¿Podemos decir a las personas “Dios te ama”?
Nuestra responsabilidad es la de predicar, tanto sobre el amor de Dios, como de las condiciones para poder recibirlo y disfrutar de él.
23 DE ABRIL DE 2025 · 17:10

Con cierta frecuencia hemos visto en algún vídeo o hemos leído en algún lugar que, tanto el Señor Jesús como los apóstoles nunca decían a la gente a los cuales les hablaban del Evangelio: “Dios te ama”. Ellos se limitaban –según dichos predicadores- a predicar el arrepentimiento y la conversión… ". Y todo eso para poner en evidencia y mostrar el error de los que sí decimos a las personas: “¡Dios te ama!”
Este tipo de declaraciones con sus consecuentes argumentaciones parece que tienen “todo” el sustento bíblico, pero la verdad es que no lo tienen en absoluto. Cierto es que cuando observamos al Señor Jesús en su relación con la gente, él-no-decía-exactamente: “Dios te ama”.
Pero ¿cuál era la razón? La razón era porque mientras en su mensaje hablaba del arrepentimiento (¡y no siempre!) y acerca del reino de Dios, en cuanto al amor no hablaba tanto de él; ¡pero lo ponía en práctica! Así de sencillo. Dicho de otra manera: “Obras son amores y no buenas razones”.
Así que cuando daba de comer a la multitud, cuando sanaba o liberaba o hablaba palabras de vida a los necesitados de ella, o incluso cuando lloró sobre Jerusalén, Jesús mostraba el amor de Dios por esta humanidad caída. ¿Se entiende mejor así?
Hay un dicho que reza así: “Una cosa es hablar y otra dar trigo”. Y Jesús hacía tanto una cosa como la otra. Cuando hablaba él transmitía el amor y la misericordia de Dios; y cuando actuaba, también. El no decía: “Dios te ama”, pero lo decía de muchas maneras.
He aquí algunos ejemplos: A la viuda de Naín que había perdido su hijo, le dijo: “Mujer no llores” y le devolvió a su hijo vivo. Al paralítico de Betesda le preguntó: “¿Quieres ser sano?” para, a continuación, sanarlo.
A la mujer con flujo de sangre: “Mujer, tu fe te ha salvado”; a la mujer que le lavó los pies con sus lágrimas: “Mujer tus pecados te son perdonados”; a “la mujer sorprendida en adulterio”: “Mujer, yo tampoco te condeno”; al paralítico que bajaron del techo roto, para poder llegar a Jesús: “Tus pecados te son perdonados”; pero además lo sanó de su parálisis. Y así podríamos seguir.
¿No eran esas palabras, acompañadas de obras, del más alto nivel del amor compasivo y la misericordia de Dios? Claro que sí: Sus obras era de amor y misericordia y cuando eso sucede, las palabras no es que estén de más, sino que las obras hablan por sí solas. Pero además, el mayor ejemplo y muestra del amor de Dios fue su muerte en la cruz, por todos nosotros, pecadores.
¿Entonces? Pues, que sabiendo que “Dios mostró el amor de Dios en que siendo aún pecadores Cristo murió por nosotros” (Ro.5.8) es del todo apropiado que aquellas almas rotas, necesitadas de perdón, aceptación, sanidad y afecto entrañable y de lo cual nunca participaron ni en su casa ni fuera de ella, nosotros les digamos: “¡Amigo/a, Dios te ama mucho!”
Porque, esas palabras dichas por alguien que ha experimentado el amor de Dios en su vida, en muchos casos tendrán un efecto sanador en la persona que las oye; y sobre todo si van acompañadas de un abrazo e incluso, si es oportuno, de una oración a favor de esa persona.
Luego, si procede, podemos ponerle delante el versículo que aparece en Juan 3.16, para que lo lea:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se pierda, más tenga vida eterna”.
Cuando eso ha sucedido, personalmente suelo decir a la persona que donde aparece la palabra “mundo”, que lo lea poniendo su nombre. En relación conmigo, más o menos diría así: “Porque de tal manera amó Dios a Ángel, que ha dado a su Hijo unigénito, para que Ángel crea en él, y no se pierda, sino que Ángel tenga vida eterna”.
Sencillo, pero ¡Tremendo! Porque muchos cuando descubren que Dios les amó y les ama a ellos, personalmente, se derriten en lágrimas de gozo y de arrepentimiento, al sentir que no son dignos de ese tan grande amor de Dios.
No, no hay satisfacción alguna en predicar un Evangelio al cual se le priva de lo esencial, que es el gran amor de Dios. Eso es frío, impertinente, desagradable, feo y sin gracia. Nunca mejor dicho.
Cierto es que todos somos pecadores y todos necesitamos pasar por la misma experiencia de arrepentimiento y conversión; pero a la hora de compartir el Evangelio, ni siquiera el Señor Jesús lo hacía siempre de la misma manera con todos.
La sabiduría divina no se somete a “moldes” más o menos “eficaces” que nosotros elaboramos, sino que es mucho más creativa y teniendo en cuenta toda su revelación juega de distintas maneras según la ocasión, el lugar y el “momento” en el cual las personas que tenemos delante se encuentran y están viviendo.
Pero en vista de que, como alguien dijo: “Todos fuimos creados para amar y ser amados” y puesto que todos hemos fracasado en cumplir con ese gran propósito divino, es necesario que el amor sea restaurado en nuestras relaciones, tanto con Dios como con nuestro prójimo, puesto que de eso se trata precisamente: del Evangelio; medio por el cual, una vez aceptado “el amor de Dios se derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado” (Ro.5.5).
¿No es en el amor, en lo cual se resume toda la ley de Dios, como bien sabemos… Aunque quizás no tanto lo sepamos en la práctica? ¿Entonces, cómo no vamos a decir a las personas que Dios las ama? ¿Cómo no vamos a hablar de que el amor de Dios ha sido demostrado de la manera más sublime, cuando entregó a su Hijo Jesucristo por todos nosotros, a fin de que su amor llene nuestros corazones?
Más todavía, nuestra responsabilidad es la de predicar, tanto sobre el amor de Dios, como de las condiciones para poder recibirlo y disfrutar de él.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - ¿Podemos decir a las personas “Dios te ama”?