“Orad por la paz de Jerusalén”
La soberanía de Dios planea sobre todos los hombres y sus obras; sean malas o buenas. Al final, la voluntad que prevalecerá sobre todas las demás, será la voluntad del Rey de reyes.
16 DE JULIO DE 2025 · 17:50

Estas consideraciones las hice ya hace unos 11 años cuando junto con algunos profesores de la Facultad de Teología ADE, fuimos a Israel a atender una extensión de la Facultad, cada cual con la asignatura que le correspondía. Dicha visita me hizo pensar y reflexionar sobre ese tema tan complejo del pueblo de Israel y su relación con Dios y la Iglesia i.
Luego, aunque hace unos 9 meses también escribí otra reflexión casi con el mismo título que esta, me ha parecido oportuno escribir esta abordando otros aspectos que no recogí en aquella ii.
Dicho eso y aunque siempre tuve el mismo sentimiento, me es necesario añadir que los cristianos hemos de tener respeto y amor hacia el pueblo de Israel.
No tener ese sentimiento es no entender el papel que el pueblo judío ha jugado a lo largo de la historia pasada; y es una falta de reconocimiento y agradecimiento al Dios de Israel, tal y como se nos revela en las Sagradas Escrituras, el Padre de nuestro Señor Jesucristo y el nuestro.
¿Agradecimiento? ¿Por qué? Por tres razones principales:
La primera porque Israel nos dejó la Sagradas Escrituras. El apóstol Pablo dijo, hablando de las ventajas de ser judío con respecto a los que no lo eran, que “a ellos les fueron encomendados los oráculos divinos” –la palabra de Dios- (Ro.3.2-3).
Ellos fueron los receptores, guardadores y transmisores de las Escrituras, sin las cuales estaríamos a oscuras tocante a la revelación de Dios y el camino de la salvación, con todo cuanto eso significa a efectos de recibir luz, consejo, guía, instrucción, corrección, perdón, paz y restauración, consuelo, y un largo etcétera, además de proveernos de innumerables ejemplos a través de los cuales podemos aprender de las promesas, el amor y la fidelidad de Dios (2ªTi.3.16-17; Rom.15-4-6; 1ªCor.10.6-13).
La segunda razón por la cual hemos de amar a Israel, es que de acuerdo a las profecías bíblicas, desde Génesis 3.15, pasando por el tiempo de los Patriarcas, la Ley, la historia del pueblo de Israel, la literatura poética y los profetas (J.5.39; Luc.24.27, 32, 44-45) habría de venir el Salvador del mundo, el Redentor; el Deseado de la naciones; “el Mesías -Ungido- del Señor”; aquel en el cual esperaban los verdaderos israelitas “la consolación de Israel” (Luc.2.25-26). No en vano, cuando la samaritana preguntó a Jesús respecto del lugar dónde se debía adorar a Dios, Jesús le contestó:
“Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos” (J.4.20).
Y era precisamente nuestro Señor y Salvador Jesucristo el que dijo esas palabras. ¿Vamos a acusarle de “orgulloso” y de creerse un “soberbio” por atribuir a su pueblo judío el tener la verdad acerca de la adoración y la salvación?
Por tanto los que no lo han hecho, deberían tomar nota de esas palabras, a efectos de reflexionar sobre el valor de esa declaración divina, dado que Jesús estaría validando la revelación volcada en el pueblo de Israel, a lo largo de la historia, hasta la venida de Jesús.
Pero todavía hay otra razón para el reconocimiento y respeto al pueblo de Israel. Sin entrar a valorar quiénes tienen razón respecto al futuro escatológico de Israel, si la teología del pacto o los llamados dispensacionalistas, sí me atrevo a asegurar que Dios todavía tiene propósitos para con el pueblo de Israel.
Si no fuera así, Israel, una vez cumplido el propósito divino se habría difuminado entre las naciones y hubiera desaparecido hace ya algunos siglos; y esto, para regocijo de sus muchos enemigos y del propio Satanás, enemigo número uno de Dios y de sus propósitos.
Sin embargo, no fue así. El apóstol Pablo parece vislumbrar un futuro glorioso para Israel. Él escribió: “Dios no ha desechado a su pueblo” (Ro.11.1-2) y la prueba es que él mismo era israelita.
Además el apóstol señala el “remanente” que ha habido a lo largo de todas las épocas de apostasía del pueblo de Israel: a) En la época de Elías, el profeta (Ro.11.1-4); b) También en la época de Isaías Ro.9.27-29; c) También en la época del rechazo del Mesías Jesús y del apóstol Pablo (Ro.11.4-5-6); d) Y aun a lo largo de toda esta dispensación de la gracia, también hay y habrá “un remanente” en el pueblo de Israel, hasta la Segunda Venida de Cristo.
Así que, el Apóstol Pablo parece tener delante toda la historia y también tener en cuenta una futura y nueva “admisión” del pueblo de Israel en la que recibirá “vida entre los muertos” (Ro.11.15) lo cual también es llamado por él como “plena restauración” (Ro.11.12).
Tal restauración no se producirá sin que “se conviertan al Señor… Entonces el velo se les quitará” (2ªCo.3.16). Después, en los propósitos escatológicos de Dios, la conclusión de todo un proceso que ni el mismo Apóstol Pablo esperaba que fuese tan largo (¡han pasado ya 2000 años!): “Luego, todo Israel será salvo…” (Ro.11.25-27).
La actitud de “la cristiandad profesante” hacia el pueblo judío
Entonces, si entendemos el valor de lo que a través del pueblo de Israel Dios nos ha dado, solo tendremos una actitud de agradecimiento hacia él. Pero por otra parte, no osaremos maltratarle ni de palabra ni de obra, solo por el hecho de ser judíos.
Ni tampoco por esa patraña que se ha ido pasando de generación a generación acerca de que “ellos crucificaron al Señor Jesús”. Como si nosotros hubiéramos actuado de forma diferente, de haber vivido en aquel tiempo, en el cual crucificaron al Señor Jesús. Y como si el Señor Jesús no hubiera dicho nunca: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen… y orad por los que os ultrajan y os persiguen…” (Mt.5.43-44). O, como si nunca hubiera dicho, desde la cruz, con respecto a los que le crucificaban: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc.23.34).
Por tanto, no hay razón alguna para dar lugar al antisemitismo en el corazón de alguien que se proclama a sí mismo cristiano. Aunque a veces lo disimulan muy bien.
Esto que venimos diciendo lo he entendido siempre. Pero aún lo entendí mejor cuando, hace muchos años estudiaba la epístola del apóstol Pablo a los Romanos. Sobre todo los capítulos 9-11. Para entonces, recién acababa de leer una “Historia de los Judíos” (Werner Keller) iii.
No fue sin lágrimas que leía cómo los judíos eran acusados, ninguneados, perseguidos, encerrados en guetos, negándoles el derecho a desempeñar cualquier profesión digna; abocados a vivir en la más completa indigencia, y depender solo de lo que encontraban en la basura que tiraban los ciudadanos. iv
A veces, incluso siendo acusados de los más horribles crímenes, por los cuales algunos tuvieron que pagar… ¡Y esto solo porque eran judíos!
Luego, cuando a pesar de tanto sufrimiento “levantaban la cabeza”, dada su laboriosidad en contraste con la holgazanería de los llamados “cristianos”, desde el poder organizaban los pogromos azuzando a la población a entrar en sus casas para matarlos. Así saqueaban sus bienes y encima no pagaban las deudas que algunos de los poderosos, organizadores de las masacres, tenían contraídas con aquellos.
Una solemne advertencia divina
Mientras tanto, el texto bíblico “dormía” olvidado habiendo sido quitado del pueblo y abandonado por la clase religiosa, dando más valor a las tradiciones religiosas y a las supersticiones de las gentes. ¡Qué diferente hubiera sido no solo leer lo que dice la Sagrada Escritura, sino haberlo puesto en práctica.
Así está escrito de parte del Apóstol Pablo a la Iglesia de Roma (¡mira por dónde!) y por extensión a toda la Iglesia del Señor:
“No te jactes contra las ramas”=Israel; “No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales=Israel, tampoco te perdonará a ti” (Ro.11.18-24).
Sin embargo, en la cristiandad profesante se dio todo lo contrario: Tanta soberbia no salía de corazones cristianos; tanto odio y rechazo no salía de almas que tenían un conocimiento del Altísimo, sino del corazón del diablo, del mismísimo infierno.
Luego, ya sabemos lo que fue hecho en pleno siglo XX, con el Holocausto nazi. Y que nadie se llame a engaño, el antisemitismo está tan presente como siempre lo ha estado; solo hace falta la chispa que sirva como excusa para que se manifieste en su más cruda realidad.
La historia de los imperios desaparecidos, nos enseña mucho
Así que por una parte las Sagradas Escrituras, y por otra, “una Salvación tan grande” (Heb.2.1-3) que nos fue dada por medio de Jesús, judío él, nos han llegado por medio del pueblo de Israel. Si a eso añadimos que Dios tiene todavía propósitos para Israel, haremos bien en “orar por la paz de Jerusalén” con todo cuanto eso significa.
Si otros quieren “echar al pueblo judío al mar” –frase acuñada por los enemigos de Israel, desde que se constituyó como un estado político- hay que tener en cuenta que otros imperios quisieron destruirlo hace siglos y en muchas ocasiones.
Por mencionar algunos de ellos –los más poderosos- el antiguo imperio egipcio, con sus faraones a la cabeza; el asirio; el babilónico; el Medo-Persa; el Sirio, -bajo los reyes seléucidas-; el Imperio Romano… Y luego, bajo el dominio de la llamada “Cristiandad”; después, bajo el “imperio Nazi”… Y todavía no se ha terminado la historia. Todos los imperios mencionados, con muchas de las gentes que los han conformado y los conforman todavía, es como si dijeran: “Hay que exterminar a estos ‘perros judíos’ para siempre”.
Una gran lección de historia
Pero los imperios antiguos cayeron, desaparieron y no se levantaron jamás. Solo se conoce de ellos a través de los libros de historia.
No obstante el pueblo judío, pequeño él, perseguido y maltratado él, mil veces pisoteado y mil veces negado él; e incluso, en algunas ocasiones al borde de la extinción a lo largo de la historia ¡Vive todavía!
Eso sí, vive en incredulidad; pero no desechado del que lo creó a partir de dos ancianos estériles, que fueron Abrahán y Sara su esposa. Se defiende de sus enemigos en incredulidad y mata en incredulidad; a veces más allá de lo político y militarmente “correcto” o “razonable”.
Pero desde luego, eso se explicaría, no desde su obediencia a Dios (¡No, por favor!) sino desde su incredulidad y desde todo el coraje que han ido recogiendo a través de los siglos:
“¡Se acabó!; ¡No más ninguneo, no más persecución; no más abusos, ni maltratos, ni más guetos, ni más cámaras de gas, ni más “vamos a echarlos al mar…! ¡Se acabó! ¡Esto es una cuestión de lucha por la existencia!: ¡O ellos o nosotros! ¡No hay más!” v
Pero existe esa realidad que muchos no quieren ver y que desde el principio de la fundación del Estado de Israel comenzaron a hacerles la guerra. Eso, además de que se ha enseñado y se enseña a los niños y niñas palestinos en las familias y en las escuelas a odiar y matar a los judíos.
Y con esa enseñanza introducida hasta la médula en los pequeños han crecido por décadas.
Pero tanto unos como otros olvidan (o lo intentan) que la violencia engendra más violencia: La de los palestinos hacia Israel y la de Israel hacia los palestinos. Y cuanta más violencia, más odio se acumulará.
Las heridas que unos pueblos han infringido a otros a lo largo de la historia no se olvidan fácilmente de parte de aquellos que fueron heridos. Y Europa sabe mucho de eso. España también.
Ahí está la historia. Al parecer, el odio solo podría desaparecer de dos formas: Una, acabando con una de las partes, por la violencia. La otra sobre la base del perdón que otorga Dios por medio del Evangelio de Jesucristo. Nosotros nos apuntaremos a esta última, siempre.
El pueblo de Israel no es cristiano
Pero no hemos de olvidar que todo cuanto hace el pueblo de Israel para “defenderse” lo hace, no bajo la dirección del Altísimo, sino guiado por sus propios intereses políticos, económicos, históricos y, solo en menor cuantía, religiosos.
Por tanto, estaríamos equivocados si como creyentes queremos juzgar el comportamiento del Gobierno de Israel como si estuviera siendo “guiado por Dios”. Personalmente, no lo creo.
Nosotros podríamos estar de acuerdo en algunas cosas en relación al pueblo de Israel, pero hay otras en las cuales no podemos estar de acuerdo con lo que hace su Gobierno.
Sin embargo, sí aceptamos que por la promesa divina a muchos del pueblo les esté preservado un futuro glorioso. Es decir sobre la base del “remanente” que Dios se ha reservado para sí, a lo largo de toda la historia, desde la destrucción de Jerusalén y la expulsión de su tierra en el año 70 d.C., y la posterior revolución de Bar Kojba contra el Imperio Romano (año 132-135, d.C.), hasta la Segunda Venida del Señor Jesucristo.
Orad por la paz de Jerusalén; pero además…
Por tanto, el pueblo cristiano hemos de “orar por la paz de Jerusalén”. Pero esas palabras están en el salmo 122.6 y dichas en un contexto en el cual Israel estaba permanentemente rodeado de enemigos hostiles, que también buscaban su destrucción.
Como en este tiempo. Así que la oración del cristiano debería tener en cuenta el aspecto político, pero principalmente debería tenerse en cuenta “la paz” que prometió el Señor Jesús a aquellos que recibieran su mensaje de paz.
Mensaje que en su día fue rechazado; pero dado que “Dios no ha rechazado a su pueblo” el camino está libre para volverse a Él por medio de Jesucristo, ya que tanto su presencia como su mensaje tenían y tienen la finalidad de… “mostrar la verdad de Dios (…) para confirmar las promesas hechas a los padres…” (Ro.15.8; Ef.1.12; 2.17). Entonces y solo entonces, será que por medio del mensaje del Evangelio “se convertirán al Señor (y) el velo se les quitará…” (2ªCo.3.15-17) y entenderán y tendrán la paz de Dios (Ef.2.17-19). Porque ahora… no la tienen.
¿Significará eso que habrá paz política y que ya no tendrán enemigos que les ataquen? ¡En absoluto! Ser creyente no significa que no vamos a tener enemigos y en el caso que nos ocupa menos todavía.
Porque no solo tendría que ver con la fe en la persona de Jesucristo, sino también con un tema geopolítico y con enemigos irreconciliables, tanto en cuanto a la fe como en cuanto a todo lo demás. Pero ese tiempo será nuevo para los israelitas ya convertidos.
Entonces no serán ellos los que tengan que defenderse, ni atacar ni hacer las cosas tan terribles que hacen ahora, llevados por “la necesidad de subsistir”. ¿Cómo podrían en nombre de Jesucristo?
Pero entonces, queremos pensar en que no será el pueblo de Israel el que tenga que recurrir a los medios que emplea ahora. Será el Señor su Dios el que se encargue de defender a su pueblo. El cómo, no lo sé; pero lo hará.
Quiero pensar en que en ese tiempo resonarán mucho más fuertes y de más amplio cumplimiento aquellas palabras dichas por el Altísimo en el Antiguo Testamento, relacionadas con Abrahán y toda su familia:
“Cuando ellos eran pocos en número, y forasteros en ella, y andaban de nación en nación, de un reino a otro pueblo… No consintió que nadie los agraviase; y por causa de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis daño a mis profetas.” (Sal.105.12-15). Luego, en otro lugar, añadiría: “Porque el que os toca, toca a la niña de su ojo.” (Zac.2.8 con Deut.32.10).
Y si eso se dijo por causa del pueblo de Israel cuando todavía no habían nacido como pueblo; y si eso se dijo cuando “ellos eran pocos en número”, esas mismas palabras de reconocimiento y guarda de parte de Dios, cobrarán un sentido mucho más amplio cuando se produzca “la admisión” del pueblo de Israel a la fe; ese ser “injertados de nuevo (esa ‘restauración’) porque poderoso es Dios para volverlos a injertar” (Ro.11.15,23-24).
¿Y quién podrá ir en contra de lo que Dios esté haciendo a favor de aquel que recibió las promesas, ya que Él mismo se encargará de defender a su pueblo? ¡Nadie! Pero mientras tanto… Las cosas son muy diferentes y todo está en las manos de los seres humanos, más que imperfectos a veces más crueles de lo que uno mismo podría imaginar.
Por otra parte, si bien es cierto que hemos de “orar por la paz de Jerusalén”, no es menos cierto que, además, como cristianos hemos de orar también “por todos los hombres” tal y cómo se nos dice en el Nuevo Testamento (1ªTi.2.1-5).
Es decir, por toda la gente que habita en esa zona de terrible guerra, incluido el pueblo palestino, y toda la gente de los terroristas de Hamas, enemigos acérrimos del pueblo de Israel.
Y nuestra oración a favor de Israel y todos los demás no es como la de los salmos imprecatorios (Sal.137). ¡No! Más que mirar hacia el Antiguo Testamento, volvemos la vista al Señor Jesús y lo que está recogido en sus palabras en el Sermón del Monte (Mt.5.38-48) dado que el Señor espera que “sepamos de qué espíritu somos” (Lc.9.54-56).
No hemos de olvidar que el camino de la salvación esta abierto a todas las personas y que: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Hch.2.21; Ro.10.11). Y esto se refería y se refiere tanto a judíos como a no judíos. (Ro.1.16-17; 2.7-10).
Conclusión
Entonces, por todo lo dicho hasta aquí, no tenemos que estar de acuerdo en todo cuanto hace el pueblo de Israel, como si fuera un pueblo “santo, justo y bueno”. ¡No lo es!
Porque en la medida que dura “su incredulidad” (Ro.11.20,23) sus obras serán acordes con sus propios intereses que no necesariamente son los intereses divinos. Al respecto no creemos que algunas de sus “obras” tengan la aprobación divina.
Por lo que, ver al pueblo de Israel como pueblo de Dios, actuando como pueblo de Dios y comportándose como pueblo de Dios, conforme a los principios del reino de Dios… Al momento no nos es posible verlo ni reconocerlo de esa manera.
Mientras tanto, la soberanía de Dios planea sobre todos los hombres y todas sus obras; sean malas o sean buenas. Nuestro convencimiento es que ellos pretenderán establecer en este mundo su voluntad; pero al final, la voluntad que prevalecerá sobre todas las demás voluntades, será la voluntad del Rey de reyes y Señor de señores, que es el Señor Jesucristo. (2ªTi.6.14-16; Apc.19.16).
Notas
i Para nada esta es una respuesta completa al tema en cuestión.
ii https://protestantedigital.com/palabra-y-vida/69075/pedid-por-la-paz-de-jerusalen-sal-122-6-7
iii Fue recién terminada la lectura del libro mencionado, que el Pastor Alberto Barrientos (ya con el Señor, hace muchos años) estaba en nuestra casa y cuando vio la biografía, después de cenar, me pidió echarle un vistazo… Por la mañana en el desayuno me dijo que se había pasado ¡leyéndola toda la noche! Como era lógico, un libro de unas 600 páginas no le dio tiempo a leerlo entero. Así que le dije: “¡Lléveselo! Se lo regalo”. Fue una gozada, tanto para él como para mí y verlo tan contento.
iv Un paralelismo podemos encontrarlo en los inmensos muladares de las grandes ciudades del mundo no desarrollado. Miles de personas acuden a esos lugares para, mediante un gancho, por un lado y una bolsa por el otro, escarbar en la basura para extraer cualquier cosa que puedan usar, lo introducen en la bolsa y luego, previa limpieza y restauración, lo venderán a otros en su propio “mercadillo”. Ese es su medio de subsistencia.
v Ese fue el espíritu que pude recoger, hace años cuando leí el libro titulado: “GANAR O MORIR” (Menachem Beguin, 1987. Edit. DATANET, S.A.)
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