Expresamos nuestra gratitud a Dios con alabanzas

Alabar a Dios no es un gesto limitado a lo emocional, sino que involucra nuestros pensamientos. Tiene racionalidad y sentido.

26 DE AGOSTO DE 2018 · 11:00

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La Biblia nos exhorta, nos motiva y nos enseña a expresarle nuestra gratitud a Dios a través de alabanzas. Alabar a Dios es reconocerle como el Creador de todas las cosas, es exaltarlo como Dios único, verdadero y personal que está atento a nosotros y que le importa lo que nosotros pensamos de Él.

Alabar a Dios no es un gesto limitado a lo emocional, sino que es algo que involucra nuestros pensamientos. Es algo que tiene racionalidad y sentido. Por ejemplo, los Salmos, que constituyen la mejor referencia y guía para la alabanza a Dios, nos facilitan el entendimiento y las razones de este ejercicio espiritual. “Alabad a Dios porque Él es bueno, porque para siempre es su misericordia” (Salmos 136:1). Continúan diciendo los versos siguientes, siempre con el estribillo “porque para siempre es su misericordia”, que alabemos al Dios de los dioses, al único que hace grandes maravillas, al que hizo los cielos con su entendimiento, al que extendió la tierra sobre las aguas, al que hizo las grandes lumbreras, el sol para que se señorease del día y la luna y las estrellas para que se señoreasen de la noche.

Alabamos a Dios por estas virtudes excelsas que Él solo posee. Alabamos su grandeza y reconocemos su poder creador y su dominio sobre todo el universo. Ese Dios de maravillas que ha creado un universo infinito y de una belleza indescriptible, es el Señor de la historia, Él es Señor de la vida cotidiana, es Él que vela en nuestro sueño y quien nos espera al levantarnos para guiarnos y cuidarnos cada mañana.

El Salmo 136, a partir del versículo 10, dice que alabemos a Dios porque Él nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido. Dividió el Mar Rojo en dos partes e hizo pasar al pueblo de Israel en seco. Pastoreó a su pueblo en el desierto y en nuestro abatimiento se acordó de nosotros.

La alabanza es un acto de fervor y devoción que nos acerca a Dios. Es un momento en que celebramos las virtudes de nuestro Dios y recordamos las cosas grandes que Él ha hecho con nosotros, no solo en el aspecto colectivo, sino de forma individual. Todos los creyentes tenemos recuerdos de cosas grandes que Dios ha hecho con nosotros.

Muchos hemos recibido sanidad, hemos sido ayudado por Dios en algún apuro económico o de cualquier otra índole. No hay un creyente sin motivos para alabar a Dios. Todos hemos recibido cosas grandes del Señor que forman parte de nuestra historia personal y que son motivos de alabanzas y reconocimiento para nuestro Dios.

El Salmo 92, dice, “Bueno es alabarte Jehová y cantar Salmos a tu nombre. Anunciar por la mañana tu misericordia y tu fidelidad cada noche”. El Salmo 98, nos dice: “Cantad alegre a Jehová toda la tierra. Levantado la voz, aplaudid, y cantad salmos.

Es tal el fervor del salmista que al coro de las multitudes llama a que se le unan los sonidos de la naturaleza: “Brame el mar y su plenitud, los ríos batan sus manos, los montes todos hagan regocijo delante de Jehová, porque juzgará al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud”.

La alabanza a Dios puede ser más provechosa si la llenamos de significado, si le damos sentido a nuestro canto y a nuestra música, si las emociones que sentimos no dependen tanto de la estridencia de sonidos instrumentales, sino de la entrega a una profunda meditación de lo que es Dios y de todas las cosas que a través de los siglos y en nuestra vida particular Él ha hecho por nosotros.

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