¿Celeste o terrestre?
Una reflexión sobre nuestra naturaleza y nuestra forma de pensar y afrontar la existencia.
11 DE MAYO DE 2024 · 23:00
Juan 1:14 dice:
“Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.
Para entender ese versículo debemos remontarnos a Juan 1:1. Allí leemos:
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
En otras palabras, Cristo se encarnó al venir al Mundo porque es celeste: “El Verbo era Dios”. Pero podemos apreciar Su gloria pues vino a vivir con los “terrestres”. Por eso dijo: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra” (Juan 17:6).
Sí. Nosotros somos terrestres. Por mucho que llamemos a otra persona “extraterrestre” porque su forma de ser se salga de lo habitual, no somos celestiales.
Ahora bien, Colosenses 3:1-2 dice: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”.
Esto nos indica que hay dos formas de pensar. Una celeste y otra terrestre.
Al principio de Colosenses 3:16, consideramos la primera opción: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros”.
Santiago nos habla de la segunda opción:
“No os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3:14b-15). Por eso, Jesús dijo en cuanto a los creyentes: “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste” (Juan 17:25).
Así pues, te pregunto: ¿Es tu enfoque celeste o terrestre?
Piensa seriamente en cuanto a la respuesta porque en 1ª Juan 2:16-17 también leemos:
“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.
Si optas por la sabiduría de lo alto, abre tu Biblia y obedécela. Háblale a Dios y pídele que te enseñe y transforme. Si no quieres permanecer para siempre, escoge cualquier otra doctrina. La que quieras, todas acabarán igual.
Asumo que gozas de sensatez. Por tanto, te recuerdo Juan 17:3, que dice: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.
Por un año más
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