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Una reseña de En tierra de santos y pecadores, de Robert Lorenz (2023).

11 DE JULIO DE 2024 · 17:06

Fotograma de la película.,
Fotograma de la película.

¡Qué importa que yo sea pecadora! exclamó de repente Sonia. Todo lo he soportado, todo lo sufriré aún…Pero no me he rebajado; continúo siendo un ser humano. ¡Mucho me han hecho sufrir, y por eso amaré aún más a los demás! Nada, nada debe espantarme, si tú… Si tú mismo te entregas a las autoridades y aceptas tu castigo, si sufres, te arrepientes, lo aceptaré todo… ¡Si no, cómo podría amarte!” (Crimen y Castigo, de Dostoyevski)

El hacer algo que sabemos que está mal y, aún así, intentar justificarlo es una de las características de nuestra condición. En tierra de santos y pecadores alude de manera directa y constante la obra maestra del genio ruso. Incluso podríamos considerar, por lo que aporta la conexión anímica y psicológica del personaje que interpreta Liam Neeson con Raskólnikov, el protagonista de Crimen y Castigo, dos tipos de espectadores: por un lado, los que han leído la novela de Dostoyevski y añadirán profundidad y comprensión a la película; y los que aún no la han leído, y se perderán las capas de información y hondura que propone Robert Lorenz en su tercer largometraje. 

En tierra de santos y pecadores podría parecer a simple vista un nuevo ejemplo de película de venganza a los que nos tiene acostumbrados Liam Neeson desde que estrenara Venganza (2008). La mayoría de ellas son películas ante las que es inevitable preguntarse cómo es posible que un actor de su categoría se lucre con productos que podrían ser protagonizados por Jason Statham o Vin Diesel. Afortunadamente, esta película no tiene nada que ver. En esta ocasión no solo se justifica contar con un actor como el británico, sino que es necesario. El guión es eficaz e interesante, pero contiene algún trazo grueso y algunos huecos que son compensados con la labor interpretativa no solo de Neeson, sino también de su antagonista en esta ocasión, Kerry Condon, y los recitales de los siempre magníficos Ciarán Hinds y Colm Meaney, dos presencias que inevitablemente elevan el nivel de las secuencias en las que aparecen. Además, considero necesario mencionar otro secundario que aporta identidad: el paisaje de la fotogénica Irlanda. 

Irlanda, años 70. El IRA. En tierra de santos y pecadores contiene todos los ingredientes necesarios para elaborar un thriller modélico, pero es hija de su tiempo y sus responsables optan por el modelo híbrido: un thriller dramático salpicado de humor negro, un western rural teñido de neo-noir. Considero el tono, que evoca descaradamente al género negro, el principal acierto y lo que cohesiona la narración. El relato está impregnado de fatalismo, determinismo y nihilismo, y reflexiona, en un tema extraído de la mencionada Crimen y Castigo, sobre cómo la culpa y la conciencia pueden afectarnos y llevarnos a vivir en un estado de permanente tormento psicológico. Más allá de las consecuencias legales, es indudable que los actos inmorales pueden llegar a destruir el alma de una persona. 

Continuando con la referencia de Crimen y Castigo, en la película hay un elemento ausente que en la novela es esencial: la posibilidad de redención. Finbar Murphy (Liam Neeson) lleva una mochila a sus espaldas que intenta dejar y llegar a olvidar, comenzar de nuevo. Pero el mensaje y eslogan que la película propone es que hay pecados que no se pueden enterrar. Que más allá de las consecuencias inevitables de nuestros actos, da igual que asumamos la culpa y estemos dispuestos a pagar por ella, no hay posibilidad de perdón y de sentirnos libres. En Crimen y Castigo nos encontramos con el personaje de Sonia Marmeladova, una joven prostituta, muy humilde, que personifica el sacrificio y la fe en Dios. Vive en extrema pobreza y se ve obligada a prostituirse para mantener a su familia. Nunca se queja de su destino ni culpa a otros por su desgracia. Para ella, la dignidad tiene que ver con cómo tratamos a los que nos rodean, incluidos aquellos que nos desprecian o maltratan. 

Sonia no solo es consuelo para Raskólnikov, sino también un faro de esperanza y redención en la oscura trama de la novela. La obra de Cristo en la Cruz nos brinda la posibilidad de, sea cual sea nuestro pasado, si queremos abandonarlo arrepentidos, ser aceptados, perdonados, redimidos y nacer de nuevo, no contando con nuestras propias fuerzas, sino con el poder del Espíritu Santo. 

El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados”. (Miqueas 7:19)

 

 

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