El salmo de Bergman

Un comentario a la película Fresas salvajes (1957), de Ingmar Bergman.

11 DE ENERO DE 2024 · 13:33

Fotograma de la película.,
Fotograma de la película.

El pasado 7 de enero se cumplieron 20 años del fallecimiento de Ingrid Thulin, uno de los rostros frecuentes en el universo de Bergman. Siempre será recordada como la nuera de Fresas salvajes, una de las mejores películas de Ingmar Bergman y, por ende, de la historia del cine.

La película comienza con una voz en off, la voz del propio protagonista, interpretado por un majestuoso Víctor Sjöström. Esta voz reflexiona sobre las demandas necesarias para vivir cómodamente en sociedad, las cuales han llevado a un aislamiento gradual y voluntario. Al día siguiente, el protagonista será nombrado doctor honorario por una importante universidad europea y debe emprender un viaje. 

De una manera inteligente, Bergman confronta al profesor Borg con otros personajes (su nuera, unos autoestopistas, su madre), extraños sueños y recuerdos vividos. Así logra realizar un estudio ejemplar y profundo sobre la soledad, sus causas y consecuencias, donde predominan la culpa y el perdón. 

Una característica distintiva del cineasta sueco es su habilidad para reflejar sus preocupaciones personales, su incansable curiosidad, su incurable desasosiego y sus experiencias vitales. Suele desplegar todo esto a través de diversos personajes en una misma obra, permitiéndole empatizar más fácilmente con sus criaturas, a las que comprende y expone de una manera extrema en ocasiones. De esta manera, el espectador experimenta una inusual cercanía con el director, en este sentido podemos considerar a Bergman como uno de los cineastas más impúdicos.

El pensamiento de Ingmar está indiscutiblemente ligado al existencialismo. Antes de aislarse voluntariamente en la isla de Faro, todo lo que hizo en su vida parecía estar influenciado por el deseo de alcanzar la tan ansiada libertad, no solo creativa, sino vital. Buscaba escapar de las normas establecidas, los prejuicios, la moral impuesta, el laberinto de los sentimientos y los designios divinos. 

El problema de ser cautivado por esa supuesta y engañosa libertad es que la sensación de vacío se extiende irremediablemente, impregnándolo todo de hastío, impotencia y apatía. Y duele. Como le dice su nuera al profesor durante el viaje en una encarnizada conversación: “Tú, siendo catedrático emérito deberías saber por qué te duele, pero no lo sabes”. En uno de los extraordinarios sueños, le recuerdan al profesor, al que vemos que se está juzgando: “El primer deber de un médico es pedir perdón”. Sin esa receta, habrá un veredicto inevitable, una temida pena: la soledad, que el propio profesor describe como estar muerto en vida.

Una de las obsesiones presentes en la obra de Bergman es el debate sobre la existencia de Dios, la incomprensión y el rechazo de su voluntad. No deja de ser curioso que incluya en una escena, durante una conversación, el siguiente poema que se le atribuye a él mismo: 

¿Dónde está el amigo que busco por doquiera?

Cuando apunta el día mi inquietud también aumenta, 

cuando el día muere lo busco todavía.

Aunque el corazón me abraza

yo voy siguiente sus huellas

en cualquier brote de vida,

el aroma de la flor, 

la esbeltez de la espina,

en el suspiro que lanzo

y en el aire que respiro

está presente su amor

y oigo cantar su voz en el viento.

 

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