Vano esfuerzo por desconocer la realidad del pecado

La Biblia enfatiza la realidad del pecado como una falla humana, como una enfermedad que solo puede ser curada por Jesucristo.

04 DE MARZO DE 2018 · 08:05

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En ciertas esferas intelectuales el concepto pecado no cae con agrado. Su connotación resulta muy mítica yreligiosa para ciertas mentalidades. Apelar al concepto de pecado para explicar algunos aspectos inquietantes de la conducta humana, para algunos ya no es lo más razonable en un momento en que la ciencia busca apoyarse en explicaciones más acorde con sus pretensiones y métodos.

El concepto pecado, tal y como aparece explicado en la Biblia, le ha parecido a laintelectualidad del mundo como algo muy crudo y ofensivo. Sin embargo, la Biblia no tiene medias tintas para explicar esto, ella declara que todo hombre es pecador. Señala sin eufemismos ni maquillajes que el pecado constituye la desgracia del hombre, y que su única salida es reconocerse pecador y aceptar la solución que Dios ofrece a través de su hijo Jesucristo. La incapacidad del hombre en su afán de desconocer esto, el Apóstol Pablo la llegó calificar como locura (1 Cor 1:23).

Los catecismos más reputados por su rigor teológico hablan de la depravación total del hombre. Si bien, admiten que en todo caso el hombre conserva la imagen y semejanza con Dios, enfatizan sin reservas el terrible daño que en todo el sentido ha provocado el pecado sobre su vida.

Carlos Marx había explicado la sociedad y el hombre desde el punto de vista de las relaciones económicas establecidas a través del desarrollo histórico. Este desarrollo histórico había sido anormal, había enajenado derechos y propiedades y sólo una acción violenta de carácter clasista podía recuperar al hombre y a la sociedad del estado de alienación a que  había sido sometido por el desarrollo de sistemas impropios.

Muchos analistas han advertido en Marx la aceptación de un mal original alienante y opresor, frente al cual él propone una acción redentora con una proyección escatológica y de solución paradisíaca: la sociedad sin clase.

Estos conceptos junto a ideas como la de Sigmund Freud, Carlos Darwin y otros que explicaron al hombre y su desarrollo desde un punto diferente, cuando no abiertamente opuesto a lo que establece la Biblia, contribuyeron para que el tema del pecado se limitase a los círculos teológicos. Así esa gran noción antropológica de que el hombre sufre de una falla congénita que no lo deja ser todo lo bueno que quisiera o debería ser, se expuso sin tomar en cuenta la realidad del pecado tal como lo establecen las Escrituras.

  Incluso, en esa oleada histórica de utopías y frustraciones, en cierto momento prevaleció la creencia de que el hombre por sí mismo superaría sus fallas y se encaminaría a través de la escalera de su propia conciencia a un estado de perfección y bienestar que lo liberarían para siempre de su trágica condición. Las evidencias que tenemos dicen todo lo contrario.

El concepto pecado no puede ser un tema exclusivo de la religión, ya que el pecado no es un mito. El pecado es una realidad, y es una realidad del hombre. Así lo demuestra la historia y lo confirma el diario vivir.

Si intentáramos reescribir la historia ignorando ese talante ofensivo que se llama pecado, estaríamos frente a una tarea imposible, pues la historia de la humanidad es y ha sido siempre la historia de las guerras, de los crímenes, de las injusticias, de los grandes genocidios y de las más crueles y espantosas masacres humanas.

Hoy hay más espacio para discutir fuera de la religión el concepto pecado. Muchos sicólogos están tomando en serio el concepto de pecado, aunque su trabajo terapéutico está más enfatizado en atacar el sentimiento de culpa. Muchos científicos de la conducta no ignoran el cambio producido en muchos de sus pacientes como resultado de un acercamiento a Dios.

La verdad es que la Biblia enfatiza la realidad del pecado como una falla humana, como una enfermedad que solo puede ser curada por Jesucristo. Dios aparece en toda la Biblia dándole siguimiento y proporcionando la solución de esta grave falla que se llama pecado.

Juan el Bautista cuando presentó al Señor Jesús lo hizo dándole un título escueto y breve: “He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo” (San Juan 1:29).  Pudo presentarlo como un gran maestro o un gran líder (en todo el sentido Él lo era); no obstante, Juan se limitó a esta presentación singular y breve.

El problema del pecado mantiene su vigencia. Las soluciones que han partido del hombre, muchas veces bien intencionadas, no han sido eficaces para responder al problema.  El pecado es una barrera que separa al hombre de sí mismo, creando crisis existencial y problemas sicológicos; separa al hombre de sus congéneres, punto básico de los problemas sociológicos, y, por último, separa al hombre de Dios, razón fundamental de la crisis moral y espiritual de la raza humana.

Dios  ante tan grave y difícil situación, no ha sido indiferente, más bien Él se ha involucrado en el problema y de sí mismo ha aportado la solución. Jesucristo hecho hombre, asumiendo la culpa y muriendo en lugar del hombre se ha constituido en la repuesta eficaz al gran problema del pecado humano, de ahí la vigencia de esa sencilla y breve presentación de Juan el Bautista: “He Aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Para vivir la fe - Vano esfuerzo por desconocer la realidad del pecado