La lista de Schindler: el horror y la gracia

La película nos enfrenta a nuestras propias limitaciones, a la dificultad de hacer el bien en un mundo plagado de oscuridad y maldad.

13 DE NOVIEMBRE DE 2024 · 17:03

Imagen promocional de la película.,
Imagen promocional de la película.

En 1993, Steven Spielberg rompió con las fábulas aventureras que le caracterizaban para sumergirse en las aguas oscuras de la historia reciente con La lista de Schindler. Este filme —de fotografía apagada y ritmo pausado— nos sumerge en la crudeza del Holocausto, explorando uno de los capítulos más vergonzosos de la humanidad. Pero lo hace desde una perspectiva paradójica, donde la desesperación y el terror absoluto se ven entrelazados por la extraña llama de esperanza que surge de la bondad de un hombre ordinario, un industrial alemán llamado Oskar Schindler. Un hombre al que la vida misma, quizás como herramienta de la Providencia, llevó a enfrentar su humanidad en medio de la barbarie.

La lista de Schindler no es sólo una crónica de la Segunda Guerra Mundial o del Holocausto; es una meditación profunda sobre la condición humana. Spielberg nos invita a recorrer los recovecos del alma a través de Schindler, un hombre que, empujado por el abismo moral a sus pies, elige la gracia y el sacrificio. Y en este sacrificio —este atisbo de redención en un infierno terrenal—, se entrevé la posibilidad de una luz eterna, de una verdad espiritual que nos confronta con la dimensión ética de nuestra fe.

 

La narrativa del mal y la banalidad del bien

Desde el primer fotograma, el blanco y negro predomina en la cinta, evocando una época sombría donde los rostros de los hombres parecían perder el brillo, y el mundo entero era consumido por un gris ceniciento, frío y asfixiante. El Holocausto, retratado con la precisión de un documentalista, se convierte en una vorágine de sufrimiento y desesperanza. Pero Spielberg no opta por el camino fácil de un retrato maniqueo; en su lugar, revela las capas complejas del alma humana. Los verdugos, los soldados y hasta los ciudadanos que miran al margen son seres humanos atrapados en la maquinaria de la locura. Ahí, en los gélidos y calculadores gestos del comandante Amon Goeth, percibimos la brutal indiferencia que sólo los hombres pueden ejercer sobre sus semejantes.

Sin embargo, frente a esta crudeza surge Schindler, un hombre que no tiene el perfil de un héroe, ni de un santo, sino el de un pragmático oportunista, más dado al interés propio que a los ideales de justicia. Al inicio, su vida parece girar en torno a los placeres mundanos y a la acumulación de riqueza. Pero conforme el peso de la guerra y las atrocidades se despliegan frente a sus ojos, algo en él cambia, algo esencial y profundo. Se da cuenta de que su fábrica no sólo produce utensilios de cocina, sino una lista de nombres, una lista de almas humanas que depende de él para sobrevivir.

La película traza así una inquietante línea entre lo que Hannah Arendt denominó “la banalidad del mal” y el reflejo contrario: la banalidad del bien. Schindler, como muchos otros, podría haber permanecido al margen, indiferente. Pero en su gesto de colocar nombres en su lista, en cada persona que arriesga por salvar, surge una chispa de redención que, aunque ínfima frente a la magnitud del horror, emociona al espectador.

 

El rostro de la esperanza y la tragedia de lo efímero

Uno de los elementos más poéticos de la cinta es el uso del color rojo en el abrigo de una niña judía. En medio de la grisura de la muerte, ese abrigo es como una llama débil, una esperanza que se desliza entre las calles desiertas y heladas. Sin embargo, cuando Schindler la muestra luego entre los cadáveres apilados, en su pequeña figura yace la tragedia de lo efímero, de lo frágil que es cualquier intento humano de preservar la vida. Nos encontramos con una imagen devastadora: la esperanza humana es, en sí misma, tan frágil que puede apagarse con un solo gesto de violencia o indiferencia. Spielberg nos recuerda con esa imagen que la salvación que Schindler ofrece es temporal, su lucha es noble, pero la realidad que la rodea es inquebrantable en su brutalidad.

 

El contraste entre el heroísmo humano y la redención divina

Para el cristiano, el heroísmo de Schindler puede parecer una imagen del bien, pero no llega a ser una verdadera redención. La figura de Schindler encarna la lucha y el sacrificio humano que, aunque valiente y noble, es finito y limitado en sus posibilidades. A pesar de salvar a cientos, su angustia al final de la película nos recuerda que la perfección no es alcanzable para el hombre; siempre queda la sensación de haber podido hacer más, de que el sacrificio fue incompleto. Schindler llora, lamenta no haber vendido sus posesiones personales para salvar más vidas, y este pesar expresa una verdad fundamental de la condición humana: nuestro esfuerzo nunca es suficiente frente al peso del mal en el mundo.

Aquí es donde el mensaje del Evangelio de Cristo plantea una diferencia crucial. Mientras el sacrificio de Schindler es digno de admiración, es limitado. En contraste, la redención ofrecida por Cristo no se basa en los actos individuales, sino en la gracia divina, en el sacrificio de un ser que, en su amor infinito, da todo sin límite alguno. Cristo no actúa como Schindler, quien se mueve inicialmente por la empatía y la compasión humanas; Cristo, en su amor abnegado, entrega su vida por todos, por cada ser humano, sin distinciones, y lo hace de una manera que no admite fracasos. La redención en Cristo es absoluta, total, y abarca no sólo la supervivencia temporal, sino la vida eterna.

 

Un llamado a la fe y a la compasión

La lista de Schindler nos enfrenta a nuestras propias limitaciones, a la dificultad de hacer el bien en un mundo plagado de oscuridad y maldad. Spielberg construye un retrato fiel y desgarrador de lo que el hombre es capaz de hacer por sus semejantes, pero también nos recuerda que, sin una fe verdadera en algo que va más allá de nuestros esfuerzos, la lucha por la justicia puede quedar incompleta, envuelta en un lamento eterno. La obra de Schindler, noble en su contexto, es un reflejo de lo mejor de nuestra naturaleza, pero a la luz del Evangelio, es también un recordatorio de nuestra necesidad de una redención más profunda, una redención que sólo se alcanza mediante la fe en Cristo, cuyo amor trasciende las barreras de este mundo.

Así, al finalizar la película, el espectador no puede evitar un sentido de gratitud hacia quienes, como Schindler, optan por la bondad en un mar de crueldad. Pero también, si miramos con los ojos de la fe, comprendemos que su sacrificio nos recuerda nuestra necesidad última de una redención que ni la más alta nobleza humana puede ofrecer: una redención que nos es dada, no como recompensa a nuestro esfuerzo, sino como gracia. Al final, Schindler, con su dolor por no haber hecho lo suficiente, nos muestra el rostro de la humanidad en su verdad más pura: llena de valor, sí, pero también insuficiente y siempre necesitada de la gracia de Dios.

 

Samuel Arjona es autor de los libros “Butaca Libre: El Evangelio Según el Cine” y “Maestros del Cine y Dios: Una guía para el espectador cristiano.”

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Pantallas - La lista de Schindler: el horror y la gracia