuerza colosal logra limpiar el alma de los pecadores. Pero requiere que haya fe y un deseo de apartarse del pecado por parte de los que se dan cuenta de que son débiles y no pueden vanagloriarse delante de Dios.

Esos débiles son los únicos que pueden beneficiarse de lo que escribió el profeta Joel, a saber: “Diga el débil: Fuerte soy” (Joel 3:10b). ¿Y cómo pueden afirmar tal cosa?

Porque se han dado cuenta que no tienen que esforzarse para alcanzar la salvación. En un sentido espiritual, no se ponen a hacer pesas con vistas a merecer el perdón de sus pecados. No, han dejado esos esfuerzos de lado y simplemente han aceptado la oferta de salvación que les hizo el Salvador en su día. Ellos podrán entonar el cántico que encontramos al final de la epístola universal de Judas:

“A aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 24-25).

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